Seis tentaciones
Alejandra María Sosa Elízaga**
¿Sabes qué tentación puede hacerte caer?
Es una pregunta importantísima que tienes que saber responder, porque de ello depende si caes o no en la tentación.
¿Qué es una tentación?
Una prueba.
Una situación que se te presenta en la que te ves ante la disyuntiva de optar por cumplir o no la voluntad de Dios
Enfrentamos tentaciones todos los días a todas horas.
Continuamente tenemos que optar, por ejemplo, entre callar o contar un chisme; ser amables o responder groseramente a quien nos ha agredido; mantener un rencor o perdonar; dar una ‘mordida’ o proceder con honestidad; engañar a otro o decirle la verdad; ir a Misa el domingo o dedicar ese tiempo a otra actividad...
Algo que conviene saber acerca de la tentación es que es un saco a la medida, ¿qué significa esto? que cada uno enfrenta sus propias tentaciones, lo que te hace caer a ti puede no hacer caer a otro; puede ser que tú eres capaz de mantenerte fiel en una relación, pero fácilmente te dejas llevar por la ira, y en cambio hay otra persona que no se enoja por nada, pero engaña a su cónyuge o a su jefe.
Es importante conocer qué nos tienta, para estar preparados y no caer.
Y ¿cómo podemos prepararnos?
Haciendo lo mismo que hace un niño pequeño que para no caer se toma de la mano de alguien mayor que lo sostenga si tropieza.
También nosotros nos tomamos de la mano del Señor.
Sólo Dios puede sostenernos.
Tenemos dos ejemplos de ello.
Uno, el de Jesús, que se narra en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Lc 4, 1-13).
El otro, el del Papa Benedicto XVI.
Narra el Evangelio que luego de que Jesús pasó cuarenta días en el desierto, fue tentado por el demonio.
También el Papa durante alrededor de treinta que ha estado sirviendo a la Iglesia, primero como Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe y luego como Sumo Pontífice, ha sido tentado también.
Cada uno a su medida.
Jesús fue tentado en Su condición de Mesías enviado por Dios.
El Papa fue tentado en su condición de alto jerarca de la Iglesia.
Y ambos, tomados firmemente de la mano del Padre, superaron la tentación.
La primera tentación que sufrió Jesús fue la de cambiar las piedras en pan para saciar el hambre que sentía tras cuarenta días de ayuno.
Se sintió tentado a usar Su poder en Su propio beneficio, pero resistió esa tentación.
Y recordemos que cuando por fin hizo un milagro con panes, no fue para saciar Su apetito, sino para alimentar a toda una multitud.
También el Papa sintió la tentación de usar su poder en su propio beneficio, pero no cayó.
Nunca abusó de su poder, nunca pidió privilegios ni para sí ni para los suyos.
No tenía lujos. Su cuarto era austero, sus alimentos también.
Cuando era Cardenal manejaba un cochecito compacto bastante usado y solía almorzar un emparedado de pan negro y un café en un restaurantito alemán cercano al Vaticano.
Y cuando tenía que ejercer su autoridad, lo hacía con delicadeza y siempre para bien de la Iglesia.
La segunda tentación que padeció Jesús fue la de dejarse seducir por el mundo y adorar a Satanás.
Jesús resistió esa tentación.
El mundo y sus riquezas no lo sedujeron, y el diablo ¡menos!
Eligió nacer pobre, trabajar toda Su vida, vivir modestamente, cumplir el plan de salvación del Padre desde abajo.
Y cuando se puso de rodillas no fue para adorar a Satanás sino para lavar los pies a los Doce.
Tampoco al Papa cayó en la tentación de dejarse seducir por el mundo.
Nunca transigió, no cedió en sus posturas con tal de ganar adeptos y aplausos.
Fue criticado, se burlaron de él a más no poder por defender firmemente la fe de la Iglesia que le fue entregada en custodia.
Nunca cedió a la tentación de adorar al mundo, renunciar a sus convicciones por buscar la popularidad.
La tercera tentación que sufrió Jesús fue la de no seguir el plan de salvación del Padre, sino forzarlo a intervenir de manera espectacular: arrojarse de lo alto para que Su Padre tuviera que enviar ángeles a sostenerlo.
Jesús no cedió a la tentación de hacer algo que forzara a la gente a creer en Él.
Eligió el camino del convencimiento, del abajamiento.
Y cuando Su Padre envió ángeles a sostenerlo fue en el huerto, cuando sudó sangre, cuando aceptó beber el más amargo cáliz, cuando se abandonó completamente a Su voluntad y se dispuso a conseguirnos la Gloria a través de la cruz.
El Papa tampoco cedió a la tentación de poner a prueba a Dios u obligarlo a intervenir espectacularmente a su favor.
No le dijo: ‘ya no tengo fuerzas, ahora rejuvenéceme’, ‘Tú me pusiste en este puesto, ahora vuélveme un súper hombre’.
Cuando sintió que ya no tenía fuerzas, no pretendió de Dios más intervención que la de hacerle sentir si aprobaba su intuición de que le había llegado la hora de dimitir.
Y seguramente también la de pedirle fuerzas para tomar esa difícil decisión.
Y también, qué duda cabe, la de pedirle esas mismas fuerzas para nosotros, que nos quedamos sin él.
Seis tentaciones distintas y una sola manera de vencerlas: con la ayuda de la gracia divina.
Este domingo la Palabra de Dios viene oportuna a recordarnos qué hacer cuando enfrentemos la tentación: tomarnos de la mano del Señor, que no sólo nos sostendrá para evitarnos caer, sino nos conducirá por el camino mejor, el de nuestra salvación.