y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

¿Eres pobre?

Alejandra María Sosa Elízaga*

¿Eres pobre?

Dichosos los pobres.

Es una frase que hemos escuchado muchas veces, y ahora viene en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Lc 6, 17. 20-26), pero quizá nunca nos hemos detenido a reflexionar, ¿a qué pobres se refiere?

Para averiguarlo tenemos primero que preguntarnos: ¿qué entendemos por pobreza? ¿Una situación de miseria?, ¿el resultado de un sistema político corrupto e injusto? No, porque no hay dicha en ello; no es a lo que se refiere Jesús. Entonces ¿qué es?, ¿un voto que hacen sólo los religiosos?, ¿negarse a poseer algo propio? ¿Cabe entender que este término se refiere sólo a 'pobreza espiritual' o eso es salirse por la tangente y racionalizar algo que nos incomoda profundamente?

Si examinamos las enseñanzas bíblicas, las enseñanzas de la Iglesia y la vida de santos y santas (los 'dichosos' por excelencia que han encontrado el mejor camino y han sido felices recorriéndolo), podemos deducir que básicamente hay tres maneras de entender la pobreza a la que se refiere el Evangelio:

La primera, la más radical, sería como la de San Francisco de Asís: que se deshizo de todo lo que tenía, para igualarse al más pobre de los pobres, vivir mendigando y recibir sólo lo indispensable para sobrevivir. No son muchos los llamados a vivir voluntariamente este tipo de pobreza extrema.

La segunda consiste en tener sólo lo necesario y compartirlo todo con los demás. Son pocos también los que viven así, pero son muchos más que en el caso anterior. Es la pobreza que siguen numerosas órdenes religiosas y también laicos comprometidos que se dedican al servicio de los desposeídos.

La tercera está al alcance de todos, y consiste en vivir de acuerdo a, cuando menos, estos cuatro criterios:

1. Emplear las cosas como medios, no como fines en sí mismos

Administrar los bienes que pasan por nuestras manos, para que contribuyan a la gloria de Dios y la salvación de todos, no apropiárnoslos, no sentirnos sus dueños ni emplearlos sólo en nuestro beneficio.

2. Servir a los demás

Poner los propios dones y capacidades al servicio de los demás.

3. Compartir lo que tenemos

Pero no lo que sobra o está en mal estado, sino lo bueno. Decía San Ambrosio: 'Tú no 'regalas' tus posesiones al pobre, más bien se las devuelves, le das lo suyo; todo ha sido dado para el bien de todos, y tú te habías apropiado de algo sólo para ti'.

4. Prescindir de lo superfluo

Deshacerse de lo que no cubre una necesidad vital real (de supervivencia, como casa, alimento y vestido, o de salud o espiritual o funcional, para cumplir con una obligación o trabajo). Descartar lo que sólo satisface el ansia de prestigio, consumismo, poder, etc. Aprender a preguntarse a tiempo: ¿realmente me hace falta esto o ya tengo demasiadas cosas que ni uso ni necesito? ¿Si lo compro será para gloria de Dios y bien de los demás o mejor le doy otro uso a este dinero?

 

Desde el punto de vista del mundo lo mejor es tener mucho, comprar, consumir, impresionar a otros con lo acumulado, pero Jesús considera que aferrarnos a bienes materiales es riesgoso, pues olvidamos que no es en las cosas, sino en Dios donde hallamos nuestro verdadero gozo.

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “La mirada de Dios”, Col. ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo C, Ediciones 72, México, p. 41, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 16 de febrero de 2025 en la pag web y de facebook de Ediciones 72