Fiel (3era de 4 reflexiones para Adviento)
Alejandra María Sosa Elízaga*
En estos tiempos en los que muchas de nuestras relaciones personales se han vuelto efímeras, en los que las redes sociales nos permiten entrar momentáneamente en contacto con alguien de quien nos podemos deshacer con el simple clic de un dispositivo electrónico, en los que tanta gente se casa o se ‘arrejunta’ y no tarda en separarse, en los que ya nos acostumbramos a que los demás nos prometan lo que no van a cumplir, parece iluso hablar de fidelidad.
¿Qué es la fidelidad?
El diccionario la define como ‘firmeza y constancia en los afectos, en las obligaciones y en el cumplimiento de los compromisos establecidos.’
En ésta, la tercera de cuatro reflexiones en las que estamos considerando cuatro características del amor divino (libre, total, fiel y fecundo), es importante tener presente que cuando Dios se reveló a Moisés, se describió a Sí mismo como Dios fiel (ver Ex 34,6).
Dios es fiel. Su amor por nosotros es fiel.
¿Qué significa eso?
Que es firme, que no se tambalea ni se derrumba, que no es ilusorio, ni desaparece; que es sólido, confiable, que nos podemos apoyar en él, más aún, que podemos depender enteramente de él, y no quedaremos defraudados.
Que es constante al grado máximo, porque es eterno. Dios nos ama desde siempre y para siempre (ver Jer 31, 3)
Que nos cuida y nos procura siempre, que está constantemente derramando en nosotros Su gracia y Su ternura, que no es un amor veleidoso, de contentillo, que hoy existe y mañana desaparece.
Que cumple lo que promete, aun cuando nosotros no le cumplamos lo que prometemos (ver 2 Tim 2, 13). Dios estableció con el ser humano una alianza de amor, y la ha mantenido a pesar de la infidelidad humana.
Como fuimos creados por y para el amor, todos sentimos en el alma el ansia profunda de ser amados para siempre, de tener la seguridad de que no seremos repudiados, abandonados, que no sucederá que quien nos ama hoy, nos diga mañana que ya no somos dignos de su amor.
El amor fiel de Dios sacia plenamente esa honda necesidad.
Tenemos la tranquilizadora seguridad de que podemos contar siempre con él.
Podemos decir, como el salmista:
“Alabad al Señor todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos:
firme es Su misericordia con nosotros, Su fidelidad dura por siempre. ¡Aleluya!” (Sal 117, 1-2).
Gocémonos en la fidelidad de Dios, pero no nos conformemos con disfrutarla, hemos de hacer algo más: imitarla.
Estamos llamados a ser fieles también. Fieles en nuestro amor a Dios, y fieles en nuestro amor a los demás.
Ejemplo de ello es el amor conyugal. Los esposos han de reflejar el amor fiel de Dios. Deben estar dispuestos a colmar en su cónyuge la necesidad de un amor incondicional, que dure toda la vida. Eso desde luego no es fácil. Requieren toda la ayuda que sea posible para lograrlo, y la reciben: en el Sacramento del Matrimonio. Por sí mismos no tienen lo necesario para amarse fielmente y para siempre, y menos en un mundo que les pone tentaciones a cada paso, pero si invitan a Dios a ser el centro de su hogar, Él los capacita, los fortalece, los colma con la gracia que les hace falta.
En este Tercer Domingo de Adviento, llamado también Domingo Gaudete, o de la Alegría, en que nos alegramos porque ya está más cerca la Navidad, propongámonos como propósito, compartir con otros la alegría de sabernos amados por Dios con fidelidad, y pidámosle Su gracia para amar a los demás con una fidelidad firme y constante. Que hallemos siempre en Dios la fuente de nuestro amor, para poder amar con amor fiel, como aquel con que nos ama el Señor.