y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Fuerza de voluntad

Alejandra María Sosa Elízaga**

Fuerza de voluntad

Publicado en 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México, 
Dom 19 feb 12, año XVI, no. 782, p.6

 

¿Cómo andas de fuerza de voluntad? Ante esta pregunta la gente suele responder, ‘pues para algunas cosas sí y para otras no’. Y si uno sigue de metiche preguntando para qué cosas sí y para cuáles no, averigua que se suele tener fuerza de voluntad cuando está en juego algo sumamente importante. Un señor al que su doctor le pide: ‘tiene que dejar el chicharrón y las carnitas o le va a dar otro infarto’, o un deportista al que su entrenador le dice que si quiere ganar la competencia debe someterse a un riguroso entrenamiento, por distintas razones se ven de pronto fuertemente motivados a tener fuerza de voluntad para cumplir cierto objetivo, en estos casos, obtener la salud o el triunfo.

Pero ¿qué hay cuando no se le ve el caso a hacer o dejar de hacer cierta cosa?, ¿o cuando la alternativa parece más atractiva? Entonces la fuerza de voluntad flaquea e incluso desaparece. El que no cree que lo que come afecte su salud, no ve por qué ha de esforzarse por dejar lo que le gusta; el que piensa que no necesita hacer ejercicio, prefiere quedarse tumbado en un sillón viendo la tele.

Al parecer mucha gente considera que sólo tiene que hacer uso de su fuerza de voluntad en casos excepcionales, cuando ve claramente que si no lo hace, sufrirá consecuencias negativas. Y aplica esta misma mentalidad a su vida espiritual. Y así, por ejemplo, el Miércoles de Ceniza, día de ayuno, no ven la importancia de respetarlo, y luego de ponerse ceniza se dan un atracón de antojitos a la salida de la iglesia.

En un mundo que nos ha habituado a ceder de inmediato a nuestros impulsos, y actuar guiados por nuestros deseos del momento (tengo sed, bebo; tengo hambre, como; quiero esto y tengo el dinero, me lo compro), no se comprende por qué la Iglesia venga cada Cuaresma a pedirnos que durante cuarenta días hagamos al revés, nos esforcemos por controlarnos y renunciemos no sólo a lo pecaminoso (que es algo a lo que, desde luego, debemos renunciar siempre), sino incluso a lo bueno, a lo lícito, a lo que no es pecado. ¿Por qué nos pide semejante cosa? Porque es la manera de fortalecer nuestra fuerza de voluntad para resistir la tentación, especialmente cuando nos veamos tentados a caer en cierto pecado que parece atractivo, algo que todos hacen, algo que nos hará felices o nos dará placer. Si nos acostumbramos a decir no, aún a lo verdaderamente bueno, tendremos fuerza de voluntad para decir no a lo que sólo parece bueno pero no lo es.

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