¿De qué lado quieres estar?
Alejandra María Sosa Elízaga**
Un súper aficionado al futbol, que ve por tele o asiste a todos los partidos de su equipo favorito y se viste con los colores de su uniforme y se compra todo lo habido y por haber con el emblema de su equipo, cuando éste juega la final del campeonato, ¿crees que se vestiría o vestiría a sus hijos con la camiseta del equipo contrario y así se presentaría al estadio?
Una persona que trabaja para una empresa que elabora un producto del que otra empresa le hace feroz competencia, ¿crees que llevaría a su oficina ese otro producto para que todos vean que lo usa y lo prefiere?
Seguramente respondiste que no a ambas preguntas.
¿Por qué? Porque el aficionado al futbol ni loco querría que parezca que le va al equipo contrario, y la persona empleada no querría arriesgarse a que parezca que está promoviendo a la competencia.
Si esto es lógico y así sucede en el mundo, ¿por qué en la vida espiritual no nos importa que parezca que le vamos al equipo contrario?
En ‘Halloween’, disfrazamos a nuestros hijos de diablos y brujas y decoramos (es un decir) nuestras casas con calacas, calabazas de siniestra sonrisa, gatos negros, vampiros, y demás paraferernalia tenebrosa.
No nos hemos detenido a considerar que lo que se celebra en Halloween es la muerte, las tinieblas, el miedo, lo monstruoso, lo repulsivo, el diablo, todo lo opuesto a Dios.
Nos hemos dejado engañar por la publicidad y por el comercio, que nos ha hecho creer que es divertido vestir a los niños de ‘diablitos’ y a las niñas de ‘brujitas’ y colgar en nuestras casas toda clase de artículos de horror.
Pero preguntémonos: un judío, ¿consideraría divertido vestir a su niño de Hitler?, ¿a un americano le haría gracia disfrazar a su hijo de Bin Laden?, ¿a una persona asaltada, le gustaría vestir a su niño igualito que al asaltante que robó y mató a sus familiares?
¡Claro que no! Nadie consideraría chistoso vestirse como aquellos a los que detesta.
Y entonces ¿por qué a nosotros nos parece aceptable disfrazar a los niños de enemigos de Dios?
Algunos responden: ‘ay, es un juego para niños, no hay que tomárselo tan en serio’, a lo que hay que contestar; ¡precisamente porque es para niños es que hay que tomarse muy en serio que con el diablo no se juega!
No es un personaje simpático y mucho menos un invento. Su existencia es dogma de fe de la Iglesia Católica, que afirma de él que es un ser personal espiritual, enemigo de Dios, promotor del mal, que sólo busca nuestra condenación (ver CEC # 391-395).
No hay que darle cabida ni de chiste.
Que los niños disfrazados de ‘diablitos’ y de ‘brujitas’ reciban dulces les enseña que es aceptable y se premia el portarse mal. ¡Lo contrario a lo que aprenden en el Catecismo!
No hay que olvidar que dice san Pablo: “Sois hijos de la luz...no somos de la noche ni de las tinieblas” (1Tes 5,5).
Nosotros pertenecemos al equipo de Aquel que dijo: “Yo soy la Luz del mundo, el que me sigue no camina en tinieblas” (Jn 8, 12).
Queremos celebrar la vida, no la muerte; el bien, no el mal; el amor y la paz de Dios.
Amamos a Jesús y a María. Queremos imitar a los santos.
¡No lo olvidemos!
Si acaso participamos en el Halloween, al menos cuidemos que los adornos que pongamos en casa no exalten valores contrarios a nuestra fe en Cristo.
Y a los niños no los vistamos como hijos de las tinieblas (ni de ángel, cura o monja, para que no se preste a burla).
¡Usemos nuestra creatividad!
Aprovechemos los motivos otoñales, guirnaldas de hojas secas, calabazas sin muecas, espantapájaros, veladoras, flores anaranjadas.
Expresemos nuestra fe en que, con ayuda de Dios, el bien siempre triunfa sobre el mal, los buenos le ganan a los malos y la luz derrota la oscuridad.
El 31 de octubre, o mejor aún, el 1 de noviembre, hay que celebrar a los santos.
Disfrazarse de santos, organizar juegos y concursos (lotería de los santos, sopa de letras con nombres de santos, ponerle la aureola al santo, el ‘rally de los santos’ con preguntas y pistas’.
En lugar de sólo pedir dulces, regalarlos también, junto con estampitas de santos.
Dice Dios: “Te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida” (Dt 30, 19).