Pedir perdón
Alejandra María Sosa Elízaga**
¿Por qué a veces es difícil pedir perdón?, ¿qué te lo dificulta?
Pregunté esto a niños y adultos, y todos coincidieron en dar una o varias de estas siete respuestas. Mira a ver si son las mismas que tú darías:
- Vergüenza. Te da pena tener que reconocer que fuiste capaz de hacer aquello por lo que debes pedir perdón. Te preocupa qué van a pensar de ti. No quisieras quedar mal.
- Temor de que la persona se enoje mucho contigo cuando se entere de lo que hiciste, que se rompa la relación, que te deje de hablar, de apreciar, incluso de querer.
- Temor de que tome represalias contra ti (según la edad o situación de quien respondió, expresó preocupación de ser regañado, castigado, expulsado, despedido, abandonado, o sufrir algún tipo de venganza).
- Temor de que se lo cuente a otras personas. No quisieras que todo mundo se entere de lo que hiciste, ser objeto de críticas, burlas, murmuraciones, chismes.
- Temor de que no te perdone. Que te diga que lo que le hiciste no tiene disculpa y de ahí en adelante te guarde rencor.
- Temor de que te perdone aparentemente, pero las cosas entre ustedes ya no vuelvan a ser como antes, se pierda la amistad, el cariño, la confianza, la relación.
- Imposibilidad de pedir perdón porque la persona está lejos, o no sabes dónde está o ya se murió.
¿Te identificaste con alguna de estas respuestas? Probablemente sí. Son razones que solemos alegar para tratar de justificar nuestra resistencia a pedir perdón. Pero en realidad son pretextos, porque, con la gracia de Dios, ninguna es insuperable.
Lo que cabe hacer notar, es que si de por sí no pueden considerarse obstáculos cuando se trata de pedir perdón a alguien, mucho menos cuando se trata de pedir perdón a Dios.
En el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Jn 20, 19-31), vemos que Jesús dio a Sus apóstoles el poder de perdonar los pecados en Su nombre. Y es maravilloso comprobar que como nos conoce bien y nos ama tanto, se aseguró de que ninguna de las antes mencionadas razones (o pretextos) pudieran aplicarse cuando se trata de pedirle perdón a Él por intermediación de un sacerdote, en el Sacramento de la Confesión. Repasemos otra vez la lista de razones, para comprobarlo:
- Pedir perdón a Dios no te hace quedar mal. Dios ya te conoce, te comprende y te acepta como eres. Y los confesores han oído de todo, no se espantan, de nada. Y por otra parte, cabe señalar que su propia condición humana frágil les permite comprendernos, así que lejos de decir: ‘¿por qué tengo que confesarme con alguien que puede ser más pecador que yo’?, hay que agradecer poder acudir a quien no nos juzgará sino nos comprenderá. No dejes que la pena de haber cometido algo vergonzoso te impida confesarlo.
- Dios nunca se enojará ni romperá Su relación contigo. Él detesta al pecado, pero ama al pecador. Nada nunca puede apartarte de Su amor (lee Rom 8,35-39).
- Dios no es vengativo, no castiga ni se desquita, al contrario, devuelve siempre bien por mal. Él es Bueno siempre y con todos (ver Mt 5,45).
- Puedes tener la absoluta seguridad de que el confesor jamás contará lo que confieses (y sobra decir que Dios no se le aparecerá a nadie para revelarle tus pecados). Puedes disfrutar con toda tranquilidad de la liberación de desahogarte confesando lo que has hecho, con la certeza de que ese peso que te quitas de encima es arrojado al mar (lee MIq 7,19) donde hay un letrerito de: ‘se prohíbe pescar’...
- Dios siempre perdona. ¡Siempre! Nunca te dirá: ‘¡pero ya van muchas veces que me haces esto, ya me colmaste la paciencia!’ No. Cada vez que te arrepientes y le pides perdón, te vuelve a perdonar. (ver Sal 86,5; 103,3). Y no sólo siempre cree en tu propósito de enmienda, sino te da la gracia que necesitas para poder cumplirlo.
- Para Dios cada perdón es un borrón y cuenta nueva. No vuelve a recordar lo pasado. No lleva cuentas de los pecados que te ha perdonado ni te guarda rencor (lee Sal 103, 8-14). El te ofrece siempre Su amistad total, al cien por ciento, incondicional.
- Dios está siempre a tu lado (lee Mt 28,20). Y ya sabes dónde encontrar un ministro Suyo que pueda perdonarte en Su nombre.
Como ves, no hay razones ni pretextos que puedan justificar que nos resistamos a pedirle perdón a Dios, un perdón que además, ¡ya sabemos que nos va a otorgar!
No es casualidad que se proclame este Evangelio en este Segundo Domingo de Pascua, en que la Iglesia nos invita a celebrar la Divina Misericordia, una fiesta que el propio Jesús instituyó para derramar todo Su amor y otorgar todo Su perdón a cuantos lo pidan y reciban de corazón.
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