Saber decir, saber callar
Alejandra María Sosa Elízaga**
Decía San Ignacio de Loyola en sus famosos ejercicios espirituales: “todo buen cristiano ha de estar más dispuesto a salvar la proposición del próximo, que a condenarla”
En otras palabra, siempre hay que presuponer la buena intención del prójimo, disponernos no a juzgarlo sino a comprenderlo y disculparlo.
Nos cuesta porque estamos muy acostumbrados a descalificar, criticar, condenar.
A las primeras de cambio nos descubrimos valorando negativamente lo que dicen o hacen otros, dando por hecho que sabemos qué los motiva, cuando en realidad no tenemos ni idea, pues sólo Dios puede penetrar las conciencias y saber lo que hay en los corazones.
Así pues, a nosotros no nos toca señalar sino respetar.
En ese sentido, resulta muy conmovedor escuchar, en el relato de la Pasión según san Lucas que se proclama este Domingo de Ramos en Misa (ver Lc 22, 14-23.56), cómo este evangelista, que era médico y por lo visto uno muy compasivo, va narrando con verdadero espíritu cristiano, lo que hicieron o dejaron de hacer quienes participaron en aquellas horas decisivas.
Por ejemplo, cuando narra que los apóstoles se durmieron en el Huerto, luego de que Jesús les reveló que sentía una tristeza mortal y les pidió que velaran y oraran, san Lucas no dijo, pudiendo hacerlo, ‘y esos desconsiderados dejaron solo a Jesús y se durmieron’, o ‘les dio pereza y se durmieron’, o ‘atreviéndose a desobedecer a su Maestro, se durmieron’.
No les echó tierra, todo lo contrario, los disculpó.
Escribió que estaban “dormidos por la pena” (Lc 22, 45). Buscó la explicación más caritativa.
Luego, al narrar el momento en que llegó la turba a aprehender a Jesús y Pedro cortó de un tajo la oreja del siervo del Sumo Sacerdote, Lucas, al igual que Marcos y Mateo, no dijo quién lo hizo.
No quiso ‘quemar’ a Pedro.
¿Cómo sabemos que éste fue? Porque lo mencionó san Juan en su Evangelio, desde luego con anuencia del propio Pedro, que no tuvo empacho en que se viera lo impulsivo que era, quería que quedara claro que era un pecador, que Jesús lo escogió sin mérito de su parte; y que era la pura gracia de Dios la que lo sostenía.
Lucas pudo escribir: ‘Y Pedro, ignorando olímpicamente las enseñanzas de Jesús acerca de amar al enemigo y poner la otra mejilla, le cortó salvajemente la oreja’, o ‘Y Pedro, impulsivo como siempre, sin pensarlo dos veces, le cortó la oreja’, o ‘Y Pedro, del que no se sabe por qué traía consigo una espada si era discípulo del que vino a predicar la paz, la sacó y contraviniendo expresamente las enseñanzas de Su Maestro, le cortó la oreja al siervo del sumo sacerdote...’
Nada de eso escribió san Lucas.
Simplemente escribió, refiriéndose a los que estaban con Jesús: “y uno de ellos hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha” (Lc 22, 50).
Y luego se aseguró de mencionar que Jesús “le tocó la oreja y le curó” (Lc 22,51), no quiso que fuera a quedar la mala impresión de que lo que hizo Pedro fue, además de malo, irremediable.
Es el único de los evangelistas que narra que al momento de las negaciones de Pedro, Jesús se volvió a mirarlo y luego, al igual que Mateo, no sólo narra que Pedro lloró sino dice que lloró “amargamente” (Lc 22, 62), como para enfatizar el dolor y arrepentimiento del apóstol por haber negado a Su Maestro.
Descubrir esta manera misericordiosa de relatar las cosas nos mueve a preguntarnos: y nosotros, cuando nosotros narramos algo, ¿sabemos disculpar u omitir lo malo y resaltar lo bueno, o con el pretexto de decir la verdad, se nos va la lengua diciendo cosas que lastiman la buena fama de otros?
Qué estupendo sería iniciar la Semana Santa aprovechando de aquí en adelante, el ejemplo de san Lucas y también de nuestro nuevo y ya muy querido Papa Francisco, a quien tampoco le gusta hablar mal de nadie, ni siquiera de quienes hablan mal de él (por ejemplo: aunque sabía qué persona hizo llegar a los Cardenales electores unos textos en los que lo calumniaban acusándolo de haber colaborado con la dictadura argentina, y gastó millones de pesos en pagos a cierto periódico para que publicara dichas calumnias, no sólo no ha dicho nada malo de ella, sino que incluso tuvo el gesto de saludarla con un beso).
Pidámosle a san Lucas que ruegue por nosotros al Señor, para que nos conceda la gracia de amar primero y hablar después, y que si acaso hemos de comentar algo acerca de los demás, sepamos decir lo bueno y callar lo malo.