La verdadera recompensa
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Cuánto me van a pagar?
Es la primera pregunta que suele hacer mucha gente cuando se le pide que realice algún servicio.
¿Cuánto te van a pagar?
Es la otra pregunta que suelen plantearle amigos y familiares q quienes anuncia que ya tiene chamba.
Parece ser que lo más importante es recibir un pago, y que sea considerable.
Y tal vez este criterio funciona en un mundo que se rige por las transacciones comerciales, pero no cabe trasladar esta mentalidad a las cosas de Dios.
Y sin embargo muchos creyentes cometen ese error.
Hacen las cosas esperando obtener algo a cambio.
Por ejemplo, van a Misa todos los domingos como un modo de tener ‘contento’ a Dios, para que haga que en todo les vaya bien, y si en algo les va mal, le retiran el habla, dejan de ir, le reclaman: ‘pero si yo voy a Misa todos los domingos, ¿por qué me haces esto?’
Realizan obras piadosas con la intención de que Dios les multiplique su dinero, y si no lo hace, dejan de dar.
Oran porque esperan que Dios les cumpla al minuto lo que le están pidiendo, o mejor dicho, exigiendo, y si no les responde como quieren, se decepcionan, se frustran, se enojan, dejan de orar.
A superar esa mentalidad de ‘te doy para que me des’, puede ayudarnos el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (Lc 17, 5-10).
En él Jesús plantea que un empleado que cumple el trabajo que le han encomendado, no debe esperar que su patrón se muestre agradecido con él.
Ojo, no está diciendo que ese patrón no se lo agradezca. Ése es otro asunto. De hecho en un pasaje anterior, Jesús ha dicho que a los empleados a quienes su señor los encuentre en vela, es decir, atentos, cumpliendo lo que les pidió, “los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo” (Lc 12, 37), como quien dice, que recompensará personalmente su esfuerzo.
El Evangelio dominical nos invita no a poner la atención en si Dios nos recompensará o no, sino en nosotros, en no hacer las cosas buscando recompensa.
Quiere Jesús que purifiquemos nuestra intención. Que hagamos las cosas por amor a Él, para agradarle porque lo amamos, no porque queremos ver qué le sacamos.
Por ello nos propone una sencilla fórmula: “cuando hayan cumplido lo que se les mandó, digan: ‘No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer’...” (Lc 17, 10).
En otras palabras, que debemos contentarnos con cumplir la voluntad divina y que en darle gusto al Amado esté nuestra recompensa, consideremos nuestro esfuerzo bien empleado.
Pidámosle al Señor que nos conceda Su gracia para que lo que le ofrezcamos, se lo ofrezcamos por amor.
Dice en el magnifico librito de ‘La imitación de Cristo’: ‘más mira Dios el corazón, que el don’ (I, 15). Más que en lo que le ofrecemos, se fija en nuestra intención.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga "Mar adentro", Col. 'Lámpara para tus pasos', ciclo C, Ediciones 72, México, p. 157, disponible en Amazon)