2 mitos sobre san José
Alejandra María Sosa Elízaga*
La Iglesia Católica dedica el mes de marzo a san José, posiblemente el santo más querido y popular. Lo que sabemos de él viene en los Evangelios de san Mateo y de san Lucas, y lo que suponemos de él es producto de la imaginación popular, que atribuye al santo características y actitudes que muy probablemente no corresponden a la realidad.
Aprovechando que el 19 de marzo celebramos a san José, examinemos 2 de los mitos más comunes sobre él:
Mito 1: Que san José era un venerable ancianito
La Biblia lo deja claro y es dogma de fe de la Iglesia Católica, que María, la Madre de Jesús, fue siempre Virgen. Entonces, para ilustrar esta realidad, pintores, escultores y creadores de Nacimientos navideños, suelen representar a san José como un venerable ancianito, canoso y encorvado, que contempla embelesado al Niño en el pesebre, y mientras con una mano sostiene un farolito, apoya la otra en un bastón.
Pero la Biblia no dice que fuera viejito cuando se casó con María. Y lo que sí dice permite deducir que no lo era. María necesitaba a su lado un hombre joven, fuerte, que la acompañara y protegiera. Recordemos que con José realizó varios viajes, que implicaban largas distancias, riesgos y peligros. Dios no la hubiera encomendado a un viejito que no tuviera fuerzas para viajar ni para apoyarla, cuidarla y sostenerla, por ejemplo cuando les tocó emigrar a Egipto. Si hubiera sido anciano ni siquiera hubiera tenido fuerzas para trabajar como carpintero.
Por otra parte, pensar que María se conservó Virgen sólo porque José ya era viejito, no les hace justicia a ninguno de los dos. Su castidad y continencia no se debió a la impotencia, sino a una decisión orada, ofrecida y sostenida por Dios. Es mucho más meritorio considerar que siendo jóvenes, estando en la plenitud de sus capacidades, Ella bellísima y él atractivo, y amándose ambos, lograron, con ayuda divina, sublimar su amor y permanecer vírgenes para dedicarse en cuerpo y alma a criar al Hijo de Dios.
Mito 2: Que José pensó mal de María
Narra san Mateo que cuando José se dio cuenta de que María estaba embarazada, como era hombre justo y no quiso revelar lo que le sucedía, pensó en dejarla en secreto. Entonces en sueños se le apareció un Ángel que le dijo: “José, hijo de David, no temas tomar como esposa a María porque ha concebido por obra del Espíritu Santo” (Mt 1, 20).
Hay quien interpreta que José pensó que María le fue infiel. Pero sin duda María, irradiaba honestidad, pureza e inocencia, no era posible pensar mal de Ella. Dicen los Padres de la Iglesia y Papas como san Juan Pablo II y Benedicto XVI, que José conocía bien la profecía que anunciaba que una virgen daría a luz un hijo al que llamarían Emmanuel, Dios con nosotros (ver Is 7, 14), y cuando captó que María era la virgen en la que eso se cumpliría, no se sintió digno de revelarlo ni de participar de este plan de Dios, y por eso planeó irse.
Es significativo que el Ángel le pidió: “no temas”. Si José hubiera creído que María le fue infiel, hubiera tenido coraje, indignación, no temor. Afirman Orígenes, san Efrén, santo Tomás de Aquino, san Bernardo, muchos otros santos, y la propia María, en una revelación a santa Brígida, que el temor de José era como el de Pedro, cuando tras la pesca milagrosa se arrojó ante Jesús diciéndole: “¡Apártate de mí, que soy un pecador!” (Lc 5, 8). Era el temor de estar ante una clara manifestación de Dios. Y en el caso de José, ante la posibilidad de formar parte clave en el plan divino de la salvación. Por eso el Ángel lo llamó “hijo de David”, para recordarle que era descendiente del rey al que Dios prometió que uno de su casa reinaría para siempre (ver 2Sam 7, 12-17), y por lo tanto, no sólo tenía derecho, sino había sido elegido.
Así pues, ni decrépito ni malpensado. Dios no encomendó a Su Hijo y a la Madre de Su Hijo, a cualquiera. Eligió al que podría protegerlos, cuidarlos, sostenerlos, al que por sus virtudes y cualidades sería el más santo, el mejor esposo y padre.