3 ayudas cuaresmales
Alejandra María Sosa Elízaga*
Se los anunció tres veces, y las tres veces reaccionaron mal.
Me refiero a cuando en tres ocasiones distintas, Jesús les reveló a Sus discípulos, que debía sufrir mucho, que sería rechazado y matado, y que resucitaría.
La primera vez Pedro se lo llevó aparte y trataba de disuadirlo, por lo cual Jesús lo reprendió fuertemente diciéndole: “¡Quítate de mi vista, Satanás!, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.” (Mc 8, 33).
La segunda vez los discípulos “no entendían lo que les decía y temían preguntarle” (Mc 9, 32).
Y la tercera vez se le acercaron Santiago y Juan para pedirle que cuando Él estuviera en su Reino, les concediera sentarse uno a Su derecha y otro a Su izquierda. (ver Mc 10, 35-37).
Al enterarnos de este triple desatino, podemos caer en la tentación de juzgar a los discípulos y pensar: ‘qué bárbaros, ya ni la amuelan, Jesús les está anunciando que sufrirá y morirá, y mira nada más con lo que salen.’ Pero al juzgarlos nos estaríamos juzgando también a nosotros, porque la verdad es que reaccionamos como ellos ante el sufrimiento, sea propio o de un ser amado.
Al igual que Pedro, tratamos de disuadir a Dios de que permita semejante cosa. Y vamos más allá: rogamos, chantajeamos, prometemos, lloramos, gritamos, amenazamos.
Al igual que los discípulos, cuando sentimos que Dios quiere algo que no nos va a gustar, pensamos: ‘mejor no le muevo, ni toco el tema...’, y en lugar de hablar con Él recurrimos a toda clase de distracciones.
Al igual que los discípulos, procuramos evadir todo sufrimiento y enfocarnos en asegurarnos bienestar y obtener poder, honor, riqueza, placer.
Tenemos aquí tres tentaciones muy humanas en las que todos caemos.
Afortunadamente tienen remedio.
Esta semana comenzamos la Cuaresma, un período de 40 días en los que iniciamos un camino que culmina en la Resurrección, sí, pero que antes nos lleva a donde no querríamos ir: a ver a Jesús sufrir y morir. Y tal vez nos quisiéramos evadir, pensar en otra cosa, planear las vacaciones. Pero la evasión nunca hace bien, deja un vacío. Para impedirnos caer en ese vacío viene en nuestra ayuda nuestra amorosa Madre y Maestra, la Iglesia, que nos propone 3 valiosas prácticas cuaresmales.
La primera es el ayuno y la abstinencia. Miércoles de Ceniza y Viernes Santo son días de ayuno, y los viernes cuaresmales son días de abstinencia de carne o realizar algún sacrificio. Ello no sólo nos ayuda a aprender a dominarnos y no ceder a nuestras ansias de gratificación instantánea, sino a perderle el miedo a vernos privados de algún bien, descubrir que podemos padecer en solidaridad con Cristo sufriente, ofrecerle nuestros sufrimientos y amarlo en la persona de los hermanos a los que beneficiamos compartiéndoles aquello de lo que nosotros nos privamos.
La segunda es la oración. A diferencia de los discípulos que no querían preguntarle nada a Jesús, la Iglesia nos invita a dialogar con Él, mantener comunicación constante con el Amigo que nos ama y siempre interviene en nuestra vida para bien. Una práctica excelente es leer diario en tu Biblia, y meditarlo, el relato de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, y conversar con Él lo que vayas reflexionando, teniendo presente lo que dijo san Pablo: Jesús “me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20). Te sorprenderá que aunque leas lo mismo cada día, descubrirás algo distinto, un aspecto que te moverá y acercará a Aquel que padeció y dio Su vida por ti.
Y la tercera es la limosna. A diferencia de los discípulos que anhelaban escalar posiciones y ocupar puestos de poder, Jesús nos invita a ser humildes, a ponernos al servicio de los demás, a imitarlo a Él que no vino a ser servido sino a servir (ver Mc 10, 43-45). La limosna no consiste en dejar caer una monedita en la mano de un pobre, sino en practicar una solidaridad nacida de una auténtica caridad que sabe ver a Jesús en el hermano.
Contamos con estas 3 ayudas extraordinarias, pidamos al Señor nos ayude a aprovecharlas.