Al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo
Alejandra María Sosa Elízaga**
‘Pues yo sólo lo llamo Dios’, dijo ufano un joven en un retiro en el que salió el tema de cómo nos dirigimos a Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Y explicó: ‘Le digo: Dios, por favor concédeme esto, y cuando me lo concede le digo: ¡gracias, Diosito!, y ya, no me complico.’
Una señora le contestó que de lo que se trataba en la oración no era de no complicarse, sino de establecer una comunicación personal con Dios, y que ella sentía que decirle a Dios solamente ‘Dios’ era como llamarlo por su apellido.
Nos dio risa su comparación.
Contó que en donde ella trabajaba, el jefe le solicitaba los trabajos enviándole un memo en el que sólo la llamaba por su apellido.
Y a ella eso le parecía muy seco, muy impersonal.
Pero entró a su misma área una compañera que se apellidaba como ella, y entonces al jefe no le quedó más remedio que dirigirle los memos llamándola por su nombre, más aún, como éste era muy largo, usaba el diminutivo, lo cual hacía que sonara más amable, casi afectuoso (pues así le dicen en su casa), y hacía que ella se sentía más a gusto recibiendo aquellos memos y realizando lo que le pedían.
Una persona añadió que en la Biblia se ve que cuando Dios se dirige a alguien no le dice: ‘oye, humano, te pido tal o cual cosa’, sino que lo llama por su nombre, así que habría que corresponder y no solamente dirigirse a ‘Dios’ diciéndole ‘Dios’.
Desconcertado el muchacho preguntó, ya no tan ufano, si entonces había hecho mal en rezar como acostumbraba.
Varios respondimos de inmediato que no, que lo más importante, al fin y al cabo, es dirigirse a Dios.
Alguien hizo notar que todos en algún momento, decimos: ‘¡Bendito sea Dios!’ o ‘¡Ayúdame, Dios mío!’.
Aclaramos que lo que se estaba planteando no era que estuviera mal, sino sólo que no debía ser la única manera de hablar con Dios.
Coincidimos en considerar que ya que Dios es Trinidad, es muy rico y más íntimo en la oración dirigirse al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo de manera especial, personal, particular, diferenciada.
Y eso no es ‘complicarse’, todo lo contrario, es entrar en una relación tan directa y sencilla como la que uno tiene con sus seres más allegados, más amados.
Y así, por ejemplo, llamar Padre a Dios te hace sentirte como un niño pequeño en Sus brazos, cobijado, amado, atendido, protegido, cuidado.
Te hace mirar a lo alto y saber que habitas en Su casa, que dondequiera que vayas te sigue Su mirada amorosa, y que si llegas a alejarte, no se cansa de esperar tu regreso, y te sale al encuentro con los brazos abiertos y el corazón dispuesto a hacer fiesta.
Dirigirte a Jesús en la oración es dialogar no sólo con tu Señor, sino con Aquel que por amor a ti quiso hacerse tu hermano, para rescatarte del pecado y de la muerte.
Es sentirlo cercano, siempre presente, siempre dispuesto a caminar contigo, a aconsejarte con Su Palabra, a consolarte, sonreírte, exhortarte y reprenderte si lo necesitas, sostenerte para que no tropieces, perdonarte si te sueltas de Su mano y caes, sumergirte en Su infinita misericordia, amarte como lo ama el Padre e invitarte a permanecer en Su amor para siempre.
Invocar al Espíritu Santo es descubrir cómo te ilumina, te inspira, te guía hacia la Verdad; es pedir y recibir Sus dones y carismas; es dejarte conducir por Él, saber que es tu Abogado, Tu Defensor, el que habla e intercede por ti, el que te enseña a salir de los atolladeros en que te metes; es descubrir que, como dice san Pablo en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa, (ver Rom 5, 1-5) “Dios ha infundido Su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que Él mismo nos ha dado”
No hay que conformarse con mantener una con Dios un trato distante o impersonal si puedes entablar una relación personal con cada una de las Divinas Personas de la Santísima Trinidad.
Y no es complicado, es tan sencillo, tan natural, tan sabroso como dirigirse con amor a un ser amado.