y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Lo bueno y lo malo

Alejandra María Sosa Elízaga**

Lo bueno y lo malo

¿El ser humano nace bueno o malo?

Esta pregunta suele recibir respuestas opuestas. Hay quien afirma que el ser humano nace malo, capaz de hacer maldades desde su más tierna edad, y que es la sociedad la que puede encauzarlo por el camino del bien. Hay quien afirma todo lo contrario: que el ser humano nace bueno, y que es la sociedad en la que vive la que lo vuelve malo.

En el fondo ambas posturas coinciden en considerar que la sociedad influye decisivamente en la formación del ser humano, para bien o para mal.

De ahí que se suela dar tanta importancia a la educación escolar, a las leyes, a todo recurso social que pueda conducir o restringir el actuar humano, y también que ahora se oiga hablar tanto de la necesidad de ‘moralizar a la sociedad’.

¿Cuál es el punto de vista de la fe? Que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios (ver Gen 1, 26), pero cayó en la tentación de darle la espalda a su Creador, abrió su corazón al pecado (ver Sal 51, 3-6; Rom 5,12; 7,14-24). Así, tenemos que el ser humano es bueno, incluso muy bueno, pero tiene en su interior el potencial de ser malo, incluso muy malo. Como dice Jesús, en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (Mc 7, 1-8.11-15. 21-23): “del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y manchan al hombre” (Mc 7, 21-23).

¿Cómo podemos mantener realmente bajo control nuestro potencial para el mal? No basta lo que implemente la sociedad, que al fin y al cabo está compuesta por individuos, cada uno de los cuales tiene en sí mismo similar tendencia hacia el mal. Se requiere de alguien o algo que esté por encima de la sociedad, y ese alguien es Dios, y ese algo son Sus mandamientos.

Él que nos creó sabe, (como todo fabricante), qué nos beneficia y qué nos daña espiritualmente, y Sus mandatos constituyen una magnífica guía moral (como las ‘instrucciones del fabricante’), que garantiza a quien la siga, el buen funcionamiento de su alma.

Leemos en la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa, que Moisés le da al pueblo los mandamientos de Dios y pide: “Guárdenlos y cúmplanlos porque ellos son la sabiduría y la prudencia de ustedes” (Dt 4,1) y les hace ver que si los cumplen podrán vivir y disfrutar de todo lo que Dios les va a dar.

Y en la Segunda Lectura (ver Stg 1, 17-18.21-22.27) el apóstol Santiago afirma: “Todo beneficio y todo don perfecto viene de lo alto, del Creador de la luz, en quien no hay ni cambios ni sombras.” (Stg 1,17). Y luego pide que cumplamos lo que nos manda Dios mediante Su Palabra. “Acepten dócilmente la Palabra que ha sido sembrada en ustedes y es capaz de salvarlos. Pongan en práctica esa Palabra y no se limiten a escucharla, engañándose a ustedes mismos” (Stg 1,21-22).

Para tener una sociedad sana hay que empezar por sanar el corazón de cada uno de quienes la conforman. Y para ello se requiere que cada uno deje de engañarse a sí mismo, viviendo como si Dios no existiera, se vuelva hacia Él y se disponga a cumplir lo que Él le pide. No hacerlo puede resultar desastroso, ya lo estamos viendo.

Estamos padeciendo las consecuencias de que la gente haya olvidado los mandamientos y ya no procure amar a Dios sobre todas las cosas ni al prójimo como a sí misma, ni haga caso del no matarás, no robarás, no mentirás, no codiciarás los bienes ajenos. Campea la violencia, la corrupción, la avaricia, la injusticia, y ningún mecanismo social logra detener su avance.

No basta la educación, no bastan las leyes, no bastan los mecanismos represores; no son suficientes los medios externos que la sociedad pueda implementar. Para encauzar a un ser humano hacia el bien hace falta transformar su alma, hace falta lograr su conversión. Y sólo la luz de Dios es capaz de penetrar, iluminar y desterrar la tiniebla que hay en cada corazón.

Quien quiera ‘moralizar a la sociedad’ necesariamente deberá contar con Dios o fracasará.

* Publicado el domingo 2 de septiembre de 2012 en la página web de 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México (www.desdelafe.mx) y en la del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx).
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