y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Optar

Alejandra María Sosa Elízaga**

Optar

Creía que era impermeable.

Desde hace quién sabe cuántos años tengo una gabardina azul cielo que según yo era a prueba de agua, y el otro día salí con ella puesta, pero se me olvidó el paraguas, y como suele pasar que el único día en que uno no lleva paraguas, llueve, me tocó regresar a casa bajo un chubasco.

Venía muy confiada pensando que mi gabardina me protegía; craso error; cuando me la quité me di cuenta de que se había filtrado el agua y estaba yo empapada hasta los huesos.

Y ahora reflexiono en que igualito nos puede pasar en la vida espiritual.

Nos creemos “impermeables”, pensamos que por ser creyentes estamos a salvo de que se nos filtre la mentalidad del mundo, y tal vez estamos más empapados de ella de lo que pensamos.

Así que llega oportuno lo que se plantea en la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Jos 24, 1-2.15-18).

Josué, a quien Moisés dejó en su lugar para guiar a Israel, reunió al pueblo y le planteó: “Digan aquí y ahora a quién quieren servir, ¿a los dioses a los que sirvieron sus antepasados al otro lado del río Éufrates o a los dioses de los amorreos en cuyo país ustedes habitan? En cuanto a mí toca, mi familia y yo serviremos al Señor” (Jos 24, 15).

Sus palabras nos interpelan hoy fuertemente.

Nos invitan a hacer un alto y preguntarnos, ¿a quién estamos sirviendo? y ¿a quién queremos servir?

Tal vez pensamos que estamos al servicio del Señor simplemente por ser católicos, ir a Misa, rezar el Rosario, contribuir a alguna obra de caridad, pero puede suceder que en realidad, sin darnos cuenta, sin saber cómo sucedió, hemos estado sirviendo a los “dioses de nuestros antepasados”, es decir, que tal vez heredamos de nuestra familia una manera de pensar y de actuar que no es acorde con los valores del Evangelio, y, por ejemplo, se nos ha “trasminado” la idea de que es normal que en casa los problemas se resuelven recurriendo a la transa o a la violencia o a las limpias y demás supersticiones.

O puede suceder también que nos ha ido penetrando la mentalidad de nuestro medio ambiente, y nos encontramos sirviendo a los dioses a los que sirve la gente que nos rodea en la escuela, el trabajo, la comunidad, el mundo, pues.

Y aunque decimos creer en Dios, creemos más en el poder del dinero; aunque afirmamos confiar en Él, confiamos más en nuestros propios recursos; aunque lo llamamos Maestro, estamos más dispuestos a aprender de los medios de comunicación que nos enseñan a considerar lo bueno malo y lo malo bueno; aunque pensamos que lo estamos siguiendo a Él, vamos más bien tras lo que nos da un efímero placer: el sexo, el alcohol, la droga, los bienes temporales que no nos sacian el alma; aunque lo llamamos nuestro Señor, no le permitimos ser nuestro dueño, le damos las sobras de nuestro tiempo, de nuestra atención, de nuestro amor.

¿Qué hacer para remediar esto?

Se me ocurre que podemos hacer lo mismo que haré con mi gabardina.

¿Voy a deshacerme de ella?

No. No puedo negar que le tengo cierto aprecio.

Pero la voy a usar con reservas; ya no voy a esperar de ella que me proteja de la lluvia.

Así también no podemos deshacernos del mundo, vivimos en él y lo apreciamos, pero debemos usar con reservas lo que nos ofrece; no esperar de él que nos dé lo que no nos puede dar.

Y es que por más dinero que acumulemos, por más poderosos que nos sintamos, por más nos entreguemos a los placeres mundanos, no encontraremos allí lo que realmente colma nuestros más hondos anhelos.

Lo único que puede orientar y sostener nuestra existencia, consolarnos en la enfermedad, darle sentido y volver soportables nuestros sufrimientos; llenarnos de fortaleza y paz ante la pérdida de un ser querido; infundirnos la inquebrantable esperanza de alcanzar un día una felicidad verdadera que no tenga final, es la gracia de Dios.

Al planteamiento de Josué, el pueblo pronunció unas palabras que ojalá fueran nuestras: “El Señor es nuestro Dios. Él fue quien nos sacó de la esclavitud... el que hizo ante nosotros grandes prodigios, nos protegió todo el camino que recorrimos...” (Jos 24, 16-17).

Sólo el Señor es capaz de rescatarnos de todo aquello que nos esclaviza, nuestros apegos y ataduras, nuestros temores y pecados, nuestras penas y sufrimientos; sólo Él puede hacer por nosotros grandes prodigios, y los ha hecho, porque si estamos aquí hoy tú y yo es porque Él nos ha librado de incontables peligros y dificultades cada minuto de cada día de toda nuestra vida.

Sólo el Señor nos ha protegido “todo el camino que recorrimos” y sólo Él puede protegernos el que nos falta por recorrer. Es hora de optar por Él.

Es hora de renunciar a servir a otros señores y volvernos a Él, que está siempre a la espera del día feliz en que dejemos de serle infieles y confiemos sólo en Él, que se pregunta, como se lo preguntó alguna vez a Moisés, refiriéndose al pueblo: “¿Hasta cuándo me van a despreciar y van a desconfiar de Mí, después de todas las pruebas que les he dado?” (Num 14, 11).

Es verdad que seguir a Dios no resulta fácil; implica deslindarse de apegos, romper ataduras, ir a contracorriente del mundo, aceptar lo que no siempre comprendemos, confiar cuando hay aparentes razones para que desconfiemos.

Pero no hay otra opción.

Sólo el Señor puede conducirnos a puerto seguro, sólo en Él está la salvación.

Por eso Josué afirmó rotundo que él y su familia servirían al Señor y por eso el pueblo también exclamó: “¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses!... también nosotros serviremos al Señor, porque  Él es nuestro Dios” (Jos 24, 16.18b).

* Publicado el domingo 26 de agosto de 2012 en la página web de "Desde la Fe", Semanario de la Arquidiócesis de México (www.desdelafe.mx) y en la del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx).
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