y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Eres polvo, pero...

Alejandra María Sosa Elízaga**

Eres polvo, pero...

Nadie hubiera imaginado que alguien se daría por ofendido cuando le dijeran esa frase, pero así fue.

Un ministro platicó que este pasado miércoles cuando estaba imponiendo ceniza a la gente que acudió con ese propósito a su parroquia, le tocó el turno a un joven, y cuando al ponerle la ceniza le dijo “Recuerda que eres polvo y al polvo volverás”, el muchacho se enojó y le respondió: “Pues tú también...”, y ¡le soltó una palabrota!

 

Sorprende esa falta de respeto, como decía una tía mía: “no son modos”, pero en el fondo esa iracunda reacción expresa una verdad: no nos gusta que nos digan que somos polvo y al polvo volveremos.

¿Por qué?

Quizá por cierta soberbia de no querer reconocer que no somos los “muy muy” (como diría otra tía mía) que a veces creemos ser, sino simples criaturas frágiles y mortales; o también porque nos da miedo pensar en morir, pero sobre todo porque aunque es verdad que somos polvo, es decir, que no seríamos nada si Dios, nuestro Alfarero, no nos hubiera modelado con Sus manos (ver Gen 2,7; Is 64,8), no admitimos que vamos a volver al polvo y a quedarnos allí; se nos revuelven las entrañas de sólo pensarlo.

¿Por qué?

Porque fuimos creados para la eternidad, la idea de acabar en nada nos repele porque es falsa, tenemos la certeza, porque así nos lo ha revelado Dios y así lo sentimos en el alma, de que nuestro destino no es el polvo sino la vida eterna.

Es cierto que el tiempo de Cuaresma es un tiempo penitencial, pero no hay que dejar la mirada baja y fija en las realidades del pecado y de la muerte, sino alzarla hacia Aquel que nos llama a tener vida y vida en abundancia.

Nos lo recuerda san Pedro en la Primera Lectura que se proclama en Misa este Primer Domingo de Cuaresma (ver 1Pe 3, 18-22), “Cristo murió... por los pecados de los hombres...para llevarnos a Dios, murió en Su cuerpo y resucitó glorificado”.

En otras palabras, Cristo murió para compartir nuestra muerte, pero resucitó para rescatarnos de ella. Somos polvo, sí, y al morir volveremos a la tierra, pero no nos quedaremos en ella. Estamos destinados a algo más.

En ese sentido, tal vez habría que hacerle un añadido a la frase que se emplea al imponer la ceniza y decir algo así como: “recuerda que eres polvo y al polvo volverás, pero ¡resucitarás!”

* Publicado en la página web de ‘"Desde la Fe", Semanario de la Arquidiócesis de México (www.desdelafe.mx) y en la del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx) el domingo 26 de febrero de 2012.
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