El Padre y el padre
Alejandra María Sosa Elízaga*
“A ningún hombre sobre la tierra lo llamen ‘padre’, porque el Padre de ustedes es el Padre celestial.” (Mt 23,9).
En esta frase de Jesús se basan ciertos hermanos separados que cuestionan a los católicos: ‘¿ustedes por qué le llaman ‘padre’ a sus sacerdotes si Jesús lo prohíbe?’
Para responderles cabe considerar lo siguiente:
Si pensáramos que debemos tomar al pie de la letra estas palabras de Jesús que se proclaman en el Evangelio este domingo en Misa (ver Mt 23, 1-12), tendríamos que preguntarnos dos cosas: ¿se refieren única y específicamente al término ‘padre’?, porque de ser así podríamos vernos muy listos, salirnos por la tangente y en lugar de ‘padre’ optar por ‘papá’, ‘papito’, ‘papi’, ‘pa’ y cuantas variantes pudieran ocurrírsenos.
¿O se refieren más bien a que no debemos considerar a nadie como ‘padre’?, porque si así fuera tendríamos que suprimir no sólo del lenguaje cotidiano, sino del corazón al hombre que nos engendró, no reconocer su paternidad.
¿Suena lógico? No. Es obvio que no se pueden interpretar literalmente las palabras de Jesús, y la prueba de ello es que en la Biblia se emplea con frecuencia el término ‘padre’ para referirse a hombres.
En el Antiguo Testamento, los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob son continuamente mencionados como ‘padres’ del pueblo judío (ver Is 51,2; Dt 29,12;), y también se llama padres a los profetas (ver 2Re2,12), y a otros hombres (ver Is 22,21).
Y en el Nuevo Testamento, además de que se sigue reconociendo la paternidad espiritual de los patriarcas judíos (ver Hch 3,13; 7,2; Rom 9,10; Lc 1,73), los propios apóstoles Pedro y Pablo se refieren a sí mismos como padres espirituales (ver 1Tim 1,2; 1Cor 4,14-15;1Pe 5,13) y en otros pasajes también se hace referencia a padres (ver 1Jn 2, 13-14;).
¿Qué significa esto? ¿Que todos desobedecieron lo que les mandó el Señor? No. Significa que las palabras de Jesús no estaban pensadas para ser entendidas en forma literal. Para comprobarlo es indispensable situarlas en contexto, como quien dice averiguar qué dijo antes y después, a quiénes y por qué, entonces descubriremos lo siguiente:
Él comienza dirigiéndose a Sus discípulos para advertirles que los escribas y fariseos no practican lo que enseñan, y pedirles: “Hagan, pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra.” (Mt 23,3).
Luego les explica la razón de la incongruencia de dichos escribas y fariseos: “todo lo hacen para que los vea la gente” (Mt 23, 5), y cita varios ejemplos que muestran que lo que a éstos les importa no es cumplir y enseñar a cumplir la voluntad de Dios, sino ser admirados y respetados, para recibir trato preferencial a dondequiera que van.
Es entonces cuando Jesús pide a Sus discípulos que a ningún hombre llamen “padre” y que ellos mismos no se dejen llamar “maestros” o “guías”.
Se entiende que no pretende suprimir esas palabras o esos conceptos (si no tuviéramos noción de lo que significa un padre humano, ¿cómo podríamos entender lo que significa que Dios sea nuestro Padre).
Lo que Jesús desea es que Sus seguidores no caigan en la tentación de los escribas y fariseos, de buscar títulos y sentirse superiores a otros, ni vayan detrás de supuestos maestros o guías (como sucede ahora, que muchos ingenuos se van ‘con la finta’ y se vuelven alumnos de gurús exóticos a los que siguen ciegamente), cuando sólo Jesús es el verdadero y único Maestro.
Él no pretende que se borren del diccionario y de la vida familiar, cultural, laboral o educativa las palabras padre, maestro o guía, sino que tengamos claro Quién es Él y quiénes somos nosotros, y que no por seguirlo a Él nos sintamos por encima de nadie, porque, como lo expresa la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa, (ver Mal 1, 14-2,2): todos somos iguales porque a todos nos creó el mismo Dios.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “La Fiesta de Dios”, Col. ‘Lámpara para tus pasos’, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 145, disponible en Amazon).