Panacea universal
Alejandra María Sosa Elízaga*
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Se le preguntó a un grupo de personas qué entienden que es la 'gracia' de Dios.
Una dijo que era que Dios lo hacía todo con mucha gracia, entendida como delicadeza, arte, inteligencia, etc. Una niña dijo que eso de 'gracia' se refería al sentido del humor de Dios, que había hecho animales tan graciosos como la cebra o la jirafa. Por fin algunos dijeron que la gracia de Dios es todo aquello que Él nos da gratuitamente, y es ésta la explicación que más se acerca a la definición que da la Iglesia sobre la gracia: "La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a Su llamada" (C.C.E. #1996) ¿Qué llamada? La llamada a ser hijos Suyos, a corresponder a Su amor, a vivir con Él la felicidad que no acaba, la eternidad.
Qué maravilla que Dios nos dé la ayuda que requerimos para poder vivir como nos pide.
La gracia de Dios es verdaderamente la 'panacea universal', el auxilio infalible que todo lo remedia, que sirve para todo, que siempre acierta en proporcionarnos precisamente lo que nos hace falta: ¿Qué necesitas?, ¿tener valor?, ¿sabiduría?, ¿serenidad?, ¿consuelo? La gracia de Dios te lo da todo, te saca adelante de cualquier situación. No en balde dice el salmista al Señor: "Tu gracia vale más que la vida" (Sal 63, 4).
En la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 1Cor 15,10), san Pablo presume, aparentemente, de que ha trabajado más que todos los Apóstoles juntos, pero de inmediato aclara que no ha sido él, sino la gracia de Dios que está con él.
Se ve que no lo dice para presumir, sino para hacernos comprender que cuando uno cuenta con la gracia de Dios, todo lo puede, nada se dificulta. Se realizan grandes cosas de las que uno jamás se hubiera creído capaz y que jamás hubiera podido llevar a cabo si no fuera por la gracia de Dios.
Esto necesariamente nos obliga a preguntarnos: ¿Cómo estamos respondiendo a la gracia de Dios? Porque la gracia que movió a Pablo a ser un 'superapóstol' y a superar toda clase de terribles dificultades, es la misma que Dios derrama hoy en ti y en mí. No ha disminuido ni tantito; no se ha desgastado nada a través de los siglos. Sigue intacta, con toda su fuerza, con todo su poder. ¿La estamos aprovechando al máximo?
Dice San Pablo: "Por la gracia de Dios, soy lo que soy" (1Cor 15, 10). Atrevámonos a preguntarnos: ¿somos lo que somos debido a la gracia de Dios? Reflexiona: ¿cuánto de lo que piensas, haces, dices y tienes es consecuencia de abrirte a la gracia de Dios y cuánto es consecuencia de cerrarte a esa misma gracia?
San Ignacio de Loyola finalizó una de sus bellas oraciones, pidiendo al Señor: 'Concédeme tan sólo Tu amor y Tu gracia, que eso me basta'. ¡Ah, si hiciéramos nuestras sus palabras, si de veras apreciáramos todos los incontables beneficios que obtenemos cuando nos abrimos a la gracia divina! Viviríamos ávidos de recibirla y hacerla fructificar. La gracia de amar a los difíciles; perdonar lo imperdonable; derrotar la tentación; mantener viva la fe y la esperanza aun en las condiciones más adversas; la gracia de tener el corazón lleno de paz, mansedumbre, misericordia.
Muchas personas se resisten a la gracia; la aceptan con restricciones, la reciben con gotero para usarla a cuentagotas: poquito y de a poquito. Piden que Dios les dé tantita gracia para resolver cositas. No quieren ver ni aceptar que Él les ofrece abundante gracia para resolver grandes cosas. Así, por ejemplo, aceptan Su gracia para superar un cierto problema, pero en cambio no la quieren, ni la piden, para superar un gran pecado que suelen cometer, porque quizá ya se acostumbraron, se resignaron o peor aun lo disfrutan. El asunto es que, aunque no la pidan, Dios de todos modos les da Su gracia, y a manos llenas, para superarlo todo. Qué pena que la desperdicien miserablemente.
Pidamos ayuda a María, la llena de gracia, para abrirnos siempre como Ella, a la gracia divina, y que podamos afirmar gozosos, como san Pablo, que la gracia de Dios no ha sido estéril en nosotros.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Gracia oportuna”, Col. ‘Fe y vida’, ciclo C, Ediciones 72, México, p. 37, disponible en Amazon).