y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Desaferrados

Alejandra María Sosa Elízaga**

Desaferrados

Publicado en la página web de "Desde la Fe", 
Semanario de la Arquidiócesis de México, dom 22 enero 2012

 

¿Eres de los que se aferran a algo y no lo sueltan por nada? Probablemente sí. Todos tenemos la tendencia a aferrarnos a cosas, situaciones y personas. Tal vez sería mejor preguntarte a qué te aferras, y más aún, a dónde te conduce aferrarte a eso. Aferrarse en sí no necesariamente es algo negativo, puede ser incluso muy positivo. Por ejemplo si te aferras a tu fe durante una crisis, podrás enfrentarla con fortaleza; si tu vida es un caos pero te aferras a tu ratito de oración, de diálogo íntimo con Dios, equilibrarás las cosas y hallarás la necesaria paz. Pero si, por ejemplo, por aferrarte a obtener cierto nombramiento, pasas por encima de quien sea, pisando cabezas y dando ‘puñaladas traperas’, o si por ganar una determinada cantidad no te importa hacer algo ilegal, entonces eso a lo que te estás aferrando no te lleva a nada bueno, todo lo contrario, porque no te deja responder a la invitación del Señor a vivir el amor, la verdad, la justicia, la libertad de que gozamos como hijos de Dios.

En la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 1Cor 7, 29-31), san Pablo nos invita a vivir desaferrados a las cosas de este mundo, que es pasajero, y en la otras Lecturas dominicales podemos descubrir dos buenas razones para hacerle caso.

La Primera Lectura (ver Jon 3, 1-5.10) nos habla de Jonás, a quien el Señor había enviado a la ciudad de Nínive a exhortar a sus habitantes a convertirse, pero no quiso ir porque no quería que los ninivitas se convirtieran ni que Dios los perdonara. Se parece a un caso del que me acabo de enterar que me puso los pelos de punta: alguien llamó a un padre para que fuera a darle los últimos auxilios espirituales a una moribunda, pero cuando llegó, el hijo de ésta le impidió entrar, diciéndole: ‘No tengo nada contra la Iglesia ni contra Ud, padre, pero no lo voy a dejar pasar porque mi mamá es una tal por cual y no quiero que Ud. la confiese y ella se salve; quiero que ella se muera y se vaya al infierno’. ¿Se imaginan? ¡Nunca había oído cosa igual! Un caso extremo de aferrarse al rencor. Ojalá alguien le haya hecho ver a ese joven que por su acción tal vez su mamá pasaría la eternidad en el infierno, pero ¡él la acompañaría! No supe qué pasó después pero ese joven, aferrado a su rencor y a su enojo, ojalá haya tenido tiempo de desaferrarse, como Jonás, que luego de mil peripecias que sufrió por necio, al fin aceptó hacer lo que Dios le pedía, con tan buen resultado que no llevaba ni un día de camino, de los tres que se requería para recorrer toda la ciudad, y ya todos sus habitantes se habían convertido gracias a sus advertencias.

Y en el Evangelio (ver Mc 1, 14-20) vemos cómo Jesús invita a Sus primeros cuatro discípulos a seguirlo, y ellos no se aferraron a aquello de lo que hasta ese momento disfrutaban (y eso que dos de ellos probablemente gozaban de buena posición económica, pues ayudaban a su padre, que tenía trabajadores) sino que lo dejaron todo para ir con Jesús.

Tenemos dos ejemplos, uno de alguien que se desaferró de algo malo y otro de unos que se desaferraron de algo que hasta el momento era muy bueno, y en ambos casos la razón de su ‘desaferramiento’ (si se me permite la expresión), fue quedar libres de lo mundano para aferrarse a lo divino, en otras palabras, tener entera libertad para poder cumplir la voluntad de Dios, hacer lo que les pedía, ir a donde los enviara, y, en el caso de los discípulos, estar con Él.

Queda claro que no se trata de desaferrarse para quedarse con las manos vacías o en el vacío, sino para ponerlas en las manos de Dios y caminar con Él a dondequiera que desee llevarnos.

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