Vida misionera
Alejandra María Sosa Elízaga*
El otro día se publicó en internet una lista de palabras que los católicos solemos usar dando por hecho que los que nos oyen saben de qué hablamos, pero de las que, en realidad, mucha gente hoy en día desconoce su significado.
Y una de ellas es la palabra ‘misión’.
Cuando en la Iglesia hablamos de ‘misión’, a la gente grande probablemente se le viene a la mente alguna foto de un padre ‘misionero’, sentado en plena selva intentando enseñar el catecismo a niños africanos. Así salían representados los santos misioneros en aquellas revistas llamadas ‘Vidas ejemplares’ (el equivalente católico de los comics del siglo pasado), y todavía los vemos así en publicaciones de órdenes religiosas misioneras.
Por otra parte, los jóvenes seguramente asocian lo de ‘misión’ a la película ‘Misión imposible’ y sus sopetecientas secuelas sobre las inverosímiles aventuras de un agente secreto.
Pero, ¿qué es realmente una ‘misión’? El Catecismo de la Iglesia Católica (ver C.E.C. # 849-856), dice que es la respuesta de la Iglesia al mandato de Cristo de “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que Yo os he mandado.” (Mt 28, 19).
Y explica que este mandato se debe a que “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1Tim 2,4).
Queda claro que la Iglesia está llamada a ser misionera.
El Papa Francisco declaró octubre: ‘Mes Misionero Extraordinario’, con el lema ‘Bautizados y enviados. La Iglesia de Cristo en misión en el mundo’, y en la Arquidiócesis de México se organizó una Megamisión que durará 72 horas, del 25 al 27 de octubre.
Pero no creamos que lo de ser misioneros tiene límites o fecha de caducidad, o que es sólo para quienes participan este mes en algún evento o tienen oportunidad de ir a algún país lejano a anunciar el Evangelio.
Como bautizados, todos debemos asumirnos misioneros, y hacer diario cuanto esté a nuestro alcance para que quienes nos rodean conozcan a Cristo y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Demos estos 3 pasos para lograrlo:
1. Encomendarnos al Espíritu Santo
Pedirle que nos haga ver cuándo y cómo es posible y conveniente compartir con alguien una bella cita bíblica, o invitarle a acompañarnos a Misa o a un curso de Biblia, o platicarle una experiencia personal de fe.
2. Prepararnos
Nos pide san Pedro estar; “siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza. Pero hacedlo con dulzura y respeto” (1Pe 3, 15-16). Para ello es fundamental que conozcamos nuestra fe católica y sepamos responder a quienes la cuestionan. Cada vez hay más ex-católicos que se fueron a alguna secta o iglesia protestante, porque un día algún miembro de ésta les hizo preguntas que no supieron responder, y se dejaron convencer de ir a sus asambleas, y como les gustó la música o la predicación, se quedaron allí sin tener idea de lo que dejaron: abandonaron a Cristo presente en los Sacramentos. Por ello es vital saber cuando menos las respuestas básicas a las preguntas clásicas que hacen acerca de María, los santos, las imágenes, la Confesión, etc.
3. Lanzarnos
Nos pasamos de prudentes o de miedosos, no nos atrevemos a hablar con otros de nuestra fe, corregirles una mala interpretación, darles libros o material audiovisual que les pueda servir. Lancémonos a hacerlo. Aprovechemos toda oportunidad para ayudar a otros a comprender, valorar y defender su fe católica.
Este 20 de octubre, la Iglesia celebra el DOMUND, Domingo Mundial de las Misiones, para pedirnos que las apoyemos con donativos y oraciones. Respondamos generosamente, y al recordar a estos hermanos que lo arriesgan todo por anunciar el Evangelio, no olvidemos que aunque no vayamos, como ellos, a países lejanos, también estamos llamados a ser misioneros, y no solamente unas horas, o un día, o un mes, sino toda la vida.