Lecciones de un ladrón
Alejandra María Sosa Elízaga**
La gente le puso el ‘alias’ de ‘buen ladrón’, quizá no tanto porque hubiera dejado atrás una vida de delincuencia (en dado caso sería el ‘buen ex-ladrón’), sino porque considera que cometió el mayor y mejor ‘robo’ de toda la historia: se robó su entrada al Reino y logró ¡colarse a última hora!
Era uno de los dos malhechores que fueron crucificados a ambos lados de Jesús, según narra el Evangelio que se proclama este domingo en Misa, en la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo (ver Lc 23, 35-43).
Nos sorprende mucho que mientras en los Evangelios abundan los ejemplos de quienes no han sido considerado dignos de entrar al Reino y quedan afuera, tocando la puerta, exigiendo que se tomen en cuenta los méritos que creían tener: “profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre expulsamos demonios, y en Tu nombre hicimos muchos milagros” (Mt 7, 22), “¡hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas” -Lc 13, 26), a éste hombre, que aparentemente no tenía nada a su favor y sí bastante en contra, Jesús le haya dirigido estas palabras que muchos moriríamos -literalmente- por escuchar: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43).
¿Qué pasó aquí?, ¿se trata simplemente de un ‘suertudo’ que por estar en el lugar preciso en el momento preciso ganó el premio mayor?
Nada de eso.
Lo de este hombre no fue ‘suerte’.
Lo descubrimos si nos fijamos en lo que respondió al otro ladrón que insultaba a Jesús gritándole: “Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros”.
La frase que dijo revela mucho de su corazón y de por qué Jesús lo invitó a estar con Él.
Y si reflexionamos en ella encontraremos que el ‘buen ladrón’ tiene ¡mucho que enseñarnos!, y no me refiero a técnicas de robo, sino a siete actitudes que haremos bien en imitar.
Repasemos por partes sus palabras:
1. “¿Ni siquiera temes tú a Dios...”
Cuando estamos en medio de una situación difícil y sobre todo dolorosa, tendemos a cerrarnos en nosotros mismos, ocuparnos y preocuparnos sólo por lo que nos sucede a nosotros.
Remontar eso y ser capaces de interesarnos por lo que le pasa a alguien más, requiere superar el propio egoísmo, hacer un gran esfuerzo de amor.
El ‘buen ladrón’ estaba crucificado, eso significa que sufría desgarradores dolores y se asfixiaba, pero prestó atención a lo que sucedía a su alrededor, y quiso usar el poco aliento que le quedaba, para hacer algo de provecho: corregir al otro ladrón y defender a Jesús, que era objeto de burlas.
Contaba una amiga que tiene miedo a volar en avión, que durante un vuelo turbulento, se dio cuenta de que su compañera de asiento estaba más asustada que ella; entonces se puso a tranquilizarla, y cuando menos pensó se dio cuenta de que se le había olvidado su propio mareo y había superado sus nervios.
Otro amigo platicaba que cuando iba a sus sesiones de quimioterapia, al principio se la pasaba callado, temeroso, y las horas que pasaba ahí se le hacían interminables, pero luego vio que había otros pacientes que se veían necesitados de consuelo, así que aprovechó para escucharlo, hablarles de Dios, darles ánimos. Y el tiempo se le pasaba sin sentir.
Salir de nosotros mismos y amar, nos hace a todos mucho bien.
Jesús en la cruz no estaba concentrado en Sí mismo, en Su propio dolor. Por eso fue capaz de pedirle al Padre que nos perdonara, encomendarnos a Su Madre, prometerle el paraíso al ‘buen ladrón’.
Y éste tampoco estaba concentrado en sí mismo.
Y sin saberlo, cumplió lo que pedía Jesús (ver Mt 16,24), se negó a sí mismo, es decir, se olvidó de sí y antepuso los intereses de otro a los propios, y tomó su cruz, es decir, amó hasta el extremo, y halló el camino de la paz y de la santidad.
2. “...estando en el mismo suplicio?”
Estando los tres crucificados, el ‘buen ladrón’ hubiera podido pensar, ‘para qué me meto, si los tres ya nos vamos a morir, qué caso tiene que yo moribundo defienda a ese moribundo de ese otro moribundo?, y también: ‘¿con qué derecho le digo algo a ése si está en las mismas que yo?’
A veces nos dejamos llevar por el desánimo, la desesperanza, el ‘no tiene caso’, el ‘¿ya para qué?’ Pero el ‘buen ladrón’ no consideró que el hecho de que le faltaran unos minutos para morir o ser tan ladrón como el otro, fuera razón para no hacer nada. Y tuvo razón...
Mientras haya vida, estamos comprometidos a poner todo lo que somos y tenemos al servicio de los demás, y el hecho de que haya poco tiempo o que estén pasando por iguales circunstancias a las nuestras no es, no debe desanimarnos, sino apresurarnos a intervenir.
3. “Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos”
Dice un dicho: ‘no juzgues a otros sólo porque sus pecados son distintos a los tuyos’; como quien dice, que todos cometemos pecados, así que el hecho de que otro peque de manera distinta a la mía, no me da derecho ni a juzgarlo ni a sentirme mejor que él.
El ‘buen ladrón’ reconoció que había pecado, y si se atrevió a corregir al otro ladrón, no fue para humillarlo o dárselas de santo, sino para ayudarlo a comprender y enmendar su error, cuando todavía había tiempo...
No era como el fariseo que se sentía mejor que el publicano (ver Lc 18,10-14), sino que asumiendo su propia miseria, quiso ayudar a otro que estaba en la misma situación que él.
Realizó así lo que en cristiano llamamos ‘corrección fraterna’.
4. “Pero éste ningún mal ha hecho”
El ‘buen ladrón’ estaba convencido de la inocencia de Jesús y no se quedó callado, por temor a alguna represalia, por ejemplo contra su familia, sino que consideró su deber expresar públicamente que Jesús era inocente.
No quiso desentenderse de la injusticia que se cometía contra Jesús, no quiso voltear hacia otro lado, poner pretextos.
Eligió intervenir y se cumplió en él lo que anunció Jesús, fue bienaventurado, y en su hambre de justicia, fue saciado. (ver Mt 5, 6).
5. “Señor...”
Llamó a Jesús: ‘Señor’.
Quizá no tenía claro todo lo que implicaba ese título, pero sí lo reconocía como Aquél en quien podía poner su esperanza de salvarse.
Y no quedó defraudado.
6. “Cuando llegues a Tu Reino...”
Crucificado, cubierto de sangre, con el rostro desfigurado por los golpes, Jesús estaba muy lejos de parecer Rey, y sin embargo el ‘buen ladrón’ supo reconocerlo.
Nos cuesta descubrir el valor de los demás, especialmente en los que están más lejos de nuestro concepto de lo ‘valioso’, y más nos cuesta ver a Jesús en los demás (sobre todo cuando menos se le parecen); tenemos que aprender de este hombre a ver más allá de las apariencias, y a recordar que este Rey un día nos convocará a todos y nos dirá: “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a Mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
7. “Acuérdate de mí”
El ‘buen ladrón’ no exigió nada, no se sintió con derecho a nada; sólo pidió ser recordado.
¡Y vaya que lo fue! Ese mismo día, Jesús lo recibió a Su lado.
Con base en antiguos relatos apócrifos, se conoce a este ‘buen ladrón’ con el nombre de ‘san Dimas’, e incluso se le celebra el 25 de marzo.
Pidámosle que ruegue por nosotros, para que sepamos imitarlo en las virtudes con las que se ‘robó’ el cielo: la oportuna caridad con la que corrigió a su hermano, el amor con el que defendió a Jesús; la fe, que le permitió reconocerlo como Señor, y la esperanza, que lo ayudó a confiar en entrar al Reino, no por mérito propio, sino porque se supo encomendar al Rey, oportunamente y con toda humildad.