Tu lugar
Alejandra María Sosa Elízaga*
Una amiga platicaba que tuvo que viajar a una ciudad en la que vive un hermano suyo con su esposa e hijos, y le ofrecieron que se hospedara en casa de ellos. Le daba pena molestar pero fue tanta la insistencia que aceptó.
Y contaba que la emocionó que cuando luego de merendar se retiró a la habitación que le habían preparado, vio que cada miembro de la familia le había dejado ahí algo que pensaba que haría su estancia más agradable: su previsor hermano le dejó en el buró junto a la cama una linternita de pilas por si se iba la luz; su sobrino, su reproductor de discos compactos, con una variedad de CD de rock; su sobrina, su revista favorita; su cuñada, conocedora de sus gustos, le dejó un chocolatito sobre la almohada con una notita deseándole felices sueños; y su sobrino el más chico, dejó bien arrebujado en las cobijas el muñequito de peluche con el que él solía dormir abrazado y del cual estaba heroicamente dispuesto a desprenderse para que la acompañara a ella.
Decía que se sintió muy conmovida de que hubieran tenido tales detalles con ella y que aunque no pudo aprovechar todas las cosas que le dejaron, todas le sirvieron para hacerla sentir bienvenida y querida. Y pensaba que hubiera sido muy distinto quedarse en un cuarto de hotel, impersonal y frío, pues nadie lo hubiera preparado con cariño especialmente para ella.
Recordaba esto al leer que en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Jn 14, 1-12) Jesús dice: “En la casa de Mi Padre hay muchas habitaciones. Si no fuera así, Yo se lo habría dicho a ustedes, porque ahora voy a prepararles un lugar. Cuando me haya ido y les haya preparado un lugar volveré y los llevaré conmigo, para que donde Yo esté, estén también ustedes.” (Jn 14, 2-3).
¿Te imaginas al Señor preparándote un lugar para que puedas pasar la eternidad feliz con Él? ¿Cómo crees que sería?, ¿qué consideras que Él se aseguraría de que hubiera ahí? Toma en cuenta que, a diferencia de lo que le sucedió a mi amiga, no habría nada que tú no pudieras aprovechar o disfrutar; el Señor no prepararía para ti algo que no fuera absolutamente perfecto, maravilloso, pues Él te conoce como nadie, sabe tu historia, tus gustos, tus anhelos, tus sueños, tus esperanzas, lo que te haría más feliz, y no sólo por una noche o una estancia de pocos días, sino para siempre.
Y cabe destacar que aunque dijo: “voy a prepararles un lugar” no se refería a lo que a veces imaginamos: un cielo azul en el que flotaremos aburridamente en medio de millones de almas tocando el arpa con el coro de los ángeles. Quién sabe de dónde sacamos semejante idea. Dice san Pablo que ni el ojo vio ni el oído oyó ni puede la mente humana imaginar lo que Dios tiene preparado para nosotros (ver 1Cor 2,9).
No podemos visualizar cómo será, sólo podemos hacer pequeñas conjeturas, con base en lo que dicen las Sagradas Escrituras, y en este caso al leer en el Evangelio que Jesús habla de “muchas habitaciones”, podemos suponer que ello significa que en la vida eterna habrá algo especial para todos y para cada persona en particular; pues no seremos una ‘masa’ informe, no nos fundiremos en el cosmos, como sostienen algunos seguidores de la ‘nueva era’. Seguiremos siendo nosotros mismos, con nuestro cuerpo glorificado, pero con las características particulares con las que Dios nos dotó a cada uno, y por ello cada uno experimentará aquello que lo colmará plenamente de dicha.
Podemos tener la seguridad de que la vida eterna con Dios no será aburrida, y no habrá en ella nada inútil o fuera de lugar, nada que nos inquiete, disguste, lastime, preocupe o entristezca. ¿Por qué? Porque se ha encargado de preparárnosla Aquel que nos ama desde siempre y para siempre.
Si mi amiga pensaba que hubiera sido una pena no haber aceptado la hospitalidad de su familia, luego de ver con cuánto cuidado prepararon todo para ella, cuánto más nosotros podemos pensar que sería una verdadera pena que luego de todo el trabajo que el Señor se ha tomado para ir a prepararnos un lugar privilegiado junto a Él en la vida eterna, desperdiciáramos Su invitación, faltáramos a la cita, dejáramos desaprovechado el espectacular hospedaje celestial que nos tiene reservado...
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “La fiesta de Dios”, Col. ‘Lámpara para tus pasos’, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 80).