y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Contigo

Alejandra María Sosa Elízaga*

Contigo

¿No te ha pasado que con tal de estar con alguien a quien amas o aprecias mucho soportas alguna circunstancia que muchos considerarían desagradable y a ti no sólo no te molesta sino incluso hasta te parece bien?

Es algo que se ve todos los días.

Le ocurre, por ejemplo, a esos novios que se están larguísimo rato felices cuchicheando y mirándose a los ojos encaramados en algún sitio incómodo que a ellos les parece el paraíso; le sucede a esa familia que disfruta muchísimo su 'día de campo' sin que se lo arruine el hecho de que rodeando su pedacito de pasto pasan veloces y rugientes los coches; lo vive el chamaquito que voluntariamente se 'desmañana' un sábado con tal de acompañar a su papá a realizar algún tedioso encargo; le acontece a ese matrimonio de viejitos que sacan un par de sillas para sentarse juntos a tomar tantito sol a la puerta de su vivienda en una calle transitada y ruidosa; lo siente ese amigo que está dispuesto a acompañar a otro en un agobiante trayecto en el pesado tráfico por el gusto de estar juntos y platicar; lo experimenta, en fin, cualquiera que sólo ve lo bonito de una situación que podría catalogarse como fea, porque a su lado está alguien que ilumina su vida, que le hace verlo todo con buenos ojos.

Es indudable que por amor o incluso por amistad se puede asumir de buena gana lo que sin estos elementos jamás se aceptaría.

Cabe pues pensar que si hubiera una manera de vivirlo todo con una persona amada o amiga al lado, se la pasaría uno de maravilla.

En este mundo esto no parece posible: no se puede negar que hay demasiados momentos en la vida en los que no podemos contar con la presencia de nuestros seres queridos, por más buena voluntad que éstos tengan. Nos los arrebatan las ocupaciones, el sueño, la enfermedad, la muerte, y nos quedamos y nos sentimos en la más triste soledad.

¡Ah, pero entonces leemos el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mt 28, 16-20) y descubrimos gozosos que en realidad no estamos solos! Dice Jesús: "Sepan que Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20).

¿Qué significa esto? Que podemos tener la absoluta certeza de que contamos siempre, en todo sitio y tiempo nada menos que con la presencia del Amado, del Amigo, de Aquel que es verdadera Luz en nuestra vida, y eso lo transforma todo, lo embellece todo, lo hace todo no sólo soportable, sino disfrutable, pues le da sentido, dirección, esperanza.

San Francisco de Sales insistía en la importancia de practicar lo que él llamaba 'la conciencia de la presencia divina', y que consiste en recordar frecuentemente, a lo largo del día, que el Señor está a nuestro lado, que estamos en Su presencia.

Sentirnos acompañados por Él nos hace vivirlo todo de otra manera; nos permite encontrar algo interesante en lo aburrido; hallar en todo tema para una sabrosa - aunque sea breve- conversación íntima y silenciosa con Él; descubrir la posibilidad de ofrecerle amorosamente lo sencillo, lo cotidiano, lo doloroso y lo alegre, e ir tejiendo a lo largo de la jornada una trama de charlas, ofrendas y pequeños y continuados gestos de amor que le dan nuevo sentido a lo que vivimos y afianzan nuestra cercanía con el Señor.

Dirigiéndose a Dios, san Agustín lamentaba: "Tú estabas conmigo pero yo no estaba contigo", es decir, por vivir con la mente puesta en mil cosas no captaba lo único que valía la pena.

Y es que si nos pasa desapercibida la presencia divina en nuestra vida diaria, si no nos damos cuenta de que está siempre a nuestro lado y nos limitamos a captarla un ratito los domingos (y eso si acaso), no sólo corremos el riesgo de ir apartándonos de la luz y empezar a recorrer caminos de oscuridad y desesperanza, sino que perdemos la oportunidad de vivir lo ordinario de manera extraordinaria, pues así como todo se vive mucho mejor cuando lo vivimos al lado de quien amamos, así nuestras actividades, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, por insignificantes que parezcan, pueden convertirse en algo maravilloso y en verdadero camino de santidad, si las vivimos con la plena conciencia de que Dios está a nuestro lado, que no nos abandona nunca y está siempre dispuesto a sostenernos, consolarnos, mostrarnos el camino mejor.

Decía San Francisco de Sales que hay que ser como ese niño que camina de la mano de su papá, y aunque todo lo distrae, todo le llama la atención, y va tocando las cosas por donde pasan, a cada rato levanta la mirada para ver a su papá, para sonreírle, para captar si lo tiene contento, si puede o no hacer algo que se le ha ocurrido. Tiene, como quien dice, una mano en el mundo y la otra en la de su papá, y así puede disfrutar cuanto lo rodea y avanzar alegremente sintiéndose seguro y protegido.

El Señor te anuncia que está contigo, y está esperando que vuelvas tu mirada hacia Él, que está presente ¿lo percibes? a tu lado, ahora mismo, en este mismo instante...

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Caminar sobre las aguas”, Col. ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 89, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 21 de mayo de 2023 en la pag web y de facebook de Ediciones 72