El regalo de Jesús
Alejandra María Sosa Elízaga*
Venía con la ilusión de poder ‘ser como los demás’, aprender a leer, a escribir, jugar, tener amigos, y, sobre todas las cosas, ser tratado igual que un niño ‘normal’.
Se bajó del autobús nervioso y a la vez gozoso. Con una mano, apretando fuerte la mano de su mamá, con la otra, su tambachito de ropa.
Viajaron, desde un pequeño poblado del interior, sólo ellos dos. Llegaron a pasar Navidad en casa de unos parientes, para luego ingresar al internado para invidentes donde vivirían, él estudiando y su mamá trabajando.
Se llamaba Juanito. Cuando nació le dio sarampión, que es fácilmente curable, pero en donde vivía no había medicina, así que la enfermedad se complicó y quedó ciego. Estaba ya en edad de entrar a la escuela, pero no había quien pudiera darle educación especial, y por eso emigraron a la capital.
Sus parientes los recogieron y los llevaron a pasear. Caía la tarde. Las calles del centro estaban iluminadas con foquitos de colores, había flores de nochebuena decorando las banquetas, árboles de Navidad que brillaban tras los ventanales de casas y almacenes. Juanito lo sabía, por los comentarios de admiración que oía, pero no los podía ver, y se iba sintiendo, como siempre se sentía, diferente, limitado, frustrado.
Llegaron a una plaza donde había un enorme Nacimiento. Se lo fueron describiendo. Quiso acercarse a tocarlo para conocer al Niño, pero no lo dejaron. Una valla le impedía acercarse. Se quedó muy desanimado.
Su mamá se preocupó. Siempre le pedía a Dios que lo ayudara a descubrir que su discapacidad visual no lo hacía menos, lo hacía especial. Era un niño sensible, espiritual, que sabía captar el interior de las personas, que no juzgaba por lo superficial.
Llegaron ya noche al internado, donde los recibió, cariñosa, su amiga, la religiosa encargada. Enseguida notó que venía triste Juanito, le preguntó por qué, si era Navidad, y éste respondió que porque no pudo conocer al Niño Jesús como todos los demás.
La religiosa se quedó pensativa, y de pronto tuvo una idea. Cuando llevaron al niño a acostar, le dijo: ‘Juanito: vamos a rezar. Pídele al Niño Jesús que te dé de regalo en esta Navidad, poder conocerlo como los demás.’.
Así lo hicieron. El chiquito recuperó la sonrisa y se durmió enseguida, esperanzado, bajo la mirada un poco aprensiva de su mamá, que no quería verlo de nuevo desilusionado.
A la mañana siguiente, lo primero que hizo Juanito al despertar fue buscar a la religiosa para preguntar cómo sabría si recibió lo que pidió. La religiosa llevó al niño y a su mamá a la capilla del internado. Paró a Juanito frente al Sagrario y le dijo: ‘¿sabes Quién está aquí?’ El niño negó con la cabeza. Ella respondió: ‘¡Aquí está Jesús!’. Al niño se le iluminó la cara. Dijo: ‘¿de veras?’, y queriendo asegurarse preguntó a su mamá: ‘¿tú lo ves, mamá?’ Ella dijo que no.
Entonces la religiosa añadió: ‘tu mamá no lo ve, ni yo tampoco. Nadie puede verlo, pero Él está aquí, reservado’, y acercó la manita de Juanito para que tocara el Sagrario. ‘Ya te lo vamos a explicar en el Catecismo, pero ahorita lo que quiero que sepas es que en el Nacimiento que visitaron ayer, lo que todos vieron y tú no viste, era un muñequito que representa a Jesús, pero Jesús no estaba allí. En cambio Él sí está aquí. Y no importa si tú no lo ves, nosotros tampoco lo vemos. Sabemos que está, por la fe. ¿Te das cuenta? ¡Jesús te concedió tu regalo de Navidad, conocerlo como lo conocemos todos los demás!’
Juanito comprendió y aplaudió de gusto. Por primera vez en su vida no se sintió distinto ni discriminado. Y todo el tiempo que pasó en aquel internado, buscó siempre ratitos para irse a estar con su amigo Jesús, al que no podía ver con los ojos de la cara, pero no importaba, porque le concedió verlo, como lo vemos todos, con los del alma.