¡Ya nos contaron la película!
Alejandra María Sosa Elízaga**
¿No te ha ocurrido que vas al cine y cerca de ti se sienta alguien que ya vio la película y se dedica a contar en voz alta lo que ocurrirá?
¡Es enojosísimo!
En plena persecución de autos y rechinido de llantas se oye su voz: 'ahorita se les escapa, pero más adelante lo esperan y lo agarran'; ante un escalofriante crimen sin resolver: 'el asesino es el pelón ése'; en lo más complicado de un romántico enredo: 'acaba en que se casan'...
No hay '¡¡¡ssshhhhh!!!' demasiado fuerte ni ojos de pistola que hagan que el sabelotodo aguafiestas enmudezca y deje que los demás disfruten de la emoción de no saber lo que sucederá.
Recuerdo una vez en un cineclub escolar que un fortachón que echaba chispas cada vez que el cuate detrás de él adelantaba algún detalle de la película, volteó y le dijo: 'no sé lo que va a pasar en la pantalla, pero sí lo que va a pasar aquí en la sala ¡o te callas o te callo!'
Sobra decir que el asunto terminó en trifulca.
A nadie le gusta que le cuenten lo que sucederá en la película, pero cuando se trata de la vida real, ¡cómo quisiéramos que alguien sí nos lo contara!
Cuando la trama de nuestra existencia se complica tanto que ya no entendemos nada ('¿por qué me toca esto a mí?, '¿qué vendrá después?', '¿vamos a salir de ésta?', '¿cuándo y cómo terminará este dolor, esta angustia, este período tan desgastante y difícil?'), quisiéramos que hubiera alguien que nos pudiera decir en qué parará todo, si vamos bien, si hay alguna posibilidad de que superemos pronto el atolladero...
La Iglesia es ese alguien que nos da luz para el camino, que nos ayuda a restaurar nuestra esperanza.
En la Solemnidad que se celebra este domingo nos anuncia: nuestro Señor Jesucristo es Rey del universo.
Eso significa que el Señor reina sobre todas nuestras realidades: vida, salud, familia, amigos, trabajo, proyectos, y que aunque parezca lo contrario no reina el caos o la tiniebla porque aquí el único Rey es Jesucristo.
Alguien puede replicar: 'pero eso no es consuelo porque de todos modos deja que me enferme o que se enfermen mis seres queridos, o peor, que se me mueran, y además sigo con mis mismos problemas, ¿de qué me sirve que Jesucristo sea Rey?'
La respuesta a esto es la siguiente: no debemos contemplar el Reino del Señor con criterios mundanos, no debemos creer que porque Jesús es Rey tiene que librarnos de todas las cosas aparentemente malas que nos pasan.
Considera esto: ¡No se libró a Sí mismo de lo que le esperaba!, y ¡mira que le esperaba algo atroz que lo angustió tanto que sudó sangre en el Huerto de los Olivos!
Él sabía que Su Padre podía enviar ángeles para defenderlo de Sus enemigos (ver Mt 26, 53) o que Sus seguidores podían impedir que lo apresaran (ver Jn 18, 36) pero voluntariamente rechazó esas opciones.
Nos cuesta trabajo imaginar que alguien tenga el poder para zafarse de algo malo y no lo use.
Nosotros en Su lugar, en cuanto hubiéramos visto llegar a Judas con los soldados habríamos usado nuestro poder divino para ordenarles: '¡engarrótense ahí!' y aprovechado su inmovilidad para salir ¡corriendo!
Se nos olvida que Él dijo: "Mi Reino no es de este mundo" (Jn 18, 36), es decir, no es un Reino destinado a este mundo, a establecer que en este mundo todo sea ideal y perfecto.
Este Rey no vino a asegurarse de que nadie se te muera, sino de que quienes mueren no queden muertos para siempre; no vino a impedir que te metas en callejones oscuros, sino que cuando te toque atravesarlos veas la luz que te permita encontrar la salida.
No es un rey temporal sino eterno, que aceptó padecer por nosotros para que un día no tengamos ya que padecer; que aceptó morir por nosotros para que pudiéramos vivir para siempre con Él.
Ello no significa que nos tengamos que resignar a sufrir en este 'valle de lágrimas', no.
El Reino no es de este mundo, pero comienza aquí, y es un Reino de amor, de paz, de verdadero gozo, y si nuestro Rey no siempre interviene para evitar las dificultades que enfrentamos, no significa que no le importe o quiera que suframos (Él sabe bien lo que es sufrir y le duele nuestro sufrimiento porque es compasivo y misericordioso), ni tampoco significa que no haga nada, ¡lo hace!, nos regala a manos llenas los materiales que necesitamos para empezar, desde ya, a construir y habitar Su Reino en la tierra; nos da lo que nos hace falta para salir adelante: desde luego Su gracia inagotable y también fortaleza; paciencia; alguien que nos tienda la mano; el amor de la familia o los amigos; incluso la ayuda de desconocidos...
Dice San Pablo que "en todo interviene Dios para bien de los que lo aman" (Rom 8, 28).
Hoy la Iglesia nos cuenta la película; nos avisa que todo termina bien, que gana el Bueno, que por truculenta que nos esté pareciendo la historia (la personal, la de los otros, la del mundo), no hay que desanimarse ni desesperar porque el bien triunfa, el Señor es el Rey y el mal no tiene ahora ni tendrá jamás la última palabra.