Anhelado regreso
Alejandra María Sosa Elízaga*
Cuando cerraron las iglesias para evitar contagios durante la pandemia, hubo católicos que ni se enteraron porque de todos modos nunca iban a Misa. Hubo otros que lo asumieron sin el menor problema y rápidamente se adaptaron a ver en televisión o en internet la Misa los domingos; algunos incluso empezaron a verla entre semana. Pero hubo muchos que no se acostumbraron ni resignaron, y aguardan con inmenso anhelo el momento feliz en que puedan participar no en una Misa ‘virtual’, sino ‘presencial’.
Son los que sí saben lo que sucede en cada Eucaristía: que, como lo ha venido enseñando la Iglesia Católica desde hace dos mil años, durante la Consagración ocurre una transubstanciación gracias a la cual la Hostia mantiene su aspecto, pero ha sido convertida en el Cuerpo de Cristo, y el vino mantiene su aspecto, pero ha sido convertido en la Sangre de Cristo. ¿Por qué creen en esto? Porque lo dijo Jesús muy claramente. Anunció que para tener vida eterna hay que comer Su Cuerpo y beber Su Sangre, y cuando algunos se horrorizaron y se alejaron, no les aclaró que lo habían entendido mal ni que hablaba simbólicamente, al contrario, insistió más en sus afirmaciones. Por ello Sus palabras deben ser tomadas literalmente, tal como lo muestran los Evangelios y san Pablo (ver Jn 6, 35-63; Mt 26, 26-28; Mc 14, 22-24; Lc 22, 19-20; 1Cor 11, 23-31).
Así pues, quienes saben que en cada Eucaristía está Cristo realmente Presente, en Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad, no se conforman con verlo en pantalla, ni aunque les digan que es ‘en vivo’. Y entre ellos abundan los adultos mayores. Son los que solían llegar primero a su parroquia e irse cuando ya iban a cerrar. Asistían a Misa, a rezar con su comunidad el Santo Rosario, a leer frente al Santísimo su devocionario. Son los que más sufrieron cuando un día llegaron y se toparon con la puerta cerrada. Quedaron desconcertados y tristes. Casi ninguno tiene internet ni sabe ver la Misa en ‘facebook’ o en ‘yotube’, y si acaso hay tele donde viven, la tienen acaparada sus parientes, y cuando no es el futbol es el noticiero o la telenovela o las caricaturas, y a ellos no les queda más remedio que sentarse en un sillón, recordando viejos tiempos, mientras pasan con dificultad entre sus dedos las cuentas de un Rosario del que temen olvidar cómo rezarlo.
Al empezar junio las autoridades anunciaron una ‘nueva normalidad’, desafortunado término que a la gente le sonó a que ya todo está ‘normal’, a pesar de que contagios y defunciones siguieron aumentando. Y como esperan que éstos empiecen a disminuir, han pedido que se reabran los templos. Pero que a los adultos mayores no se les permita asistir.
Cabe imaginar con consternación lo que sentirá el viejito, la viejita, cuando llegue el domingo y vea que toda su familia se alista para irse a Misa y a él, a ella, le digan: ‘tú no, tú te quedas aquí’. Si de entre todos ellos ¡es quien más ganas tiene de asistir!
Se le va a romper por segunda vez el corazón. La primera fue cuando le cerraron la iglesia, la segunda cuando la abran y no le dejen ir.
Se habla de ‘población en riesgo’ y de ‘adultos mayores’, pero esas expresiones son anónimas, no tienen rostros, nombres. Es distinto cuando pensamos en personas concretas. En redes circuló la foto de una anciana arrodillada afuera de la reja de un templo cerrado. Junto a ella, su bolsa del mandado. Quién sabe cuánto tiempo pasó allí rezando. ¿Cómo decirle, cuando vea que todos entran, que ella debe quedarse fuera?
Es verdad que los mayores de 65 años corren más riesgo, y que hay que cuidarlos, pero dejarlos encerrados puede deprimirlos.
Una posible solución es tener Misas para adultos mayores. Que se inscriban antes, para calcular cuántos asistirán y poder asignar y desinfectar los asientos que ocuparán. Que acudan con alguien que vea que lleven cubrebocas, usen gel, guarden su distancia.
Es importante velar por la salud física de nuestros queridos ancianitos, sí, pero no descuidemos su salud emocional y espiritual.