9 primeros viernes. 4 cosas que debes saber
Alejandra María Sosa Elízaga*
‘Yo ya te cumplí, ahora te toca a Ti cumplirme a mí’.
Con esta mentalidad mucha gente quiere aprovechar lo que, en una revelación privada, Jesús prometió a santa Margarita María Alacoque:
“Yo te prometo, en la excesiva misericordia de Mi Corazón, que Su amor omnipotente concederá a todos aquellos que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final: No morirán en desgracia Mía, ni sin recibir sus Sacramentos, y Mi Corazón Divino será su refugio en aquel último momento.”
Quienes se limitan a cumplir al pie de la letra, se quedan en la forma, no van al fondo, acuden a Misa los nueve primeros viernes como para decir ‘presente’ y que les pasen asistencia (aunque hayan llegado tarde o muy tarde), luego en casa ponen ‘palomita’ a la hojita en la que llevan la cuenta, en espera del día en que puedan pedirle cuentas a Jesús. Ignoran el verdadero sentido que tiene esta devoción.
Por ello, conviene proponer 4 puntos para reflexión:
1. Acudir a Misa en viernes cada mes.
Nos permite vivir una experiencia que quizá no solemos tener: ir a la iglesia entre semana, cuando hay poca gente, ambiente de silencio, de recogimiento, y tener tiempo de orar con calma, visitar sin prisas al Amigo que está siempre aquí, no sólo los domingos.
2. Ir a Misa durante nueve primeros viernes sin interrupción (si falta uno hay que volver a empezar).
Nos ayuda a darle a Dios prioridad. Mucha gente falta a Misa con cualquier pretexto; esta devoción nos enseña a respetar el tiempo destinado a Él y captar que si lo ponemos Sus manos, Él nos ayuda a cumplir con lo que nos pide.
3. Estar en estado de gracia, en amistad con Dios
Es indispensable para poder comulgar nueve primeros viernes, por lo que hay que confesar todo pecado mortal (es el que se comete con pleno conocimiento, pleno consentimiento y que es considerado grave por la Iglesia, por ejemplo: faltar a la Misa dominical sin causa justificada; matar, mentir, robar, secuestrar...). Pero no hay que limitarnos a confesar los pecados mortales. Decía san Francisco de Sales que los pecados veniales acumulados debilitan el alma y le facilitan caer en pecado mortal. Es como ese polvito que cae todos los días sobre el piso y los muebles: los ensucia, hay que limpiarlo con frecuencia.
Tener que confesarse cada mes quizá al principio cueste trabajo, haya quien se pregunte: ‘¿y yo de qué me tengo que confesar si no tengo pecados?’, con lo que ya de entrada tiene algo de qué confesarse: de la soberbia de creerse perfecto. Dice san Juan “si alguien dice: ‘yo no tengo pecado’, se engaña” (1Jn 1,8). Un buen confesor puede ayudarnos a reconocer y trabajar las faltas e imperfecciones que cometemos todos los días, y es una extraordinaria ayuda recibir cada mes la gracia para superarlas.
4. Comulgar 9 primeros viernes
Nos hace conscientes de cuál es la razón fundamental para asistir a Misa: recibir a Jesús, que está realmente Presente en la Eucaristía. Es un error quedarse con la idea de que como ir a Misa es un mandamiento de la Iglesia, se trata simplemente de una obligación. Es una oportunidad, no sólo para reunirnos en comunidad a cantar, orar y escuchar la Palabra de Dios (lo cual podríamos hacer en casa), sino para disfrutar del grandísimo privilegio de sentarnos a la mesa del Señor y ¡recibirlo a Él como alimento! Jesús nos pide comulgar nueve primeros viernes, no para que tomemos esto como un trámite que hay que cumplir, sino porque quiere entrar más y más en comunión íntima con nosotros y colmarnos con Su amor.
En conclusión: Hay que vivir la devoción de los nueve primeros viernes con intención de responder a lo que Jesús pidió a santa Margarita cuando le hizo ver cuanto lo hieren las ofensas, indiferencias e ingratitudes que recibe: “al menos tú, ámame.”
Que no sea por interés de ver que obtenemos, sino por gratitud y devoción a Aquel que nos lo ha dado todo y merece que lo amemos y lo honremos.