Paz entre los que te aman
Alejandra María Sosa Elízaga**
Conozco una familia de tres hermanas en la que cuando dos se pelean entre sí y se dejan de hablar, cada una se porta el doble de afectuosa, detallista y ‘buena onda’ con la hermana con la que no está peleada, como para darle celos a la hermana con la que se peleó.
Y la que recibe las atenciones de ambas las disfruta tanto que no mueve ni un dedo para que las otras dos se contenten entre sí, incluso hasta inconscientemente alienta que sigan enojadas.
Es muy común que cuidemos nuestra relación personal con los demás, que procuremos llevarnos bien con todos e incluso perdonar a quien nos ofende y hacer lo posible por contentarnos con quien hemos ofendido, pero que tal vez no nos ocupemos con el mismo afán y prontitud en buscar que los demás se reconcilien entre sí, sobre todo cuando el que estén peleados nos beneficia aparentemente.
Pero la reconciliación, propia y ajena, es una tarea fundamental que no deberíamos evadir, porque mientras haya pleito en una familia o en una comunidad, aun cuando no estemos directamente involucrados, es imposible que reine la paz.
Y ahora que estamos iniciando el Adviento, estas cuatro semanas para disponernos a celebrar el Nacimiento de Aquel que fue llamado ‘Príncipe de la paz’ (I 9,5), de Aquel que lo primero que hizo cuando se presentó a Sus apóstoles luego de que resucitó, fue comunicarles Su paz (ver Jn 20, 19-21), la Primera Lectura que se proclama en Misa nos habla de un ideal: que de las espadas se forjen arados, y de las lanzas podaderas (ver Is 2, 4), y el Salmo pide: “que haya paz entre aquellos que te aman, que haya paz dentro de tus murallas y que reine la paz en cada casa” (Sal 122, 6-7)
En esta primera semana de Adviento, asumamos el compromiso de no pensar: ‘mientras conmigo estén bien, qué me importa que entre sí los demás estén peleados’, sino hagamos lo que esté (prudentemente) a nuestro alcance para que quienes nos rodean puedan reconciliarse y se recupere así la paz.
Para ello podemos emplear dos medios muy concretos:
El primer medio es no ceder a la tentación de ir a decirle a uno lo malo que dijo el otro, no llevar y traer chismes, como se dice popularmente, ‘no echarle leña al fuego’, al contrario, procurar recordar a cada uno lo bueno del otro, y hacerle saber, eso sí, lo bueno que el otro ha dicho de él.
El segundo es el medio más poderoso y eficaz, y se suele usar sólo en Cuaresma, pero no veo por qué no pueda usarse en el Adviento, que es también un tiempo fuerte de purificación y preparación espiritual: el binomio oración y ayuno.
Además de encomendarle a Dios a aquellos que están distanciados, pedirle a María, Reina de la paz, que interceda por ellos, hay que privarnos de algo para ofrecerle este pequeño sacrificio amorosamente a Dios, por aquellos por quienes oramos.
Quede pues, como primera tarea en esta primera semana de Adviento: esforzarnos por ser constructores de paz.
Hagamos nuestra la oración del salmista que dice: “Por el amor que tengo a mis hermanos, voy a decir: ‘La paz esté contigo’. Y por la casa del Señor, mi Dios, pediré para ti todos los bienes’...” (Sal 122, 8-9).