Conciencia atropellada
Alejandra María Sosa Elízaga*
La conciencia es la voz que nos habla desde lo profundo de nuestro ser, y nos hace juzgar la cualidad moral de lo que pensamos, decimos obramos y omitimos.
Siempre se ha considerado que la conciencia de cada persona es sagrada, digna de respeto, inviolable. Por eso casi todos los gobiernos protegen la ‘objeción de conciencia’, para que a quien considere que lo que se le ordena va contra su conciencia, se le permita no obedecer. Es un derecho fundamental que ampara variados casos, por ej. que una madre no testifique contra su hijo, un joven no vaya a la guerra, o alumnos no disequen animales en clase de biología.
Por eso resulta inconcebible que en nuestro país los legisladores pretendan ¡suprimir el derecho de objeción de conciencia!
Se proponen no sólo legalizar el aborto, sino asegurar que ningún miembro del personal de salud pueda negarse a realizarlo. Anticipan sus objeciones para impedirlas.
Es que mucha gente no tiene idea de lo que pasa en un aborto. A quienes acuden a abortar, no les mencionan nunca la palabra ‘bebé’, no les muestran el ultrasonido ni les dejan oír el latido del feto Les hablan de ‘células’, ‘interrupción del embarazo’, ‘seguro y rápido’.
Pero el personal de salud sí que sabe lo que sucede.
Y hay muchos médicos y enfermeras que no aceptarán ser forzados a ver el ultrasonido de un ser que supuestamente no siente, pero que se retuerce mientras lo quema la solución salina que se inyecta para abortarlo.
Que no accederán a que el latido de un corazoncito sea acallado por el sonido de la aspiradora que lo succiona. Que se negarán a introducir tenazas que destacen cabeza, bracitos y piernas. Que no querrán contemplar, en su trabajo, y luego en sus pesadillas, cadáveres de fetos muertos con la boca abierta en silencioso grito. Que sienten náuseas de pensar que los obligarán a clasificar manos, pies, ojos, cerebros, pulmones, corazones abortados, para que las clínicas obtengan jugosas ganancias vendiéndoselos a laboratorios farmacéuticos, a fabricantes de cremas ‘antiarrugas’ y a restaurantes. Que desde hoy lamentan no poder sanar los daños y traumas irreversibles y graves que sufrirán sus pacientes.
Ellos saben bien lo que pasará y por eso no quieren participar.
Saben que la meta es empezar con abortos de 12 semanas y luego autorizar, como en NY, los de 9 meses. Saben que es falso que el aborto sea seguro; saben que lo único seguro en un aborto es que muere un ser humano indefenso, que su madre padecerá irreparables secuelas y que no es solución, sino causa de más problemas.
Y cabe mencionar también, que si son católicos saben que el aborto es un grave pecado y quienes participan se arriesgan a la condenación eterna, pues quedan ex-comulgados.
Médicos y enfermeras que, en conciencia, se nieguen a practicarlo, tienen derecho a ser respetados. Es una injusticia y un atropello que vayan a ser multados, despedidos o encarcelados.
Si, como se prometió en campaña, se somete a consulta el tema del aborto, la mayoría del pueblo mexicano dirá que no aprueba legalizarlo, ni que se obligue a alguien a realizarlo.
Un legislador afirmó: ‘nadie quiere el aborto, pero es un derecho de la mujer.’ ¿Por qué ‘nadie quiere el aborto’? Porque es un mal. ¿Cómo puede un mal ser un derecho?
Los políticos hablan de una transformación moral de la sociedad, pero no quieren tomar en cuenta a Dios. Entonces, ¿quién puede decidir lo que es o no moralmente aceptable?, ¿los ricos y poderosos?, ¿los medios de comunicación?, ¿las redes sociales?, ¿los organismos internacionales? No. Ningún ser humano posee esa autoridad. Sólo Dios, que nos creó, nos ama y busca nuestra salvación, puede decirnos qué nos conviene y qué no. Desoírlo nunca es buena opción. Aprendamos de una mala experiencia que narra la Biblia. Cuando Eva y Adán desobedecieron, y comieron el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, queriendo sentirse dioses y decidir por sí mismos su propia suerte, perdieron su amistad con Dios, e introdujeron en el mundo el pecado y la muerte.