A prueba
Alejandra María Sosa Elízaga**
Si juzgamos nada más por sus palabras, pensaríamos que se trata simplemente de unos bravucones que quieren fastidiar a uno que les cae ‘gordo’ porque no es como ellos.
Me refiero a las frases que hallamos en un texto del libro de la Sabiduría, parte del cual se proclama este domingo en Misa como Primera Lectura (ver Sab 2, 12.17-20).
“Tendamos una trampa al justo, porque nos molesta y se opone a lo que hacemos; nos echa en cara nuestras violaciones a la ley, nos reprende las faltas contra los principios en que fuimos educados.” (Sab 2, 12).
Tenemos aquí a unos hombres que se refieren a alguien que los incomoda porque, a diferencia de ellos, sí respeta ciertos principios.
Es evidente que hay quienes al toparse con alguien cuya sola conducta les hace ver que no se están portando como deberían, reaccionan mal.
Y reaccionan todavía peor cuando quien les incomoda es una persona de fe, que actúa cristianamente.
Cada vez es más común que un católico se encuentre en ambientes donde quienes lo rodean no sólo lo critican y se burlan, sino que tratan de tenderle una trampa, ponerle un ‘cuatro’ a ver si de veras mantiene su integridad, a ver si de veras no cae en la tentación.
¿Por qué lo hacen? Parecería que lo hacen simplemente por ‘malvados’, calificativo que les aplica el autor bíblico a esos hombres cuyas frases cita. Pero cabe pensar que hay algo más.
Muchos de los que hoy en día se mofan de un católico, no siempre lo hacen por maldad, sino porque están heridos, han sufrido muchas decepciones, han buscado y no han encontrado un fundamento firme, bueno, veraz, en el cual poder cimentar su existencia; se han aferrado una y otra vez a cosas que no los satisfacen, han equivocado el camino y están cansados y dolidos.
Y al ver que el católico parece haber encontrado un camino seguro, parece tener aquello que anhelan y de lo que carecen, se sienten impulsados a ponerlo a prueba, no tanto para hacerle un mal, como para ver si en verdad aquello que parece sostenerlo es tan confiable como parece.
Y aunque parezca contradictorio, le lanzan pullas esperando que las aguante, lo someten a tentaciones esperando que las resista, lo invitan a ser igual que todos, deseando que siga siendo distinto, ¿por qué? porque si no cede en sus convicciones, si logra mantenerse firme a pesar de todo, les mostrará algo que están ansiosos de descubrir: que hay una real esperanza que puede iluminar su vida; que existe una Verdad que vale la pena creer y defender; que hay Alguien que nos creó a todos, nos ama a todos y a todos nos muestra el camino hacia la salvación.
Como esos hombres de los que habla el texto bíblico, que tendieron una trampa a un justo, hoy en día quienes rodean a un creyente están atentos a ver si cae en la trampa del egoísmo, el rencor, la violencia, la avaricia, la injusticia, la corrupción.
Y si comprueban que no lo hace; si ven que ama, que perdona, que no pierde la paz, que no abusa, que ayuda, que se comporta con honestidad, no pueden menos que quedar desconcertados, y entonces una grieta comienza a abrirse en su caparazón; una grieta por la que comienza a colarse la duda: ¿y si en verdad existe Dios?, ¿y si en verdad de Él le viene su fortaleza?, ¿y si ese Dios que lo ayuda a él, puede ayudarme a mí?
Y aunque tal vez, más por inercia que por otra cosa, en la superficie sigan burlándose, en su interior, sin saber cómo y casi a pesar suyo, por esa grieta comienza a filtrarse una luz, tal vez frágil y pequeña, pero capaz de romper la oscuridad de la desesperanza, del desánimo en el que han vivido por no creer en nada, por no confiar en nadie, por vivir sin Dios.
Viene a mi mente algo que me platicaba un amigo periodista que tuvo oportunidad de ir a cubrir un evento internacional con colegas de diversos medios.
De entrada se dio cuenta de que les cayó mal que era católico, que no usaba palabrotas, que por más que lo presionaban, no los acompañaba a emborracharse al terminar cada jornada.
Pero al pasar los días, varios de ellos lo buscaron para platicar, para pedirle consejo, para preguntarle acerca de su fe.
Captaron que él tenía algo que a ellos les hacía falta, y ello los movió a acercársele. Lo pusieron a prueba y pasó.
Es extraordinario el impacto que puede tener en quienes no tienen fe, el testimonio tal vez sencillo y discreto, pero coherente, de un creyente.
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