Atrévete a encontrarte con Él...
Alejandra María Sosa Elízaga**
En el Evangelio que narra la visita de María a su prima Isabel, llama la atención que Isabel se dé cuenta de que María lleva en su vientre a su Señor y que incluso el niño del que Isabel a su vez está embarazada salte de gozo.
Alguno podría preguntarse: '¿Qué tenían ojos de rayos X?'
La respuesta la da el propio San Lucas, que explica que tanto Isabel como Juan, están llenos del Espíritu Santo (ver Lc 1, 15. 41). Es el Espíritu Santo, quien les da la capacidad de percibir la presencia de Jesús aunque venga oculta dentro del seno de María.
Recibimos esa misma capacidad en el Bautismo: también a nosotros nos ilumina el Espíritu Santo para poder descubrir al Señor que viene a nuestro encuentro en quienes nos rodean.
El problema es que no nos damos cuenta.
Desperdiciamos ese don, porque vivimos en un mundo que nos invita a no ver más allá de las apariencias, a quedarnos en la superficie y etiquetar a las personas (suegra sangrona, cuñadito metiche, limosnero inoportuno, vecina insoportable, etc.) sin darnos oportunidad de profundizar, de ir más allá del aspecto exterior y descubrir en ellas a Jesús.
Y esto se nota en Navidad.
Al mundo le gusta ver a Jesús en un portalito decorado con heno y musgo, rodeado de encantadoras figuritas, pero es incapaz de verlo en las personas de carne y hueso.
Siguen resonando en nuestros días las palabras de Juan el Bautista: '"Entre vosotros hay uno al que no conocéis..." (Jn 1, 26).
Esto recuerda aquella vieja historia sobre un hombre que oraba fervientemente a Dios pidiendo que le permitiera conocerlo.
Por fin un día Dios le contestó y le prometió que al día siguiente iría a comer con él a su casa.
El hombre se puso muy contento, se levantó temprano, preparó con cuidado una mesa al aire libre, bajo una hermosa higuera, a las puertas de su hogar.
A media mañana descubrió que un mendigo se había sentado a descansar en una de las sillas y se apresuró a gritarle: '¡Quítate, no te puedes sentar aquí, espero una visita importantísima!'.
A mediodía descubrió a una mujer embarazada y su niño sentados, disfrutando la sombrita, y también los echó; y así, se pasó el día y la tarde corriendo a todos los que se atrevían a sentarse en esos dos lugares que había preparado para su cita con Dios.
Al anochecer se sintió decepcionado y oró para reclamarle a Dios que no hubiera ido como prometió.
Y Dios le respondió: '¡Claro que fui!, ¡pero me echaste de tu lado una y otra vez!, Yo estaba en ese mendigo, en esa mujer embarazada, en ese niño, en todas las personas que ocuparon esos lugares y a las que corriste todo el día! ¡Yo sí acudí a tu encuentro, fuiste tú el que no supo encontrarse Conmigo!'.
¿Qué tal si la próxima vez que celebres Navidad en lugar de pretender encontrarte con Jesús donde tú quieres (en el cómodo Nacimiento que le preparaste) te atreves a preguntarle a Él dónde quiere que lo encuentres?
Quizá Aquel que se identificó con los pobres, pequeños, indeseables y rechazados, y dijo que lo que haces aun al más insignificante de Sus hermanos, se lo haces a Él (ver Mt 25, 31-46), quiera que lo encuentres acogiendo en tu celebración a alguien a quien nunca has tomado en cuenta, alguien que no llevará regalos ni puede corresponderte, a quien nadie ha invitado ni ha hecho sentir bienvenido.
Quizá Aquel que nos dejó un solo mandamiento: el de amarnos unos a otros como Él nos ama (ver Jn 13, 34) e insistió en la importancia del perdón, quiera que te encuentres con Él reconciliándote con alguien a quien hace mucho no le hablas, con quien no has querido tener nada que ver, a quien decidiste dar por muerto, de quien dices: 'no lo necesito', pero a quien tú sí le haces ¡mucha falta!...
Quizá Aquel que nunca dejó a nadie fuera de su abrazo, quiera que dejes de amenazar: '¡si viene fulano a la cena de Navidad, yo no vengo'; 'si se les ocurre invitar a X ¡no cuenten conmigo!' y en lugar de eso te decidas por fin a hacerle a Él en esa persona un espacio en la posada de tu corazón...
En tu próxima Navidad prepara tu encuentro con ese Jesús 'incómodo' que no se resigna a ser figurita acostada en un pesebre. Atrévete a encontrarte con Él en quienes pone en tu camino, y ten por seguro que cada encuentro te llenará de luz y alegría, y vivirás y harás a otros vivir de verdad: ¡una feliz Navidad!