y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Soplo

Alejandra María Sosa Elízaga*

Soplo

-¿Por qué les sopló Jesús a Sus discípulos?

-¡Porque no estudiaron y no sabían qué contestar!

Así respondió muy ufano y a voz en cuello el alumno más pequeño a la catequista que trataba de preparar a los niños para su Confirmación.

La hizo reír porque esperaba que dijera que Jesús sopló sobre ellos para comunicarles Su Espíritu Santo, como se ve en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Jn 20, 19-23).

Por lo visto el chiquillo había entendido lo de 'soplar' como se usa coloquialmente, con referencia a cuando alguien le dice (le sopla) a otra persona lo que debe contestar. Había oído que Jesús es el Maestro y que se apiada de todos, así que dedujo que si les sopló fue porque no quería reprobarlos.

Su ocurrente respuesta tiene cierto elemento de verdad, pues sin duda ese soplo de Jesús sí se debió a que se apiadó de nosotros (y a que, en cierto sentido, no quiere 'reprobarnos'), pero deja ver que no se suele tener una idea clara sobre el valor y significado del soplo divino, por lo que valdría la pena detenernos a reflexionar al respecto.

Para ello cabe empezar por el principio, literalmente hablando. El primer versículo del primer capítulo del primer libro de la Biblia menciona el soplo, el aliento de Dios. Dice: "la tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas" (Gen 1,1). Tenemos ahí, al inicio de la Creación un viento, un divino soplo creador dominando sobre la confusión.

Luego, más adelante, el autor bíblico al narrar poéticamente la creación del hombre dice que Dios "insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente" (Gen 2, 7). Nuevamente se nos habla del poderoso soplo de Dios, que hace vivir.

Dirá el salmista, refiriéndose a esta fuerza creadora de Dios que sostiene a todos los vivientes: "les retiras Tu aliento y expiran y vuelven a ser polvo" (Sal 104,29).

Con base en todo lo anterior podemos comprender que cuando Jesús sopla sobre Sus discípulos, no está simplemente echándoles aire, está realmente comunicándoles Su soplo divino.

¡Qué poder, qué maravilloso regalo les está dando! ¡Los está revistiendo de una capacidad sobrenatural, les está compartiendo algo que hasta ahora era exclusivamente Suyo! ¿Te imaginas? ¡¡Es como para ponerse a temblar, recibir el poderoso aliento de Dios!!

¿Por qué lo hizo? Para que ellos también pudieran, como Él y en Su nombre, ordenar el caos y expulsar la tiniebla del mundo, pero, y he aquí lo extraordinario, para que emplearan el tremendo poder que les concedió no como poder destructor para aniquilar (tentación, por cierto, siempre presente en la mente de muchos líderes de superpotencias, que creen que el exterminio de los enemigos es la solución y tarde -o nunca- se dan cuenta de que eso sólo trae mayor muerte y desolación), sino como un poder creador, renovador, restaurador.

Les compartió Su poder para que combatieran la oscuridad, no como la combate el mundo, con más oscuridad, sino como la combate Él: con las armas de la luz. Les compartió Su poder para que lucharan contra el mal, no como pretende hacerlo el mundo, provocando males mayores, sino como lo hace Él, a fuerza de bien. Les compartió Su poder para terminar con los pecadores, no como el mundo, que los desprecia o destruye, sino como Él, y en Su nombre, acogiéndolos, escuchándolos y dándoles la oportunidad de recibir el perdón por sus pecados. Se los dijo claramente, cuando sopló sobre ellos, para comunicarles el Espíritu Santo (ver Jn 20, 22-23).

En este domingo en que celebramos la Solemnidad de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo con todos Sus dones y carismas, el nacimiento de la Iglesia, el momento feliz en que los Apóstoles fueron revestidos con el prometido poder de lo alto para poder abandonar el miedo y salir al mundo a proclamar la Buena Nueva con valentía, contemplamos en el Evangelio esta escena íntima de Jesús con Sus discípulos, que nos recuerda que el Espíritu Santo sigue presente en la Iglesia con el mismo poder e intensidad, aleteando sobre el caos, desterrando la oscuridad.

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Como Él nos ama”, Col. ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo B, Ediciones 72, México, p. 86. Disponible en Amazon).

Publicado el domingo 19 de mayo de 2024 en la pag web y de facebook de Ediciones 72