Sus ovejas
Alejandra María Sosa Elízaga**
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¿A qué me refiero?
A lo que requieres para ser oveja de Jesús.
En este Cuarto Domingo de Pascua, también conocido como ‘Domingo del Buen Pastor’, en el Evangelio que se proclama en Misa (ver Jn 10, 27-30), dice Jesús: “Mis ovejas escuchan Mi voz; Yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10,27).
Sólo se nos piden tres requisitos. Cabe considerar en qué consiste cada uno.
‘escuchan Mi voz’
Hablamos demasiado.
Dirigimos a Dios torrentes de peticiones, súplicas, alabanzas y acciones de gracias, todo lo cual es muy bueno, pero solemos dejarlo esperando a ver a qué horas nos callamos para escucharlo.
Muchos van por la vida con el audífono insertado en la oreja y muchos otros se la pasan viendo tele o escuchando el radio en casa o en el transporte público, en las oficinas, en casi cualquier sitio a donde están o van.
Estamos rodeados de ruidos, de sonidos, de palabras.
Así no se alcanza a escuchar la voz del Pastor.
Peor aún, se corre el riesgo de confundirla con la de otros, con la de ‘pastores piratas’ cuya intención no es pastorearnos en verdes praderas sino más bien extraviarnos en cañadas oscuras.
Necesitamos abrir espacios para escuchar al Señor.
Y si alguien se pregunta: ‘¿pero cómo?, si Dios ¡no me habla!’, habría que responder: ¡Claro que habla! El problema es que no lo sabemos escuchar.
Habla de manera privilegiada a través de Su Palabra.
Para escucharlo hay que incluir en la oración diaria un ratito para leer y meditar un trozo de la Escritura, por ejemplo, las Lecturas de la Misa de ese día, o algún Salmo, o un pedacito del Evangelio.
También hay que aprender a escuchar la voz de Dios en quienes nos rodean (Dios suele servirse de lo que otros nos dicen, nos señalan, nos critican, para llamarnos la atención sobre algo que debemos hacer o corregir...).
También a través de los acontecimientos, a nivel mundial, nacional, familiar. En lo que sucede a otros y en lo que ocurre en nuestra vida, Dios nos habla, nos exhorta, nos cuestiona, nos invita a sentirlo presente y a orientar o reorientar nuestros pasos hacia Él.
Para ser oveja de este rebaño es indispensable reconocer la voz del Pastor, saber cómo te habla, cómo suele hacerte llegar un mensaje, cómo acostumbra comunicarte algo, darte a conocer Su voluntad.
‘Yo las conozco’
En la Biblia, el verbo ‘conocer’ no se entiende como un: ‘mucho gusto, te presento a fulano’; no consiste en tener el conocimiento que te da saber el nombre y apellido de alguien o si estudia o trabaja.
Conocer, en el sentido bíblico, se refiere a una relación personal, íntima (recordemos que María le dijo al Ángel Gabriel que ella ‘no conocía varón’ (Lc 1, 34); no significaba que no le hubieran presentado a ningún hombre, sino que no había tenido relación íntima con ninguno, que permanecía virgen).
Tenemos entonces que es indispensable, para ser en verdad ovejas del Pastor, que Él nos conozca, es decir, no sólo que sepa que existimos (ya lo sabe, Él nos creó), sino que tengamos con Él una relación íntima.
Y ¿cuál es el medio privilegiado para lograrlo? La Eucaristía. Cuando comulgamos nos unimos a Cristo con una unión mayor aún que la que puede haber en la unión conyugal, pues aunque los esposos se unan, no pasa uno a formar parte del otro, y en cambio cuando comulgamos, el Señor entra a nuestro interior y nos hace uno con Él.
También, para que el Señor nos ‘conozca’, hemos de estar dispuestos a acercarnos a Él, a dedicar tiempo a visitarlo, a orar ante Él (expuesto en la Custodia o reservado en el Sagrario); a mantener a lo largo del día, la conciencia de Su presencia en nuestra vida, a mantener con Él una relación amorosa, no permitir que se convierta en un desconocido al que nunca visitas, al que tratas solamente muy de vez en cuando, cuando necesitas que te haga un favor o cuando hay una celebración por la cual tienes que asistir a la iglesia...
Cabe mencionar también que otro medio para que el Señor nos ‘conozca’, es salir a Su encuentro en la persona de los pobres y necesitados.
Que un día pueda decirnos que cuando tuvo hambre le dimos de comer, cuando tuvo sed, le dimos de beber, cuando estuvo desnudo lo vestimos, cuando fue forastero lo hospedamos, cuando estuvo enfermo o encarcelado fuimos a verlo (ver Mt 25, 31-46).
Que pueda decirnos: ‘te conocí cuando viniste a asistirme, te conocí cuando me tendiste la mano...’
El Pastor integra Su rebaño sólo con las ovejas que ‘conoce’...
‘y ellas me siguen’
No basta escuchar la voz del Pastor. o que nos conozca, hay que seguirlo.
Pasar de contemplarlo o incluso admirarlo desde lejos, a ser de los que se atreven a seguirlo.
Seguirlo en el amor, en el perdón, en la comprensión; seguirlo al encuentro de algunos a los que tal vez preferiríamos ignorar, pero que Él nos pide ayudar, comprender, perdonar.
Seguirlo hasta la cruz, es decir, al amor hasta el extremo, la donación total.
No es fácil.
Pero para animarnos a ello conviene que tengamos en cuenta dos cosas: la primera, es que el seguimiento no termina en la cruz. En el Evangelio dominical afirma Jesús que a Sus ovejas les da la vida eterna (ver Jn 10, 28).
Y la otra es que Aquel que nos invita a seguirlo, no va por delante desentendiéndose de nosotros, sino que nos tiene paciencia, nos espera, nos acompaña, nos conduce; si nos perdemos nos busca y nos rescata; si caemos nos levanta; si nos cansamos, nos hace reposar en verdes prados para recobrar las fuerzas y nos da a beber agua de Su fuente; así, aunque atravesemos por valles y barrancos, no tenemos nada que temer, porque Él se mantiene siempre a nuestro lado.
Pidámosle al Señor la gracia de escucharlo, conocerlo y seguirlo, para que nos admita en Su redil.
Vale la pena pertenecer a este rebaño, porque el Pastor ha dicho que Sus ovejas no perecerán jamás, y que nadie las arrebatará de Su mano.