y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Obras

Alejandra María Sosa Elízaga**

Obras

Si te piden que muestres tu fe con obras, ¿qué obras tuyas crees que pudieras mencionar para que se vea que tienes fe?

Ante esta pregunta mucha gente se desanima pensando que no tiene nada que mostrar pues se figuran que eso de ‘obras’ se refiere a algo así como haber fundado un asilo o una orden religiosa o haber hecho algo importante, sonado; como si hubiera que ser como esos políticos que apantallan enumerando las obras que hicieron: las carreteras, aulas, clínicas que construyeron (que casi nunca se comparan con las que debían haber construido o las que dejaron a la mitad...).

Pero no se trata de eso.

En lo que toca a asuntos de fe, lo de ‘obras’ no necesariamente se refiere a algo espectacular.

Si Jesús comparó el Reino de Dios con un grano de mostaza, la más pequeña de todas las semillas (ver Mc 4, 30-32), entonces lo de obras puede referirse a algo tan pequeñito como sonreírle a alguien a quien en realidad quisieras ¡ahorcar!; o hablar bien de esa persona que habla mal de ti; o devolver completo el cambio, en lugar de ‘olvidar’ regresarlo, o hacer hoy un favor a quien ayer no te lo quiso hacer a ti...

Lo de hacer obras está más a la mano de lo que a veces imaginamos.

San Francisco de Sales decía que por estar esperando hacer grandes obras que casi siempre están fuera de nuestro alcance, dejamos de hacer las pequeñas obras que están siempre a nuestro alcance.

Me viene a la mente lo que le sucedió al padre estadounidense Walter Ciszek SJ (1904-1984).

Cuando estaba en el seminario jesuita se sintió movido a responder a un llamado del Papa Pío XI en el que pedía misioneros para evangelizar Rusia.

Desde entonces puso todo su empeño en prepararse: aprendió ruso, dedicaba su tiempo libre a leer sobre la cultura rusa; aprendió a celebrar Misa en el rito ortodoxo ruso, su máxima ilusión era ir como misionero a aquel país.

Luego de que fue ordenado no pudo ir a Rusia de inmediato pues la situación allí era muy difícil. Pasó un tiempo en Polonia. Y cuando al fin se dio la oportunidad y llegó a tierra rusa en 1930, se encontró con que no podía cumplir su misión. No había permiso de celebrar Misa o dar catecismo o realizar la más mínima actividad religiosa, y quien lo hacía se arriesgaba a ir a prisión y a perder la vida.

Como quien dice, que la gran obra evangelizadora para la que se había preparado era imposible.

Eso lo desconcertó y lo desanimó a tal grado que tuvo la tentación de regresarse a su país.

Pero con la gracia divina descubrió que cumplir la voluntad de Dios no siempre consiste en hacer cierta labor específica que nosotros pensamos que Él quiere que hagamos, sino en responder cristianamente a lo que Él nos va presentando cada día, sea lo que sea.

Al poco tiempo el padre Ciszek fue aprehendido, acusado falsamente de ser ‘espía del Vaticano’ y llevado a la temible prisión de Lubianka; fue encerrado solo en una celda de ventana tapiada, donde no había más que un camastro (sólo para dormir de noche; no lo dejaban usarlo para sentarse), y un balde que le dejaban ir a vaciar al baño una vez al día.

¡Cinco años! pasó allí el padre en total aislamiento, sin hablar con nadie, salvo cuando lo sacaban para someterlo a intensos interrogatorios; cinco años viendo pasar los minutos, las horas, los días y las noches siempre iguales, siempre encerrado, en silencio, sin poder leer o hablar con alguien y, sobre todo, sin poder cumplir su sueño misionero.

Muchos presos que estuvieron en esa cárcel se volvieron locos, pero no el padre Ciszek, ¿por qué? porque en lugar de aferrarse a lo que él había pensado que era cumplir la voluntad de Dios (evangelizar a los rusos), y desesperarse por no poder hacerlo, comprendió que la voluntad de Dios era que estuviera allí en ese momento, por lo que debía aceptar y aprovechar lo mejor posible el tiempo que Él le permitiera pasar en aquel lugar. Eso lo mantuvo en una gran paz.

Y así, como alcanzaba a escuchar las campanadas del reloj del Kremlin, se impuso un horario en el que dedicaba cierto tiempo a la oración, a la meditación, al examen de conciencia, a recitar Salmos que se sabía de memoria. No podía hablar con los hombres, pero podía hablar con Dios y a ese diálogo íntimo, sabroso, se entregó.

Luego de cinco años, fue llevado a cumplir la sentencia a la que lo condenaron, quince años de trabajos forzados en los helados campos de Siberia.

Pensó que por fin podría cumplir su misión evangelizando a los presos, pero se topó con que cuando ellos supieron que era sacerdote no lo acogieron como esperaba, todo lo contrario, influidos por la propaganda anti religiosa a la que habían sido sometidos, los presos lo insultaron, lo despreciaron, le robaron la poquita ropa que traía y se dedicaron a hacer de su vida un infierno: le quitaban su comida, le daban la peor parte en el trabajo, no le dirigían la palabra.

Decía que había llegado casi contento, esperando que tras cinco años de silencio, disfrutaría de la solidaridad de otros seres humanos y de escucharlos y hablar con ellos, pero no tuvo ese consuelo.

Y de nuevo, no se desesperó.

Comprendió que para él en ese momento, realizar las obras de Dios consistía en hacer lo que le tocara hacer cada día, y vivir cristianamente en ese ambiente hostil. Y, como dice el profeta en la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Is 50, 5-9), no opuso resistencia, no se echó para atrás, no apartó su rostro de los insultos y salivazos.

Confió en el Señor y no quedó defraudado.

Supo que lo que se esperaba de él en ese momento no era predicar con palabras, sino con obras.

Y así, por ejemplo, mientras otros presos recurrían a la violencia, él se mantenía manso y sereno; a diferencia de ellos, que estaban muy amargados, él conservaba su buen ánimo a pesar de los malos tratos que recibía; a diferencia de ellos que, a modo de venganza, boicoteaban el trabajo que eran forzados a hacer, él hacía lo que le asignaban lo mejor posible; aunque todos se la pasaban quejándose, él nunca se quejaba; aunque nadie lo ayudaba, él estaba siempre dispuesto a ayudar a otros, más allá de lo que se requería de él; estaba siempre disponible, por ejemplo, para asistir a un enfermo, aun si se trataba de alguien que había hecho algo malo contra él.

Todo ello permitió que muchos presos primero se extrañaran, luego se admiraran y al fin se acercaran a él, y, a través de él, a Dios.

Las semillas de mostaza que trabajosamente sembró en el endurecido y congelado suelo ruso se convirtieron, quién lo hubiera adivinado, en frondosos arbustos que hasta el día de hoy siguen dando fruto.

Por eso, cuando en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Stg 2, 14-18) escuches al apóstol Santiago decir que “la fe, si no se traduce en obras, está completamente muerta”, no te desanimes pensando que no has hecho grandes obras o que se te exige algo superior a tus fuerzas. No es así.

Dios no espera de ti más de lo que puedes dar.

Lo vemos en el Evangelio (Mc 8, 27-35).

Se nos pide simplemente renunciar a nosotros mismos, es decir renunciar a ese ego que nos hace pensar en nosotros primero antes que en los demás, a ese ego que nos hace creer que Dios se tiene que amoldar a nuestra voluntad. Y se nos pide luego tomar la cruz, en otras palabras, aprovechar la gracia que a cada instante nos da el Señor para vivirlo todo como testigos de Su amor.


Nota: El padre Walter J. Ciszek SJ, del cual, por cierto, ya se inició el proceso de canonización, escribió dos libros. 
En el primero (‘With God in Russia’ -‘Con Dios en Rusia’) narra todo lo que vivió en aquellos 23 durísimos años que pasó en Rusia. 
El segundo es uno de los libros espirituales más extraordinarios que he leído, en el que va repasando en clave de fe lo que vivió en Rusia, reflexionando cómo fue actuando en él -y cómo actúa en nosotros- la gracia de Dios. 
Se llama ‘He leadeth me’ (‘Él me conduce’, título posiblemente inspirado en el Salmo 23: “El Señor es mi Pastor, nada me falta...Él me conduce hacia fuentes tranquilas...”). 
Por ahora sólo está en inglés, editado por Ignatius Press. 
Ojalá la editorial jesuita de la Obra Nacional de la Buena Prensa pueda un día ofrecerlo al público de habla hispana, para mayor gloria de Dios, y bien de muchos. 
Si quieres conocer más sobre el padre Ciszek, visita: www.ciszek.org

* Publicado el domingo 16 de septiembre de 2012 en la página web de ‘Desde la Fe’, Semanario de la Arquidiócesis de México (www.desdelafe.mx) y en la del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx). Conoce los libros y cursos de Biblia gratuitos de esta autora, y su juego de mesa ‘Cambalacho’ aquí en www.ediciones72.com