y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Convencimiento

Alejandra María Sosa Elízaga*

Convencimiento

Para que les quede clarísimo, para que no quepa en su cabeza ni la más pequeña duda, ya no les pide fe ciega, les ofrece comprobación palpable, pruebas sólidas, verificables, irrefutables.

Cada vez que Jesús se aparece a Sus discípulos después de haber resucitado los invita a confirmar que no están alucinando ni viendo un fantasma, sino que están realmente ante Él, en persona.

La semana pasada leíamos en el Evangelio que Jesús invitó al apóstol Tomás a poner su dedo en las llagas de los clavos y a meter su mano en la herida del costado.

En el Evangelio que se proclama en Misa este Tercer Domingo de Pascua (ver Lc 24, 35-48) Jesús pide a Sus discípulos que lo toquen para convencerse de que no es un espíritu, les hace notar que tiene carne y huesos, e incluso les pide algo de comer.

 

¿Por qué esta insistencia de Jesús en demostrarles a Sus apóstoles que Su Resurrección es un hecho real y patente?

Porque prometió que resucitaría, y si no lo hubiera cumplido, si todo hubiera terminado con Su muerte y sepultura, y Él se hubiera quedado encerrado en la irremediable corrupción del sepulcro no tendría sentido creer en Él.

 

Es que la fe en Cristo no se basa en que fue un gran hombre (pues ha habido muchos grandes hombres en la historia y no por ello los seguimos); tampoco en que fue un gran predicador (pues a veces, hay que reconocerlo, resultaba muy incómodo escucharlo, por ejemplo cuando pedía cosas difíciles de cumplir como poner la otra mejilla y bendecir a los que nos maldicen), ni siquiera en que se haya dejado matar por amor a nosotros (por admirable que sea este sacrificio).

La fe en Cristo se apuntala en Su Resurrección. Es a partir de este evento extraordinario que hasta entonces ni Sus más allegados habían comprendido o siquiera creído posible, que brota la fe en Él porque se descubre que era cierto todo lo que dijo. Que sí es el Hijo de Dios; que sí es el Camino, la Verdad y la Vida.

La fe en Cristo es, necesariamente, fe en el Resucitado.

Ya lo dijo San Pablo: si Cristo no hubiera vencido a la muerte, nuestra fe en Él sería en vano y seríamos los más infelices, pero no es así pues sí resucitó (ver 1Cor 15, 12-20).

 

Se comprende por qué resultaba tan importante que los apóstoles tuvieran esta certeza. Y es que imaginemos, si podemos, el terremoto interior que sufrieron los apóstoles cuando luego de haberlo dejado todo para seguir al Señor, convivir con Él varios años, amándolo y admirándolo cada vez más, Aquel que revivió muertos, curó enfermos incurables, calmó tempestades, de pronto fue rechazado por los dirigentes del pueblo, aprehendido, condenado, escupido, humillado, coronado de espinas, flagelado salvajemente, cargado con tremendo madero, clavado en éste y crucificado entre malhechores, sufriendo la muerte más vergonzosa.

 

Podemos suponer que cuando todo ese horror terminó y Su amadísimo Maestro inerte, traspasado por una lanza y cubierto de sangre fue sepultado, realmente tocaron fondo. Su fe quedó hecha añicos y su esperanza perdida. Fue sin duda el día más negro de su historia, el más desgarrador, el más agobiante y deprimente.

Entonces, cuando tres días después les comenzaron a llegar las noticias desconcertantes del sepulcro vacío y del encuentro del Resucitado con algunas de las personas de su grupo, no lo podían creer.

En los cuatro Evangelios se menciona que los apóstoles dudaban, que no daban crédito a aquellos relatos. Lo que experimentaron al verlo morir en la cruz fue demasiado terrible e inolvidable, recuerdos que seguramente los atormentaban de día y no los dejaban dormir de noche. Y no sólo se sentían desesperadamente tristes, sino también aterrados. Tenía pavor de correr la misma suerte.

Como se ve no era fácil que salieran de ese estado. No bastaban unos cuantos testimonios considerados de antemano fantasiosos por provenir de mujeres (ver Lc 24, 9-11). No bastaba siquiera el asombro de quien fue al sepulcro y lo encontró vacío (ver Lc 24,12).

Para sanar la sacudida de haber visto muerto a Su Maestro se necesitaba la sacudida de verlo resucitado. Y eso es precisamente lo que recibieron. Y su experiencia los transformó por completo. Los iluminó, los alegró, los fortaleció, los capacitó para convertirse en testigos. Testigos que nos hablan ahora a nosotros desde las páginas del Evangelio, y quieren que sus voces resuenen en nuestras corazones para que también nosotros, como ellos, seamos transformados, iluminados, alegrados y fortalecidos, y, sabiendo que la Resurrección fue un hecho real, nos convirtamos en convencidos testigos del Señor Resucitado, porque Él sigue Vivo y Presente a nuestro lado.

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Como Él nos ama”, Col. ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo B, Ediciones 72, México, p. 71, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 14 de abril de 2024 en la pag web y de facebook de Ediciones 72