La puerta que no se cerrará
Alejandra María Sosa Elízaga*
‘Parece que regalan’. ‘¿Qué?, ¿aquí celebran y por adelantado el ‘buen fin?’
Ésos y parecidos comentarios hacían quienes veían las interminables filas que había el fin de semana pasado en la Basílica, la Catedral y las parroquias a las que gran cantidad de gente acudió para poder confesarse, quedarse a Misa, comulgar, orar por el Papa y cruzar el umbral de la Puerta Santa, para obtener la indulgencia plenaria.
Hubiera cabido responder: ‘pues sí, en efecto, regalan, ¡un regalazo!’, y sí, también tiene algo que ver con el buen fin, pero no el comercial, sino el que estos fieles esperan gozar, claro cuando buenamente llegue (a diferencia del otro, éste nadie lo quiere adelantar...).
Las filas duraron horas y horas, e inevitablemente sucedió que al momento de cerrar la Puerta Santa, todavía había muchas personas que esperaban poder cruzar su umbral y se quedaron sin hacerlo y se marcharon frustradas, enojadas o tristes, creyendo que ésa había sido, y la habían perdido, su única oportunidad para recibir una gracia especial.
Están equivocadas y por eso vale la pena darles un aviso que sin duda las alegrará.
Es verdad que como fue anunciado (por cierto con mucha anticipación, quién sabe por qué tanta gente esperó a última hora), el pasado domingo 13 se cerraron todas las Puertas Santas que se abrieron en todo el mundo para el Año de la Misericordia, y este domingo 20 también la de la Basílica de san Pedro en el Vaticano.
Pero, y he aquí la buenísima noticia: ¡hay una puerta que no se cerrará!
Y si alguien pide: ‘¡indíquenme, pronto, dónde está para ir corriendo a atravesarla!’, hay que aclararle que no tiene que ir corriendo a ningún lado, de hecho no necesita ni moverse de donde está, porque la tiene al alcance de su mano, las veinticuatro horas, los trescientos sesenta y cinco días del año.
Se trata de la puerta, siempre abierta, de la misericordia de Dios.
Aunque haya terminado el Año Santo, Dios continúa siempre derramando Su misericordia en ti, en mí, en todos.
Diariamente nos colma de Su amor, aunque no le correspondamos; nos perdona aunque no lo merezcamos; nos libra de mil dificultades o nos da la capacidad para superarlas, aunque no lo notemos ni se lo agradezcamos.
Se cerraron las Puertas Santas, sí, pero el Señor mantiene siempre abierta la puerta de Su corazón, para que acudamos allí confiadamente, a encontrar refugio y salvación.
Y mantiene también abiertas otras puertas. Por ejemplo, la del confesionario, para que podamos reconciliarnos con Él y sentir Su perdón y Su abrazo. La puerta de Su Iglesia, para que podamos ir a Misa, a recibir Su amor, Su Palabra, a Él mismo en la Eucaristía; y también visitarlo en el Sagrario, contemplarlo, sabernos acogidos por Él, adorarlo.
Y aunque se hayan cerrado las Puertas Santas y por ello no sea ya posible ganar la indulgencia plenaria cruzando su umbral, sigue siendo posible obtenerla, con las acostumbradas condiciones, de otras muchas maneras, por ejemplo, orando media hora ante el Santísimo, o leyendo y reflexionando media hora la Palabra de Dios, o participando devotamente en un Viacrucis o en el rezo meditado del Rosario en una comunidad eclesial.
Se cerró el Jubileo, pero el Señor mantiene siempre abierta la puerta de Su misericordia. Eso sí, no olvidemos algo fundamental, que no sólo es para que podamos entrar a recibirla, sino también para que podamos salir a compartirla.