Fidelidad y misericordia
Alejandra María Sosa Elízaga*
Conocí a mi mejor amigo un 15 de septiembre, y esta semana, con la gracia de Dios, cumplimos treinta y siete años de ininterrumpida amistad.
La gente suele celebrar sólo los aniversarios matrimoniales, pero es bonito también celebrar las amistades.
Mis papás, qepd, se casaron un 22 de septiembre, y llegaron a festejar sesenta y dos años de casados, y mi hermana se casó un 4 de septiembre y acaba de cumplir cuarenta y seis años de matrimonio.
Así que septiembre, además de ser para la Iglesia el mes de la Biblia, y para la Patria el mes en que se conmemora a los héroes de la Independencia, es, para mí, el mes que me recuerda que se es más feliz cuando se vive la propia historia con fidelidad y con misericordia.
Se necesita fidelidad para perseverar no sólo semanas o meses, sino años y años, en mantener la cercanía, la disponibilidad para escuchar, para acompañar, para alegrarse genuinamente, sin envidias ni celos, con las alegrías del otro; para llorar con auténtica compasión, sus tristezas; para dedicar tiempo, interés, atención a los mil pequeños detalles que diariamente permiten cuidar que no se apague ni se enfríe la llamita del cariño en el corazón.
No es fácil, porque además de tener que luchar contra la tentación de la rutina e incluso de la flojera, hay que enfrentar y vencer el peor enemigo de toda relación: la decepción.
La proximidad con alguien, permite conocer bien sus cualidades, pero también sus defectos.
Es entonces cuando se requiere indispensablemente la misericordia, la capacidad de poner el corazón en la miseria de la otra persona, es decir, amarle como es, con lo bueno y lo malo, con sus virtudes y sus pecados.
No se puede decir que se ama realmente a alguien, sea amigo o cónyuge, si no se le ama con misericordia.
Cuando le conoces su ‘lado oscuro’, desagradable, molesto, aquello que no es considerado digno de aprobación o admiración, y le sigues amando, entonces sí que puedes decir que sabes amar, y viceversa.
Una persona me contó que sintió un tajo en el alma cuando comprobó que un amigo al que consideraba como su hermano, le demostró que no valoraba su amistad, porque al primer enfado no le permitió ni aclarar el asunto, simplemente la hizo a un lado.
Comentamos que hoy en día se banaliza mucho el concepto de amistad, o se confunde amabilidad con amistad. Se engaña quien llama amigo a alguien sólo porque le atiende amablemente, sea en el mercado, el trabajo, la iglesia o la comunidad, o porque, sin conocerle realmente , le aceptó como ‘amigo’ en su red social.
La verdadera amistad, como el amor auténtico, se prueba y muere, o bien se consolida, en el tiempo y/o la dificultad, que es cuando se puede ejercer, y sólo con la gracia de Dios, la misericordia y la fidelidad.
Sólo Dios, que, como narran las Lecturas que se proclaman este domingo en Misa, cuando Su pueblo lo traicionó, se mantuvo fiel; sólo Dios, que cuando Pablo fue blasfemo y perseguidor de la Iglesia, fue misericordioso con él; sólo Dios, que es como ese padre que cuando regresó a casa su hijo, arrepentido de despilfarrar la herencia paterna, salió a abrazarle, e hizo fiesta, puede ayudarnos a abrir el corazón para imitarle.