¿A quiénes amas?
Alejandra María Sosa Elízaga**
Si te pidieran que escribieras los nombres de las personas que amas, ¿cuántas hojas necesitarías?, ¿una?, ¿dos?, ¿diez?, ¿más?
Toma un momento para pensar qué nombres anotarías.
¿En quiénes pensaste?
Casi te puedo asegurar que en tus familiares y amigos.
Déjame preguntarte, ¿pusiste en la lista el nombre de esa persona que te cae muy mal?, ¿de ese pariente al que no puedes ver ni en pintura?, ¿de esa gente a la que quisieras evitar a toda costa pero a la que te topas inevitablemente en tu parroquia, escuela, trabajo o vecindario?
¿Incluiste sus nombres en tu lista de las personas que amas?
Es posible que no.
Y si te pregunto por qué, probablemente me dirías: ‘porque no los soporto, no los ‘trago’, ¿cómo los voy a incluir en la lista de quienes amo?’
Solemos confundir amor con atracción y afecto.
Pensamos que amar significa sentir bonito, querer pasar tiempo con el ser amado, darle abrazos y besos y demostrarle nuestro amor regalándole un corazón de chocolate el 14 de febrero.
Pero ése no es el concepto cristiano del amor.
El amor, en cristiano, consiste en desear el bien del amado, sobre todo en un sentido espiritual, con miras a su salvación eterna.
E implica primero que nada, encomendarlo a Dios, y, cuando es posible y prudente, ayudarle en alguna forma concreta, por ejemplo haciéndole un favor, o apoyándole en algo que necesita.
Cuando se entiende así el amor, se descubre que no hay por qué limitarlo a unos cuantos que sentimos más cercanos o que nos parecen simpáticos.
Puedes amar al que ‘te revienta el hígado’, al que te crispa los nervios, al que se dedica a hacerte la vida imposible, al que te ha hecho o ha hecho un gran mal.
Cuando leemos en la Biblia que Jesús nos pide amarnos unos a otros como Él nos ama (ver Jn 13, 34-35), no se ve que debajo diga, en letras minúsculas: ‘aplican restricciones’, entonces, ¿por qué nos limitamos a amar a los cercanos, a los agradables, a los que nos caen bien?
No hay pretextos para excluir a alguien de nuestro amor.
Y ¿cómo debe ser ese amor?
Nos lo dice san Pablo en la Primera Carta a los Corintios, que se proclama este domingo como Segunda Lectura en Misa (ver 1Cor 12, 31 -13,13).
Este bello texto es uno de los más conocidos del Apóstol, porque suele leerse en las bodas, pero lamentablemente en esos momentos los novios están tan nerviosos que no se enteran de nada, y en la concurrencia tal vez los sentimentales suspiran diciendo ‘qué bonito’, y los cínicos piensan: ‘ajá, sí cómo no, eso es imposible de cumplir, no saben la que les espera’, pero quizá nadie se siente personalmente aludido, interpelado, nadie exclama: ‘¡esto me compete!, ¡Dios me pide a mí amar así!’
Y ¿cómo es ese amor al que san Pablo se refiere en su carta?
Es un amor a la vez fuerte y delicado; que lo abarca todo en general, pero se expresa en gestos concretos, de manera especial.
Es un amor que podemos manifestar en cada situación de manera diferente pero clara, evidente.
Y así, por ejemplo, a veces consiste en no tener envidia, sino alegrarnos de lo bueno que le sucede a otro, incluso si queríamos para nosotros el bien del que disfruta; o renunciar a presumir; o no reaccionar con grosería sino con dulzura y amabilidad; o deshacernos del rencor y esforzarnos en no limitar nuestra capacidad de perdonar.
Amar así no es fácil, puede costar trabajo, puede doler y duele. Entonces, ¿por qué hay que hacerlo? Porque el amor es la fuerza con la que Dios transforma el mundo, el amor vence al odio, el amor es luz que derrota toda oscuridad. Y además quien ama se queda con el alma consolada, plena, colmada de la paz y el gozo que sólo y siempre proviene de cumplir la voluntad de Dios.
Y no olvidemos que cuando Dios nos pide algo, antes nos da Su gracia para que lo podamos realizar.
Y en este caso, primero nos colmó con Su amor y luego nos pidió que amemos (ver 1Jn 4,19).
Así que podemos y debemos amar a todos con el amor con que nos ama Jesús (ver Jn 15, 9-12).
Afirma san Pablo que aunque tengamos una fe tan grande como para mover montañas, o repartamos en limosnas nuestros bienes o nos dejemos quemar vivos, si no amamos no somos nada.
Y decía san Juan de la Cruz que al final de nuestra vida seremos examinados en el amor, así que más nos vale prepararnos para el examen desde ahorita...
Si te pidieran que anotaras todos los nombres de las personas que amas, ojalá no respondas que te sobraría con un cuarto de hoja, sino que ni todo el papel del mundo te podría alcanzar, porque no hay nadie a quien no ames o a quien no tengas la disposición de amar.