y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Esencial

Alejandra María Sosa Elízaga*

Esencial

En un video que circula en redes sociales, sin diálogos (sólo con música), pasan escenas de la vida diaria de miembros de una familia. Se les ve preocuparse por una noticia y llorar; también alegrarse y reír, y en todas las escenas está presente Jesús, pero ellos no lo ven. Cuando están tristes, Él se conmueve y los abraza, los acaricia; cuando están felices salta de gusto, se regocija. Está siempre allí, pero ninguno lo mira ni le pide o agradece nada. Es el gran ignorado en medio de ellos.

Recordaba esto al repasar textos del profeta Oseas en la Primera Lectura de las Misas de la semana pasada. Dios se queja de que los miembros de Su pueblo no cuentan con Él.

Algo parecido se repite a lo largo de toda la Biblia. Vemos a Dios una y otra vez mostrar Su amor por el ser humano, y al ser humano, una y otra vez no tomar en cuenta a Dios, suponer que no lo necesita, creer que por sí mismo puede salir adelante; la criatura intentando desentenderse de su Creador.

Y lo que narra la Biblia sigue sucediendo hoy.

Millones de personas no piensan en Dios, no cuestionan por qué hay algo pudiendo no haber nada, por qué existe todo, cómo surgió, Quién lo hizo, por qué, y, lo más importante: Quién nos creó y para qué. Simplemente no les interesa.

Me contó una amiga católica que le preguntó a su hija (autoproclamada atea), si nunca tenía dudas acerca de que podía estar equivocada y en realidad sí existe Dios. La joven le dijo: ‘mira mamá, ese rollo de Dios es lo tuyo y qué bueno, te felicito, que lo disfrutes, pero lo mío es otra cosa, lo mío es estudiar, terminar mi carrera, hacer una maestría, un doctorado, eso es lo mío. Así que tú a lo tuyo y yo a lo mío y en paz.’ Mi amiga le contestó: ‘No, no te confundas. Para usar tus propias palabras, lo mío es ser esposa y madre, ser catequista y mis clases de cerámica, eso es lo mío. Pero Dios no es algo que me compete sólo a mí. Dios nos creó a todos, así que debe interesarnos a todos, porque creamos o no, todos nos vamos a encontrar un día con Él.’ Dicho esto salió y la dejó pensando.

Se engaña quien cree que Dios no tiene relevancia en su vida. No hay nada más relevante que saber que existe. Nos permite aceptar lo bueno y malo que vivimos, orientar a Su luz nuestros pasos, experimentar verdadera paz, consuelo, esperanza.

Lamentablemente el mundo hoy en día se empeña en afirmar que no necesita a Dios.

Por ejemplo: cuando empezó la pandemia y los gobiernos de los países tuvieron que decidir qué actividades eran ‘esenciales’ (y por tanto había que buscar, a como diera lugar, el modo de que siguieran funcionando), y cuáles eran ‘no esenciales’ (y por lo tanto prescindibles), incluyeron la asistencia a Misa entre las ‘no esenciales’. Había que mantener abiertos los supermercados, pero no las iglesias, que fueron incluidas en el mismo rubro que los cines y los teatros.

Una vez más, como tantas otras en la historia, Dios fue ignorado, catalogado como ‘no esencial’.

Pero cuando nos enteramos de los efectos de esta pandemia y de que había llegado a nuestra patria, nuestra fe en Dios sí fue esencial para conservar la calma, ponernos en Sus manos, tener paz. Para los contagiados, Dios es esencial, les da fortaleza para soportar su enfermedad aislados, e incluso aceptar la posibilidad de fallecer. Para los familiares de los pacientes, Dios es esencial para encomendárselos, sabiendo que aunque no puedan verlos, Él los ve y los colma de amor y bendiciones. Para los deudos, Dios es esencial para pedirle por sus seres queridos fallecidos, con la consoladora esperanza de volverlos a encontrar algún día en el Cielo. Para quienes quedaron sin ingresos, Dios es esencial para confiar en que Su Divina Providencia jamás los desamparará. Para familias en confinamiento y estrecha convivencia, Dios es esencial para tolerarse, perdonarse y no caer en la violencia.

Dios existe y para millones de seres humanos es lo esencial, aunque algunos se empeñen en ignorarlo y, como quienes no quieren ver el sol, pretendan taparlo con un dedo.

Publicado el domingo 19 de julio de 2020 en la revista digital 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México, y en las pag web y de facebook de Ediciones 72