y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

La voz de Dios

Alejandra María Sosa Elízaga*

La voz de Dios

¿Conoces la voz de Dios?

Entre todas las  voces que resuenan a tu alrededor, ¿sabes reconocer la Suya?

En el Evangelio que se proclama este domingo en Misa dice Jesús: "Mis ovejas escuchan Mi voz; Yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10, 27).  ¿Eres tú de esas ovejas?

No es una respuesta que pueda darse a la ligera.

A lo largo de la Biblia encontramos muchos ejemplos que prueban que no es fácil reconocer la voz de Dios. En el Antiguo Testamento se nos narra que la primera vez que Dios le habló al joven Samuel, éste creyó que lo llamaba el sacerdote Elí, que dormía ahí cerca; se levantó a ver por qué aquél lo llamaba, éste desconcertado le respondió que no lo había llamado, que se fuera a dormir, y así varias veces hasta que el desvelado anciano comprendió que al joven lo estaba llamando Dios y entonces le indicó cómo responder (ver 1Sam 3, 1-9).

En el Nuevo Testamento, vemos que cuando Saulo de Tarso, un fariseo que se creía muy fiel y cercano a Dios, oye a Jesús que le reclama: "¿Por qué me persigues?", Saulo pregunta: "¿Quién eres, Señor?" (ver Hch 9, 4-5), lo cual demuestra que este hombre, que creía haber obedecido la voz de Dios, en realidad había obedecido la suya propia.

¿Por qué no es fácil reconocer la voz de Dios? Porque nos invaden muchas otras que pueden acallarla: las del mundo, las de nuestros propios apegos y pecados y, no lo olvidemos, la del demonio, que es un gran 'imitador de voces' y puede hacernos confundir la suya con la de Dios y seguirla, creyendo equivocadamente que hacemos bien. Veamos tres ejemplos de esto:

Un señor que era un laico muy comprometido, que con su esposa participaba activamente en varios grupos eclesiales, enviudó y al poco tiempo se fue a vivir con una mujer casada que lo alejó de la Iglesia, de su familia y sus amigos. Alguien le dijo: 'te has apartado de todos, ojalá no de Dios', a lo que él respondió '¡ay, claro que no!'.

Un hombre que le robó sus ahorros a sus padres y estafó a su familia, se persigna religiosamente antes de cada comida y cree que tiene dinero porque es un 'consentido' de Dios.

Una doctora, supuestamente católica, asegura que Dios quiere que realice ‘abortos seguros’ porque así ayudará a salvar la vida de las mujeres.

En todos estos casos es evidente que estas personas se han fabricado un dios a su medida, que los apapacha en sus apegos y errores, pero la voz que siguen no es la del auténtico Señor, sino la del enemigo, y los está llevando por caminos cada vez más oscuros.

Cabe preguntarse entonces, ¿cómo saber si esa voz que resuena en nuestro interior viene de Dios o no?

En primer lugar, hay que emplear el método de discernimiento que nos dio el propio Jesús: "Por sus frutos los conocerás" (Mt 7, 16). Ello significa que no puede venir de Dios nada contrario al amor, a la verdad, a la misericordia, a la justicia, a la paz, a la vida.

Tampoco puede venir de Dios algo que contradiga lo que nos enseña Su Palabra, por ejemplo: no puede venir de Dios cometer adulterio, mentir, robar, hacer un mal dizque para obtener un bien y matar a un ser humano en el vientre de su madre (ver Mt 5, 27; Lv 19, 3.11; Mt 5, 21).

En segundo lugar, cabe traer a la mente lo que sucede cuando te llama alguien por teléfono: si esa persona y tú se hablan seguido, no necesita identificarse, de inmediato sabes de quién se trata; en cambio si es alguien que nunca llama o lo hace rara vez, necesita decir su nombre para que sepas quién es.

De la misma manera, si mantienes una comunicación frecuente con el Señor, aprendes a reconocer cómo se dirige a ti, pero si dejas pasar demasiado tiempo sin hablar con Él corres el riesgo de olvidarlo, y, lo peor de todo, puedes confundir Su voz con la de cualquiera...

De lo anterior se deduce que es indispensable dedicar cotidianamente un tiempo a dialogar con el Señor, a través de la oración personal y la lectura de Su Palabra.

Ahora bien, cabe aclarar que no basta mantener una comunicación constante, hay que mantenerla también libre de interferencia, pues así como no puedes hablar por teléfono si el auricular está tapado o tienes un tapón en la oreja, cuando se trata de comunicarse con Dios hay que mantener nuestro aparato de 'intercomunicación', por decirlo así, libre de elementos (como por ejemplo lo que ya se mencionaba antes: los propios apegos y pecados), que puedan distorsionar o impedir la verdadera escucha.

Para ello nada como recurrir a los Sacramentos: la Confesión frecuente y la participación en la Eucaristía ayudan como ningún otro medio a mantener los 'canales' abiertos a la gracia de Dios. No hay que olvidar que el demonio y el mundo están siempre buscando que se nos 'crucen las líneas' para dificultar el diálogo con el Señor, desanimarnos y hacer que lo interrumpamos.

En estos tiempos difíciles en que resuenan a nuestro alrededor tantas voces discordantes que nos quieren hacer creer que vienen de lo alto cuando no es así, y constantemente nos invitan a prestar oídos sordos a la voz del Único que puede de verdad iluminar nuestros pasos, es indispensable que nos mantengamos cerquita de Aquel que así como fue capaz de destapar los oídos del sordo tartamudo (ver Mc 7,33) puede mantener los nuestros bien abiertos y libres de impedimentos para que cuando escuchemos la voz del Buen Pastor, sepamos no sólo conocerla, sino, sobre todo, seguirla.

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “Gracia oportuna”, Col. Fe y vida, vol. 4, Ediciones 72, México, p. 69, disponible en Amazon).

Publicado el domingo 8 de mayo de 2022 en la pag web y de facebook de Ediciones 72