¿Dios permtió la pandemia?
Alejandra María Sosa Elízaga*
Con relación a un artículo publicado aquí en junio, un lector envió un comentario que quizá expresa el sentir de otros lectores, por lo que lo responderé por partes:
Considera una atrocidad decir que Dios permitió la pandemia. ¿Entonces cómo la explica? Nada sucede sin que Dios lo sepa. Pero permitir no es querer. A veces un papá permite que sus hijos experimenten la consecuencia de sus acciones. Eso no significa que no le importe o que no ayude.
Dice que pensar que Dios permitió la pandemia da la imagen de ‘una divinidad amenazante e incomprensible en sus designios’. No tiene por qué ser amenazante que Dios permita que sucedan cosas que escapan a nuestra comprensión. Es lógico que no comprendamos a Dios. Si lo entendiéramos, no sería Dios, sería igual a nosotros.
Dice que Dios: “nos exige que aceptemos que aún lo más doloroso que podamos vivir es fruto de su amor.” Cabe responder que Dios no exige sino anima, llama, invita. Y cuanto hace y permite, lo hace y permite por amor. Un ejemplo: un niño cae, se hace una fea cortada; su papá le pone un antiséptico que le arde y lo hace llorar. Lo lleva al doctor y deja que éste le cosa la herida y le ponga una inyección. El niño grita, ve con reproche a su papá. A éste le duele verlo sufrir, pero debe permitirlo por su salud. Así pasa con Dios, a veces permite en nuestra vida algo que nos duele mucho, pero no lo hace para hacernos sufrir, sino para sanarnos. Y comparte nuestro dolor, nos sostiene, acompaña y consuela.
Dice el lector que es ‘teología añeja y trasnochada, que ya no tiene cabida, que a la gente más que darle esperanza le causa gran desasosiego, y pregunta: ‘¿cómo puedo abandonarme en manos de un dios que en cualquier momento ‘permite’ que me sucedan todo tipo de desgracias?’. Tal vez sea teología añeja, pues la hallamos en la Biblia y la enseña la Iglesia hace 2000 años; pero no es verdad que no tenga cabida. Lo que no tiene cabida es condicionar nuestra fe en Dios, a que si no actúa como esperamos, dejemos de creer en Él. A su pregunta cabe dar dos respuestas: La primera, es que creemos en Dios no para asegurar que nos libre de sufrir. Creemos en Él porque existe. Si porque permite que suframos nos apartamos de Él, ¿cuál es la alternativa?, como dijo san Pedro, ¿a quién iremos? Si el niño del ejemplo, se vuelve a cortar pero por desconfiar de su papá ya no le muestra la herida, ésta se le va a infectar.
Y ¿por qué este lector cuenta sólo las desgracias? ¿Por qué no todas las bendiciones que Dios nos da continuamente, día con día, aun en medio de las tragedias? ¿Por qué enfocarse en que moriremos y no en que resucitaremos? Si creemos en Cristo, tenemos la confianza de que pase lo que pase, y sea lo que sea que permita, será para bien de nuestra alma, pues más que hacernos felices en este mundo pasajero, Él quiere que pasemos la eternidad con Él. Y si tiene que permitir que suframos porque ello puede ayudarnos a llegar al Cielo, lo hará. Pero en nuestros sufrimientos se mantiene a nuestro lado, nos sostiene y fortalece, e inspira a otros a apoyarnos.
Y la segunda es que lo que llama ‘desgracias’, no necesariamente lo son. Vivir una tragedia nos puede doler, pero también nos hace madurar y crecer. Y también sucede que sufrir nos hace más sensibles hacia los demás, tanto para apreciar su presencia y solidaridad, como para percibir su necesidad. Muchas asociaciones caritativas surgieron cuando sus fundadores vivieron algo terrible que los movió a querer ayudar a quienes pasaran por lo mismo. Decía santo Tomás de Aquino que Dios sabe sacar bienes de los males. Las desgracias sólo lo son si las vivimos sin Él, rechazando Su gracia. Lo peor que nos puede suceder no es sufrir, morir, o perder seres queridos, si tenemos la esperanza de reencontrarlos en la vida eterna. Lo peor es enojarnos con Dios, alejarnos de Él, perder nuestra salvación.
Considera ‘pueril’ conformarse a la voluntad de Dios. No lo es. No ganamos nada con cuestionarle, más bien habría que preguntarle: ¿qué es lo que quieres que aprendamos de esto?