El temor de san José
Alejandra María Sosa Elízaga*
Debo confesar que cuando se proclama en Misa el texto del Evangelio según san Mateo de este Cuarto Domingo de Adviento (ver Mt 1, 18-24), me entristece que se le interprete con criterios demasiado mundanos.
Me refiero al pasaje que narra que María estaba desposada con José, que antes de que vivieran juntos, quedó embarazada por obra del Espíritu Santo, y que para “no ponerla en evidencia”, él decidió “repudiarla en secreto”. Reflexionemos en esto:
Eso de ‘ponerla en evidencia’ suena a 'echarla de cabeza', como si José no hubiera querido que se supiera algo negativo, que María le había sido infiel. Pero no es así.
La pureza que sin duda irradiaba María, hacía imposible que se pensara mal de Ella.
Si de alguien bueno que conocemos, nos atrevemos a decir: ‘meto mi mano al fuego por él’, ¡cuánto más podría haberlo dicho José refiriéndose a María!
Aquí el sentido es otro. Dice san Basilio que lo de “poner en evidencia” se refiere simplemente a ‘hacer público’.
Cabe interpretar que José se dio cuenta de que había algo misterioso (en el sentido bíblico de 'misterio') en el embarazo de María.
Como judío practicante conocía las Escrituras, la profecía que anunciaba: “una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel” (Is 7, 14); (Emmanuel significa ‘Dios con nosotros). José sabía que estaba listo el tiempo para la venida del Mesías; captó que sucedió una intervención divina, y reflexionó, por una parte, que no le corresponde a él darla a conocer, y, por otra parte, que él no era digno de participar de algo tan grande.
Un bello texto de San Efrén, diácono sirio del siglo IV afirma que José decidió renunciar a María, movido por el mismo sentimiento con que Pedro le dijo al Señor: 'Apártate de mí, que soy un pecador' (Lc 5,8).”
José se sintió indigno de participar de lo que Dios estaba obrando en María, pero si anunciaba que la dejaba porque estaba embarazada la exponía a que la acusaran de haberle sido infiel y le impusieran el terrible castigo que mandaba la ley (ver Dt 22, 20).
Así pues, decidió partir en secreto, aún a costa de perder su reputación, pues todos pensarían mal de él.
En la traducción literal de la Biblia de Jerusalén, dice que entonces: “un Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: ‘José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo’...”.
Algunos interpretan esta frase como si el Ángel le estuviera explicando a José que María estaba embarazada por obra del Espíritu Santo, como aclarándole que no le había sido infiel.
Pero más bien le estaba pidiendo que no temiera tomarla por esposa porque lo engendrado en Ella fuera del Espíritu Santo, es decir, que no temiera participar de esta acción extraordinaria de Dios, que no se quedara al margen, que Dios quería que formara parte de esto; tan es así que lo llamó: ‘hijo de David’, recordándole que formaba parte de la descendencia de la que Dios prometió saldría el Salvador.
Cabe recalcar que el Ángel le pidió: ‘no temas’, pues es natural el temor ante un acto sobrenatural de Dios. Si José hubiera estado pensando que María le había sido infiel, hubiera sentido ira, celos, decepción, resistencia, pero no 'temor'.
Queda claro que no es ésta la vulgar anécdota de un novio que tiene fundadas bases para sospechar que su prometida quién sabe con quién se fue a revolcar. ¡Nada de eso! Es el recuento precioso del extraordinario acto de fe de José, el hombre escogido por Dios para ser padre adoptivo de Su Hijo.
Narra el texto que al despertar José 'hizo lo que le mandó el Ángel del Señor, y recibió a su esposa'
Sencillas palabras para describir algo grandioso: que José, aun sintiéndose inmerecidamente elegido, se dejó comprometer en el plan de salvación divino.
Al igual que su esposa, la esclava del Señor, él también sintió que Dios puso los ojos en su humildad, y se atrevió a decir sí, y dejó que el Amor desterrara el temor.