Fuente de paz
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Tienes paz? ¿Sientes esa tranquilidad interior, ese sosiego que te deja el alma gozosamente serena? Y, si la tienes, ¿puedes perderla? ¿Por qué? ¿Qué puede provocar que pierdas la paz?
Se preguntó a numerosas personas, de las más diversas edades y condiciones, qué les robaba la paz. Prácticamente todas coincidieron en mencionar alguna de estas tres causas: el miedo (miedo a la violencia, a la falta de dinero, a la soledad, a la enfermedad, a vivir una vejez achacosa, y, desde luego, a la muerte); el sufrimiento (dolor físico o moral), y la propia conciencia (que remuerde cuando se ha hecho algo malo).
Recordé esto al leer el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Jn 20, 19-31), pues de alguna manera responde a cada una de esas tres causas mencionadas por la gente y ofrece un remedio infalible para no perder nunca la paz. Veamos de qué manera.
Con relación al miedo
Narra el evangelista que "estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: 'La paz esté con ustedes'..." (Jn 20, 19).
Imagínate la escena: los discípulos encerrados a piedra y lodo, temiendo que pueden venir por ellos los que condenaron a morir a su Maestro; cualquier ruido los sobresalta, y de pronto se presenta Jesús Resucitado, que les comunica Su paz y todo cambia. ¿Por qué? Porque Su sola presencia es prueba palpable (y bien 'palpable', en el amplio sentido de la palabra) de que resucitó, es decir, que fue capaz de derrotar a la muerte, de penetrar la realidad más negra e irremediable del ser humano, el sepulcro, y abrirle una salida.
Si ellos comprenden que con el Resucitado a su lado, no tienen nada que temer, nosotros, que también lo tenemos a nuestro lado, estamos llamados también a abandonar todo temor, pero ojo, no por creer que Él nos va a librar de experimentar dificultades, sino por saber que Aquel que nos ama a morir -pues dio Su vida por nosotros- y tiene todo poder -puesto que fue capaz de derrotar incluso la muerte- está Vivo y Presente en nuestra vida y en todo interviene para bien, por lo que sólo permitirá que nos suceda cuanto sea para nuestro bien y salvación.
Podemos decir como el salmista: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar”' (Sal 27,1).
Con relación al sufrimiento
En seguida cuenta san Juan que Jesús "les dijo: 'La paz esté con ustedes' y dicho esto les mostró las manos y el costado" (Jn 20, 19-20).
¿Por qué el Resucitado lleva todavía las marcas de la crucifixión? Quizá para que quienes lo contemplan comprendan que hubo una poderosa razón para Su sufrimiento, que tuvo sentido, que fue redentor, que, como dijo el profeta Isaías, "Él soportó el castigo que nos trae la paz" (Is 53, 5b).
Ello significa que cuando se sufre (y todo el mundo tarde o temprano enfrenta algún sufrimiento inevitable) se puede eludir el agobio y mantener la paz sólo si se le halla sentido, propósito al sufrimiento, ¿cómo? uniéndolo al de Cristo, ofreciéndolo por amor a Él y para interceder por muchos y para crecer en santidad.
Así, el sufrimiento deja de ser enemigo que nos desasosiega y nos hace rabiar, y convertirse en camino de salvación y vida, de santidad.
Con relación a lo que remuerde la conciencia
Dice también San Juan que luego de darles de nuevo la paz, Jesús les dio el poder a Sus Apóstoles (y obviamente a los sucesores de éstos) para perdonar los pecados. Quienes mencionaron que era su conciencia la que no los dejaba en paz, tienen un remedio a su alcance: reconciliarse con el Señor y al recibir Su perdón proclamar, como el salmista: "Alma mía, recobra tu calma, que el Señor fue bueno contigo" (Sal 116,7).
Resulta muy significativo que este domingo, en que se celebra la Fiesta de la Divina Misericordia, se nos recuerde cómo surgió el Sacramento de la Reconciliación, fuente inagotable de misericordia y de paz que el Señor no se cansa de derramar sobre la humanidad.
Para terminar sólo cabe hacer notar que a pesar de que nosotros encontramos fácilmente razones para perder la paz, en el Evangelio dominical escuchamos al Señor insistir tres veces en decir: "la paz esté con ustedes". Conmueve que no sólo nos anime a recibirla, sino haya hecho hasta lo imposible para que podamos mantenerla...
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Como Él nos ama”, Col. ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo B, Ediciones 72, México, p. 68, disponible en Amazon).
NOTA IMPORTANTE:
¡ESTE 7 DE ABRIL, FIESTA DE LA DIVINA MISERICORDIA APROVECHA 3 REGALOS!
Primer regalo:
Jesús prometió a santa Faustina Kowalska que quien en el día de la Fiesta de la Divina Misericordia, esté en estado de gracia, por haberse confesado, y comulgue, obtendrá ¡el perdón total de todos sus pecados y todas sus culpas, como en el Bautismo!
El padre Chris Alar, del Santuario de la Divina Misericordia en EUA, dice que además de cumplir esas condiciones, hay que pedirle a Jesús esa gracia prometida, por ejemplo con esta oración:
Señor Jesús:
Tú prometiste que quien en la Fiesta de la Divina Misericordia, se haya confesado y comulgue obtendrá de Ti el perdón total de todos sus pecados y todas sus culpas. Yo me confesé y comulgué, así que te pido y agradezco me concedas esa gracia, por Tu Divina Misericordia. Amén.
Segundo regalo:
Jesús le dictó a santa Faustina la ‘Coronilla de la Divina Misericordia’ y le dijo que si una persona la reza, aunque sea una vez en su vida, cuando ésta muera Él la recibirá no como Justo Juez, sino como Misericordioso Salvador. Toma 5 minutos. Aquí viene cómo rezarla paso a paso: bit.ly/1WvcsqS
Tercer regalo:
También puedes obtener la indulgencia plenaria y la puedes aplicar por un difunto. Requieres:
-Total rechazo a todo pecado, venial o mortal.
-Confesarte
-Comulgar
-Rezar por las intenciones del Papa (por ej: Padre Nuestro, Ave María y Credo)
-Honrar la Divina Misericordia (por ej: realizando una obra de misericordia).
¡Aprovecha estos 3 grandes regalos que nos da el Señor este domingo, Fiesta de la Divina Misericordia!