Testigo muda pero elocuente
Alejandra María Sosa Elízaga**
A diez personas distintas se les prestó un maniquí y se les pidió que lo envolvieran muy cuidadosamente en tela.
Cada persona entraba a un salón, envolvía su maniquí y salía.
Luego se descorrió una cortina que ocultaba a los otros maniquíes y una por una cada persona pasó a ver si podía reconocer, entre los diez maniquíes, el que ella había envuelto.
Todas lo lograron.
¿Por qué?
Porque cada una había envuelto el suyo de una manera distinta y tenía presente la forma particular como lo había acomodado.
Recordé esto al leer el Evangelio según San Juan que se proclama este domingo de Pascua (ver Jn 20, 1-9).
Dice que cuando María Magdalena les avisó a Simón y a otro discípulo -que se considera era el propio San Juan- que en el sepulcro no estaba el cuerpo de Jesús, ambos corrieron hacia allá.
Juan llegó primero, esperó respetuoso a Pedro y cuando al fin entró "contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte...y vio y creyó." (Jn 20,6-8).
¿Qué pasó ahí?, ¿cómo fue que sólo por ver unos 'lienzos puestos en el suelo' Juan creyó en la Resurrección?
Porque vio ¡mucho más!, algo que en este texto no se alcanza a percibir porque según expertos biblistas al traducirlo se eligieron dos términos que no le hacen justicia al original:
El primero es 'lienzos', que suena a 'vendas' (incluso así viene en algunas Biblias), cuando en realidad se refiere a un lienzo, a esa sábana que, según los Evangelios sinópticos usó José de Arimatea para envolver el cuerpo sin vida de Jesús (ver Mt 27, 59; Mc 15, 46; Lc 23, 53).
El segundo es 'puestos en el suelo'. En una copia del Evangelio muy antigua que se conserva en el Museo Británico de Londres se especifica que el lienzo estaba no sólo 'puesto' sino 'allanado en el suelo', es decir, 'desinflado', en otras palabras que el cuerpo que había sido envuelto en él había desaparecido dejando el lienzo vacío pero intacto.
Ello significaba que quien estuvo envuelto en ese lienzo ni se incorporó de manera normal, pues no lo hizo a un lado, ni su cuerpo fue robado, pues los ladrones necesariamente hubieran tenido que desarreglar el lienzo, sino que simplemente se esfumó.
Es por eso que al verlo Juan creyó, claro, porque así como estuvo al pie de la cruz, cabe pensar que estuvo también con quienes llevaron a Jesús al sepulcro, y ayudó a arropar a su amado Maestro con todo el cuidado y la veneración que le merecía, y así como aquellas personas pudieron identificar sus maniquíes porque recordaban cómo los habían envuelto, así Juan se acordaba perfectamente de cómo había quedado la sábana que cubría a su Maestro, por lo que al verla tal como estaba hacía tres días, con cada arruguita, cada doblez, pero hueca, no tenía más explicación que la de que Jesús había desaparecido milagrosamente, no había permanecido muerto en el sepulcro, resucitó como se los había anunciado.
Dice el propio Juan que fue en ese momento cuando por fin logró comprender lo que era la Resurrección, porque "hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos" (Jn 20,9).
En este Domingo de Pascua el Evangelio nos invita a compartir el estremecimiento de emoción y alegría que sacudió a Juan cuando comprendió que Jesús había resucitado.
Él creyó al ver aquella sábana vacía.
Nosotros le llevamos de gane porque por encima del testimonio, mudo pero elocuente, que sigue dando por la imagen inexplicablemente impresa en ella, la Sábana Santa, tenemos la Palabra de Dios que nos lo anuncia y nuestra propia vivencia, el haber experimentado a Jesús, Vivo y Presente a nuestro lado.