Genio y figura
Alejandra María Sosa Elízaga*
El que inventó eso de ‘genio y figura, hasta la sepultura’ no había leído el texto del Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Lc 16, 19-31) porque si no hubiera dicho: ‘genio y figura, hasta más allá de la sepultura’, ¿por qué?Veamos:
En ese texto bíblico Jesús cuenta la historia de dos hombres, uno era un rico que “se vestía de púrpura (que no significa que diario se ponía un traje morado, sino que usaba la tela de seda más fina que había en su tiempo, que solía ser púrpura pero había de otros colores) y banqueteaba espléndidamente” (que no significa que comía parado en la banqueta, sino que se daba verdaderos banquetes), y el otro era un mendigo cubierto de llagas que se la pasaba a la entrada de la casa del rico deseando comer aunque fuera una migajita de la mesa de éste.
Entonces ambos murieron (no sabemos de qué, quizá uno de hambre y el otro empachado). El pobre fue llevado a la gloria y el rico al lugar de castigo.
Esta parte es la que siempre ha llamado más la atención. En tiempos de Jesús desconcertaba a Sus contemporáneos, que tenían la errada idea de que Dios premiaba con la riqueza a los buenos y castigaba con la pobreza a los pecadores, por lo que no imaginaban que un rico pudiera condenarse, y hoy en día desconcierta a quienes la malinterpretan yéndose al otro extremo y deducen que Dios odia a los ricos y ama a los pobres. No es así.
La verdad es que la razón de la condenación del rico no radica en que tuviera mucho dinero sino en su actitud. Se nota que era egoísta, prepotente, mandón, indiferente a los sentimientos o sufrimientos ajenos. ¿Cómo lo sabemos? Porque siguió siéndolo. Estando en el lugar del castigo alcanzó a ver allá a lo lejos a Lázaro junto a Abraham, el padre de la fe, y ¿qué fue lo primero que se le ocurrió?, ¿pedirle perdón por haberlo sabido hambriento y no haberle convidado ni un taco?, ¿expresarle su remordimiento por haberlo visto llagado y no haberle dado ni un quinto para una medicina? No. ¡Ni siquiera le dirigió la palabra! Siguió sin tomarlo en cuenta como ser humano; lo único que se le ocurrió fue que podía usarlo de ‘mandadero’, y por eso le pidió a Abraham que lo mandara a refrescarlo porque se sentía morir (es un decir, ya estaba bien muerto) con el ardor de las llamas que lo torturaban.
Y cuando Abraham dijo que eso no era posible porque entre ambos se abría un abismo que no se podía atravesar, todavía siguió insistiendo en usar a Lázaro de ‘recadero’ y, sin siquiera preguntarle a éste si quería ir, pidió que lo enviaran a advertirles a sus hermanos (a los del rico, no a los de Lázaro) lo que les esperaría, pues seguramente eran como él y probablemente terminarían igual que él (y quién sabe si quería advertirles no por buena gente, sino porque no quería tener que aguantarlos eternamente).
Cuando se reflexiona sobre esta parábola se suele enfatizar la importancia de usar los bienes materiales no como el rico egoísta sino con caridad, pues a toda acción en esta vida corresponderá un premio o un castigo en la otra, pero cabe también reflexionar en lo que se mencionaba al principio: que la gente sigue siendo la misma después de morir, que se lleva al otro mundo sus maneras de pensar, sus preferencias, sus cualidades y defectos, y es esto lo que determina a dónde va a parar. Que, como alguien dijo alguna vez, la muerte cierra la puerta de un cuarto al que ya entraste, es decir, tus actitudes de hoy determinan qué será de ti mañan,a por lo que más vale que te asegures de corregir a buena hora lo que haga falta.
Y es que hay quien cree que en el último instante tendrá tiempo de arrepentirse y de cambiar, pero quién sabe, puede que sí, pero puede que no, por lo que resulta muy arriesgado esperarse hasta el final y vivir aquí optando por la mentira, el odio, el rencor, la violencia, el desenfreno, el egoísmo, porque puede llegar la muerte inesperadamente y no haber tiempo para convertirse, es decir para cambiar de mentalidad.
Claro que siempre se puede confiar en la gracia y la misericordia del Señor, pero Él las regala, no las impone, y quien ha vivido en este mundo rechazándolas probablemente seguirá rechazándolas después. Ése es el riesgo. Ahí está de muestra ese hombre de la parábola que fue condenado no por rico, sino por actitudes que no quiso cambiar, como se dice popularmente, pero en este caso es cierto, ‘ni muerto’.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga "La mirada de Dios", Col. 'La Palabra ilumina tu vida', ciclo C, Ediciones72, México, p. 139, disponible en Amazon)