Mar adentro
Alejandra María Sosa Elízaga**
Desde que enviudó tu suegra se volvió más criticona y entrometida; cuando la visitas no ves la hora de salir de allí más rápido que aprisa. Entonces se enferma y tal vez pides ‘piadosamente’: ‘Señor recógela, para que no sufra’. Pero el Señor no sólo no la ‘recoge’, sino permite que se mejore, pero ya no puede seguir viviendo sola. Tu cónyuge se la lleva a vivir a tu casa. Ahora te toca atenderla ¡a ti!
Harto de las ‘broncas’ en tu trabajo, solicitas una chamba en otra parte. Ya te sueñas lejos de tu irascible jefe y de compañeros con los que no te sueles llevar. Entonces en el otro empleo te avisan que por ahora no te van a poder contratar. No te queda más que renunciar o quedarte, e intentar contribuir a mejorar el ambiente en lugar de simplemente huir.
Estuviste todo el día atendiendo gente, ya sientes ‘bomba’ la cabeza, no puedes más, ya lo que quieres es irte a descansar, pero en el instante en que te dispones a cerrar, llega alguien a solicitar tu ayuda diciendo que es urgente.
Hay veces en que sientes que las circunstancias te empujan a meterte a fondo en una situación de la que hubieras deseado salir corriendo, porque pide de ti más amor, más paciencia, más comprensión, más disponibilidad de la querrías dar.
En un caso así, ¿cómo reaccionar?
Puedes enojarte, despotricar, hacerte el hígado ‘chicharrón’.
O bien puedes reaccionar como Simón.
¿Y cómo reaccionó él?
Lo descubrimos en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Lc 5, 1-11).
Allí se nos narra lo que sucedió un día en que Jesús se puso a predicar a orillas del lago de Genesaret desde la barca de Simón.
Éste y sus compañeros habían pasado la noche entera intentando pescar y no habían conseguido nada, así que ya estaban lavando las redes, como quien dice, habían decidido dar por finalizada su decepcionante jornada.
Cuenta el Evangelio que cuando Jesús terminó de predicar le dijo a Simón: “Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar” (Lc 5, 4).
¡Podemos imaginar la cara que ha de haber puesto Simón cuando oyó tal propuesta!
Probablemente le vinieron a la mente las escenas de la noche anterior, las incontables veces en que lanzaron las redes al agua, esperaron y esperaron, las recogieron, vieron que estaban vacías, las volvieron a arrojar y así una y otra vez y no pescaron nada. Seguramente él y sus compañeros se sentían hartos, frustrados, cansadísimos, ya lo que querían era olvidar el mal rato e irse a su casa a dormir.
¿De dónde sacar ánimos para volver a arrastrar las redes a la barca, empujar ésta y hacerse nuevamente a la mar?
¿Qué razón suficientemente poderosa, convincente podría haber para intentar semejante cosa tan contraria a lo que se les antojaba hacer?
La primera reacción de Simón fue mencionar que ya habían pasado toda la noche intentando inútilmente pescar.
Tal vez esperaba que Jesús dijera: ‘¡Qué barbaridad, se merecen un receso, mejor váyanse a descansar!’.
Pero cabe pensar que conforme hablaba notó que Jesús no retiraba su propuesta y tal vez captó algo en Su mirada, que le hizo tener confianza en que debía obedecer lo que le mandaba.
Y además no hay que olvidar que todavía resonaba en sus oídos lo que Jesús predicó, que no sabemos qué fue, pero sin duda lo conmovió.
Así que, aunque la petición de Jesús no sólo contradecía su lógica de pescador sino iba a contracorriente de lo que hubiera querido hacer, a su réplica inicial Simón añadió sin transición: “pero en Tu Palabra, echaré las redes” (Lc 5, 5).
No antepuso sus reparos humanos a la gracia de Dios, sino dejó que ésta lo tocara, lo moviera, lo iluminara.
Sus palabras expresaron la más poderosa razón que hay para volver a navegar mar adentro, para volver a echar las redes.
¿Qué significa eso en cristiano?, ¿a qué se refiere?
A volver a amar cuando sentimos que se nos terminó el amor; volver a comprender, volver a perdonar, volver a ayudar; reintentarlo cuando nos querríamos zafar.
Que, por ejemplo, cuando hemos estado echando y echando las redes tratando de pescar amistad o solidaridad de gentes con las que convivimos; cuando nos cansamos de lanzar las redes en una situación familiar turbulenta, tratando de ver si pescamos un poco de entendimiento y buena voluntad; cuando en cualquier circunstancia de nuestra vida no obtenemos la pesca que deseamos y nos sentimos tentados a lavar las redes, abandonarlas en la orilla y mandar todo a volar, sepamos reaccionar como Simón y volver a empezar.
Y no por necios ni por ‘aferrados’, sino como él, fiados en la Palabra de Jesús, que suele proponernos que demos vuelta en ‘u’, que hagamos lo contrario a lo que nos dicta la emoción del momento, que iniciemos cuando nos sentimos tentados a terminar.
Cuesta trabajo, hay que meter freno, reorientar el rumbo, desandar los pasos.
Abrazar a esa persona a la que queríamos ahorcar; descubrir algo qué alabar en aquellos a los que nos limitábamos a criticar; sonreír y sentirnos felices de poder echarle una mano a ése al que queríamos darle con la puerta en las narices.
Y cuando nos atrevemos a poner nuestras redes vacías en las manos del Señor, es cuando obtenemos la pesca mejor.
Lo vemos en el caso de Simón y sus compañeros.
Cuando cumplieron lo que pidió Jesús (con todo lo trabajoso que pudo resultarles, física y emocionalmente), ¿qué fue lo que obtuvieron?, dice el Evangelio que “cogieron tal cantidad de pescados, que las redes se rompían” (Lc 5, 6).
Cuando enfrentamos personas o situaciones incómodas, molestas, desgastantes, de las que quisiéramos librarnos a la brevedad posible, pongamos la mirada en el Señor, que viene a nuestra orilla, se sube a nuestra barca, nos da Su Palabra, nos colma con Su gracia y nos pide bogar de nuevo mar adentro.
Si lo hacemos no sólo conseguiremos una pesca milagrosa, sino algo mucho mejor: que el Señor venga a navegar con nosotros; que haga de nuestro corazón Su embarcación.