Conversión + perdón = salvación
Alejandra María Sosa Elízaga**
De todos los temas que Jesús hubiera podido pedir a Sus discípulos que predicaran a todas las naciones, ¿cuál eligió?
Nos lo dice el Evangelio que se proclama en Misa este Domingo en la Solemnidad de la Ascensión (ver Lc 24, 46-53).
En él se narra que luego de la Resurrección y antes de subir al cielo, Jesús dijo que “en Su nombre se había de predicar a todas las naciones...la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados.” (Lc 24, 57).
¿Por qué eligió este tema?
¡Porque contiene en sí mismo un programa de vida para todos!
Para captarlo vale la pena examinarlo parte a parte.
EN SU NOMBRE
Los discípulos no son enviados atenidos a sus propias fuerzas ni en nombre propio, sino en el nombre de Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre; van de parte de Aquel que venció el pecado y la muerte. Esto significa, por una parte, que En Él y con Él encuentran la fuerza para enfrentar toda clase de desafíos; la luz para no caminar en tinieblas, y, por otra parte, que tienen el compromiso de ser Sus testigos, dar un testimonio creíble de ser Sus seguidores: amar como Él, perdonar como Él, tender a todos la mano como Él.
SE HABÍA DE PREDICAR
No sólo de palabra, sino de obra.
La primera vez que Jesús envió a Sus discípulos, no sólo les dio instrucciones sobre lo que debían decir, sino también cómo debían de comportarse (ver Lc 9, 1-6).
Decía Martí que la mejor manera de decir es hacer....
Jesús los envía a anunciar la Buena Nueva a un mundo que la necesita desesperadamente.
Los envía a predicar, a los que están necesitando escuchar un mensaje que los rescate de la desesperanza, de la violencia, de la depresión, de la miseria espiritual, de la sinrazón de su existencia.
A TODAS LAS NACIONES
No excluye a nadie, no deja a nadie fuera.
El cristiano no puede limitar el número de gente a la que está dispuesto a predicarle, de palabra y de obra.
Debe estar dispuesto a hacerlo para todos, creyentes y no creyentes, cercanos y alejados, para los que acogen gozosos el mensaje y para los que de momento lo rechazan.
Como dice, simpáticamente, el Papa Francisco, ‘el cristiano no puede sacarle el cuero a nadie’, es decir, sacarle la vuelta, evadir a nadie.
LA NECESIDAD DE VOLVERSE A DIOS
O, lo que es lo mismo, la necesidad de conversión, de cambiar de rumbo y enderezar los pasos para reorientarlos hacia Dios.
Y cabe hacer notar que en este punto no hay por ningún lado, en letritas chiquitas ese aviso: ‘se aplican restricciones’, para significar que esto no es para todos, que hay algunos a quienes no aplica. Aplica a todos.
Eso significa que Jesús considera que todos estamos necesitados de volvernos a Dios, lo mismo los llamados ‘católicos comprometidos’, que los que sólo se reconocen católicos cuando deben llenar un formulario y poner algo en el renglón de ‘religión’. Todos. (ver 1Jn 1,8-9).
Y si alguno dice: ‘pero yo no necesito convertirme, yo ya creo en Dios, voy a Misa el domingo, doy limosna de vez en cuando’, habría que pedirle que se examine más a fondo con relación al único mandamiento que Jesús nos dejó: amarnos unos a otros como Él nos ama (ver Jn 13, 34-35).
Quien se crea muy ‘en orden’ debería preguntarse si realmente todo lo que piensa y dice, de los demás y de sí mismo, tiene como fuente un amor como el de Dios. Si todo lo que hace y deja de hacer está motivado por el amor a Dios y a los otros. Si todo lo que es y tiene lo ha puesto a disposición de Dios y del prójimo. Si hace ese análisis bien y a fondo, no tardará en descubrir que no estaba tan libre de pecado como creía...
Un cuestionamiento semejante siempre arroja luz sobre los rincones más oscuros, ésos tal vez habitados por el egoísmo, la soberbia, la pereza, el rencor o quién sabe qué otras actitudes sombrías que muestran que no hay nadie que no esté necesitado de conversión.
PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS
No sólo se detecta la necesidad de conversión, también se anuncia el perdón.
¡Qué consuelo!
Queda claro que pedirnos que admitamos nuestra necesidad de volvernos hacia Dios, no tiene como objetivo que nos sintamos mal por habernos apartado de Él, y mucho menos que nos creamos irremediables ¡nada de eso!
Como dice en la Biblia, el Señor no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (ver Ez 18, 23 ).
El Padre no quiere que nadie se pierda (ver Jn 6, 39; 2Pe 3,9).
Lo que Jesús busca es que nos demos cuenta de nuestra sed para anunciarnos que ¡existe una fuente que puede saciarla!
Lo primero es hacernos conscientes de que estamos necesitados de perdón, lo segundo es ¡otorgarnos ese perdón!
Y es que el perdón es ¡tan necesario!
Nos permite poder volver a empezar cada día; nos libera de las cargas que veníamos arrastrando; nos aligera y nos alegra con un borrón y cuenta nueva gracias al cual renovamos nuestra fuerza para luchar contra el pecado, y alimentamos nuestra esperanza de lograrlo.
Sin el perdón no se le ve sentido a la conversión; sin el perdón no hay esperanza.
Recuerdo el caso de un señor que pasó muchos años maltratando a su esposa.
Cuando ella lo abandonó, él se pasó la noche sin poder dormir, pensando, recordando cómo se había comportado y dándose cuenta de que había sido un monstruo.
Genuinamente arrepentido, fue, avergonzado a buscarla para pedirle perdón.
Pero ella no quiso perdonarlo.
Él insistió, rogó, lloró, se humilló, pero no logró nada.
Ella no creía en que él pudiera cambiar y no quiso volver con él.
La falta de perdón de ella lo desconcertó, luego lo indignó, después lo enfureció.
Y es que cuando la gente pide perdón y no es perdonada, suele activársele un mecanismo de autodefensa que puede resultar desastroso.
Como no resistiría pasar el resto de su vida sintiéndose mal por lo que ha hecho, quedar para siempre a deber aquello que no le fue perdonado, empieza a darle la vuelta a las cosas, se pone a pensar mal de quien no le perdonó, busca maneras de justificar lo que le hizo a esa persona y al final termina por convencerse de que es inocente, de que la culpable es la otra persona.
Recupera, corregido y aumentado, el coraje y el rencor que le tenía.
Sólo el perdón puede rescatar a alguien de ese engaño, de esa espiral autodestructiva.
Saber que aunque haya quien te niegue su perdón, Dios nunca te lo niega.
Que aunque alguien ponga oídos sordos a tu súplica de perdón, Dios jamás la desoye, y siempre, y subrayo el siempre, está dispuesto a perdonar a quien le pide perdón.
Y con el perdón de Dios, que es total, incondicional y gratuito, viene también Su gracia, que infunde en el alma la fuerza para superar el pecado y el propósito de no volver a cometerlo.
Aquí sucede como con un obrero que trae su ropa de trabajo: no le importa mancharla, al fin que ya está manchada, qué más le da. Pero cuando termina de trabajar y se pone su ropa limpia, ahí sí se cuida de no ensuciarla.
Sentirse irremediable puede orillar a alguien a sumirse más en el pecado, al fin que ya pecó, qué más le da seguir pecando.
Pero saberse perdonado, limpio de nuevo de todo aquello que venía arrastrando, lo motiva a cuidar de no volver a ‘ensuciar’ su alma con actitudes contrarias al amor que Dios pide y espera de Él.
El enviar a Sus discípulos a anunciar el perdón de los pecados, Jesús los está enviando a sembrar esperanza en los corazones, a abrirle a la gente una puerta que la haga sentir que tiene remedio, que puede ser perdonada y cambiar, que no tiene que resignarse a seguir siendo igual toda la vida.
Los está enviando a anunciar lo único que puede salvar al mundo: la conversión y el perdón.
Que cada uno se vuelva a Dios y se tome de Su mano para caminar con Él paso a paso. Y si por débil, tonto o malo, se llega a soltar y se aleja, vuelva pronto, pida perdón y experimente la sanación y el consuelo de Su abrazo.