y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Papa custodio

Alejandra María Sosa Elízaga**

Papa custodio

¿Has oído a algún norteamericano decir, en época de elecciones: ‘ojalá gane un presidente que pinte de colores la fachada de la Casa Blanca’?

¿Te has enterado de que los franceses critiquen al director del museo Louvre porque opinan que debería autorizar que a la Gioconda (mejor conocida como la Mona Lisa, de Leonardo Da Vinci), se le pinte un amplio escote, pues su vestido es demasiado recatado, está ‘demodé’?

¿Alguna vez oíste a un mexicano aficionado al futbol comentar al iniciar un partido: ‘no es justo que los jugadores no puedan meter goles con las manos, espero que este árbitro lo autorice’?

¡Claro que no!

No has oído ni oirás semejantes frases porque ni la Casa Blanca ni la Gioconda ni el reglamento del futbol están a merced de los caprichos de una persona o de la moda del momento o de lo que opinen unas gentes.

El presidente de EUA puede tener su hogar y oficina en la Casa Blanca, pero ésta no le pertenece, no puede hacer con ella lo que le dé la gana.

El director del museo se encarga de velar por la integridad de los cuadros, no tiene derecho a mandarlos repintar según la moda del momento.

El árbitro está para asegurar que se cumplan las reglas, no puede alterarlas para complacer a ‘la afición’.

¿A qué viene todo esto?

A que si se considera lógico que un patrimonio histórico, artístico o deportivo sea intocable, ¿cómo es que no se aplica ese mismo criterio con relación al patrimonio de la Iglesia Católica?

Con motivo del Cónclave se escucha y se lee una y otra vez en diversos medios: ‘ojalá elijan un Papa que ‘modernice la Iglesia’, quieren decir que permita curas casados, ordenación de mujeres, matrimonios del mismo sexo, anticoncepción artificial, aborto, eutanasia, experimentos genéticos y todo eso que hoy en día es considerado ‘progresista’ y ‘actual’.

Quienes así se expresan ignoran que ni el Papa ni los ministros ordenados ni todos los fieles laicos juntos tenemos el poder de cambiar los principios que rigen la Iglesia, porque no los inventamos nosotros, son revelación de Dios. No dependen del gusto de unos o la opinión de otros, no están sujetos a votación.
 
La Iglesia no es una democracia o una empresa o una asociación; no es una institución como cualquier otra, porque fue fundada por Jesucristo, y eso hace toda la diferencia.

Sus principios están cimentados en la Palabra divina y en las enseñanzas de los Apóstoles, y han de transmitirse íntegros, a lo largo de los siglos, a cada sucesor de san Pedro, para que los guarde, los enseñe, los defienda y los comunique intactos a quien lo suceda.

Esto se puede comparar con lo que ocurre con una valiosísima joya de familia. Pasa de generación en generación y quien la recibe la admira, la usa, la disfruta, pero no la altera, la mantiene tal cual, porque quitarle o ponerle algo sería dañarla y restarle valor, y así, bien conservada en su esplendor original, se la hereda a sus descendientes.

La doctrina de la Iglesia, las verdades que la rigen, no pueden modificarse para decir un día una cosa y al otro día otra, son siempre las mismas. Su enseñanza es sólida, confiable.

En un mundo en el que se promueve que cada persona se rija por las frágiles ‘verdades’ propuestas por los medios, la política, la cultura, veletas que cambian según soplan los vientos, los católicos tenemos la certeza de edificar nuestra vida no sobre las arenas movedizas del relativismo, sino sobre la roca firme de una doctrina que, como pedía Jesús, dice “sí cuando es sí y no cuando es no”, no confunde lo bueno con lo malo (y viceversa) y se atreve a llamar a las cosas por su nombre aunque no sea lo ‘políticamente correcto’ o pierda popularidad.

En ese sentido, ante la elección del nuevo Papa no cabe desear que éste venga a cambiar el tesoro que Dios le va a confiar.

Cabe esperar, eso sí, que, al igual que todos sus antecesores, lo valore y lo sepa custodiar.

*Publicado el domingo 10 de marzo de 2013 en 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México, año XVII, n.836, p.6.
También en la pag web de 'Desde la Fe' (www.desdelafe.mx) y en la del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx)
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