Emaús
Alejandra María Sosa Elízaga*
No recuerdo haber visto este episodio en ninguna película sobre Jesús, pues éstas suelen terminar cuando Él resucita (y algunas ni eso, por ejemplo 'Jesucristo Superestrella' y 'Godpsel' dejan al espectador con la errónea idea de que el Señor quedó muerto en el sepulcro), y sin embargo cada vez que se le menciona, vienen a mi mente escenas tan vívidas como si las hubiera visto muchas veces.
Me refiero a lo sucedido en Emaús según lo narra el Evangelio de San Lucas que se proclama este Tercer Domingo de Pascua en Misa (ver Lc 24, 13-35).
¿A qué se debe esto? A que hace años durante unos ejercicios espirituales, el padre que los dirigía propuso que cada uno fuera a algún rinconcito tranquilo para hacer lo siguiente: buscar este pasaje en la Biblia, leerlo varias veces hasta empaparse bien de su contenido y luego cerrar los ojos y visualizarlo con la mayor cantidad de detalles posible, por ejemplo, cómo era el lugar, los alrededores, el clima, los sonidos, los colores, los aromas, los personajes de los que ahí se hablaba, etc.
Se trataba de seguir el consejo de San Ignacio de Loyola de meterse a fondo en la escena evangélica para dejar de verla como mero espectador ajeno y convertirse uno en participante comprometido. El padre dijo: 'se trata de ver esta escena como un director de cine que la filma para una película'.
Así pues, me puse a imaginar una toma desde lo alto que abarca una llanura verde de colinas ondulantes atravesada por un camino de tierra rojiza que va serpenteando y por el cual se ve a lo lejos y de espaldas a los dos discípulos de Jesús que caminan cabizbajos, cargando sendos morrales dentro de los cuales seguramente llevan bártulos de trabajo, evidencia de su intención de volver a algún antiguo oficio en vista de que Su Maestro -y sus esperanzas- han muerto. En eso la cámara se les va acercando, los rodea y los toma de cerca y de frente pero entonces ya no son dos, son tres los que vienen caminando. Nadie sabe de dónde salió el otro... Luego vienen los diálogos y después la toma nuevamente se aleja para mostrar todo el paisaje, ahora con un bello atardecer de fondo. Llegan así a un pequeño poblado cuyas casas blancas reflejan ese azul morado del cielo que comienza a oscurecer. En algunos ventanucos hay algo de luz. Los discípulos invitan al Señor a quedarse, entran a una habitación austera, rústica, y cuando al partir el pan lo reconocen, se levantan gozosos, se dan un abrazo de alegría y al voltear ya no lo ven. Ha desaparecido. Salen entonces a la carrera a desandar sus pasos por un camino que ahora luce plateado bajo una luna llena; ya no temen que sea de noche, ya no llevan sus bártulos que han quedado olvidados, tirados en el suelo de la casa; no los necesitan porque no tendrán que volver a sus oficios de antes, tienen algo nuevo que hacer: convertirse en testigos de la Buena Nueva pues el Señor ¡ha resucitado!
Hasta aquí lo que me imaginé sobre el relato de Emaús. Y ¿tú?, ¿cómo te imaginas esta escena? Date un tiempo y averígualo. Es una experiencia muy enriquecedora.
Y ya entrados en este tema valga otra recomendación: Procura hacer siempre esto mismo con el Evangelio que se proclama en Misa. Escúchalo con los ojos cerrados para poder ir contemplando en tu interior lo que ahí se narra. Meterte así en el Evangelio te permite además que éste se te grabe mejor para tenerlo presente cuando necesitas recordarlo, así como apreciar aspectos que quizá te pasarían desapercibidos si sólo lo leyeras (especialmente si caes en la tentación de leerlo distraídamente...).
Del relato de Emaús hay mucho que comentar, pero no cabe aquí más que hacer notar tres puntos particularmente significativos:
1. Que es otra prueba más de que los apóstoles no inventaron la Resurrección pues ni siquiera les cabía en la cabeza que ello fuera posible. Y tampoco esperaban ver a Jesús Vivo, o hubieran estado muy atentos a examinar a todos los que cruzaran su camino preguntándose ¿será Él? Pero ni cuenta se dieron de que era el Resucitado el caminante que se les había unido. Queda claro que la Resurrección fue para ellos un hecho extraordinario que cambió su vida.
2. Que aquí se ve que aprendieron del Señor el modo cristiano de interpretar el Antiguo Testamento: ver cómo se refiere a Jesús todo lo anunciado y prometido en las Sagradas Escrituras, método que hasta entonces no se les había ocurrido y que partir de ese momento comenzó a ser usado por los Apóstoles (como se aprecia en los discursos de Pedro y de Pablo), y por la Iglesia Católica, hasta nuestros días.
3. Que cuando nos embarga el desaliento y la pena, como sucedió a esos dos discípulos, nos volvemos incapaces de darnos cuenta de que el Señor marcha a nuestro lado. Por eso nunca permitamos que la tristeza y las preocupaciones de esta vida nos nublen el ánimo y la mirada y nos impidan percibir la presencia de Aquel que es el Único capaz de hacer arder nuestro corazón y llenarlo de esperanza, de Aquel que siempre acepta quedarse con nosotros cuando anochece, es decir, cuando nuestra vida se llena de sombras, cuando pasamos por momentos difíciles, tristes, dolorosos.
De este relato maravilloso podemos sacar la consoladora conclusión de que el Señor nunca nos deja solos. Está presente en todo momento. Qué alivio saber que hoy, al igual que ayer, como lo dice bellamente la V Plegaria Eucarística, tenemos un Dios que "está siempre con nosotros en el camino de la vida" y "como hizo en otro tiempo con los discípulos de Emaús, Él nos explica las Escrituras y parte para nosotros el Pan".
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Caminar sobre las aguas”, Col. ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 77, disponible en Amazon).