Aceptación
Alejandra María Sosa Elízaga*
'Más pronto cae un hablador que un cojo', dice el refrán.
Sabiduría popular que nos enseña una lección que a veces aprendemos dolorosamente cuando luego de alardear de algo, los hechos nos desmienten rotundamente.
Así le pasó a Pedro. Cuando en la Última Cena Jesús anunció que todos se iban a escandalizar, Pedro se puso a decir que él no, que él daría su vida por Jesús. Pero cuando más tarde su Maestro fue aprehendido, sólo se atrevió a seguirlo de lejecitos, y cuando alguien lo reconoció y lo señaló como discípulo de Jesús lo negó vehementemente.
Cayó en lo que había jurado no caer, y la vergüenza lo hizo llorar. Pero aprendió la lección, como lo prueba el Evangelio que se proclama este domingo en Misa. (ver Jn 21,1-19).
En una de las apariciones de Jesús Resucitado, en la que a la orilla del lago ha compartido con Sus discípulos un almuerzo a las brasas (cortesía Suya, que ya tenía algunos peces preparados y les concedió conseguir otros más en una pesca milagrosa), Jesús le pregunta a Pedro: "¿Me amas más que éstos?" (Jn 21, 15).
En su precioso libro sobre los apóstoles, el Papa Benedicto XVI comenta este pasaje y, como acostumbra, enriquece increíblemente la reflexión porque aporta siempre un enfoque nuevo, sabio, profundo, que nos permite ver con nuevos ojos un texto bíblico que creíamos ya conocer.
Dice el Papa con relación a esta pregunta de Jesús que está planteada con el término 'agapao', que se emplea para referirse a un amor total, a un amor que es total donación de uno mismo, un amor sin egoísmo, en el que quien ama se da por completo sin esperar nada a cambio. Dice el Papa que Jesús le pregunta a Pedro: '¿Agapes-me?', es decir, le pregunta si lo ama con ese amor capaz de una entrega absoluta.
El antiguo Pedro no hubiera dudado en responder que claro que sí, que lo amaba mucho más que nadie, que su amor era muy superior al que le tenían los demás. Pero ya no. El nuevo Pedro aprendió bien la lección. Ya sabe de su debilidad, de su fragilidad, de su capacidad para caer. Tiene frescos en su memoria el canto de aquel gallo y el sabor de las más amargas lágrimas que jamás ha derramado. Y por eso ya no se atreve a responder con presunción, como lo hubiera hecho antes.
Dice el Papa que en su respuesta Pedro no usa el término 'agapao' sino 'fileo', que hace referencia a un amor de amistad, pero que no alcanza la plenitud.
Pedro responde: 'filos-te', un 'te quiero' en el que a la vez que declara su cariño acepta su propia incapacidad para amar a Jesús como Él merecería ser amado.
Por segunda vez Jesús le pregunta a Pedro si lo ama, y nuevamente usa el término 'agapao' y por segunda vez Pedro responde de la misma manera, con 'fileo'.
Entonces sucede algo que el Papa hace notar y que estremece el corazón: Jesús, comprendiendo que no es posible pedirle más a Pedro, pero dispuesto a aceptar lo que éste puede buenamente ofrecerle, se abaja, se pone a su nivel, y con toda comprensión, compasión y ternura le pregunta: '¿Fileis-me?', usando el mismo término que usó Pedro, como ya no cuestionándole si es capaz de una entrega absoluta como la Suya, sino contentándose con preguntarle si al menos es capaz de quererlo aunque sea limitadamente, aunque sea poco.
Es profundamente conmovedor que el Señor, Aquel que lo dio todo por nosotros se conforme con lo que queramos o podamos ofrecerle desde nuestro pobre corazón humano, defectuoso y egoísta. Pudiendo exigirlo todo, más aún, mereciéndolo todo, toma y aun agradece lo que sea que queramos entregarle. Se adapta a nuestra pequeñez.
Bellísima escena que nos habla de una doble aceptación: la de Pedro, que se reconoce y se acepta limitado, y la de Jesús, que lo ama y lo acepta -y nos ama y nos acepta- sin condiciones, tal como somos, con todo y nuestras limitaciones.
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga “La mirada de Dios”, Col. ‘La Palabra ilumina tu vida’, ciclo C, Ediciones 72, p. 70).