Que triunfe México
Alejandra María Sosa Elízaga*
La religión, el deporte y la política son tres temas que apasionan a la gente, y pueden provocar acaloradas discusiones e incluso verdaderas broncas entre quienes no profesan la misma fe, no le van al mismo equipo o no votan por el mismo candidato.
Y es curioso que justo en estos días están muy presentes dos de esos temas, en pláticas con familiares, amigos y hasta desconocidos; en mensajitos que nos llegan, y hasta en la ropa que nos ponemos, y es que ha coincidido que al tiempo en que en Rusia se realiza el Mundial de futbol, en México hay elecciones. Ello se presta para hacer las siguientes reflexiones:
Cada vez que México ha jugado, se ha visto la misma escena en todo el país: no sólo que cuates y parientes se han juntado en casa a ver el partido, sino que aficionados que no se conocían entre sí y que probablemente no se invitarían mutuamente a ver ningún partido local porque le van a equipos contrarios, se vieron de pronto reunidos inesperadamente, ante una pantalla, lo mismo en una modesta lonchería, que en un elegantioso restaurante; lo mismo frente a la televisioncita del dueño de una miscelánea que frente a las pantallas gigantes de una tienda departamental. Y todos sin excepción, saltaron y gritaron y se abrazaron unos a otros cuando México metió gol.
Intuitivamente sintieron que sus diferencias quedaban borradas por algo más grande, porque todos querían que ganara México. Los unió el mismo gusto, la misma alegría de saberse mexicanos y comentar orgullosos y en plural: ‘¡¡sí se pudo!!, ¡¡ganamos!!’
Es muy bonito festejar victorias, pero no siempre se pueden alcanzar. Y no me refiero al futbol, sino a las elecciones. Hay cuatro contendientes pero sólo uno podrá ser declarado ganador.
Pidamos a Dios que quienes pierdan, sepan aceptar su derrota con serenidad, y que todos logremos captar, como esos aficionados al futbol, que, por encima de nuestras diferencias, aquí está en juego algo muchísimo más grande, nuestro amor a México y nuestras ganas de que salga adelante.
Quien resulte electo, no gobernará solo, tendrá que tomarnos en cuenta y convocarnos a ayudarlo. Dependerá de nosotros no quedarnos sentados, de brazos cruzados, viendo a qué horas se equivoca, para criticarlo, sino orar por él y sus colaboradores, sumar esfuerzos, superar lo que hasta ahora nos ha dividido; disponernos a aportar cada uno lo mejor de sí para que triunfe México. Que ése sea nuestro objetivo compartido.