Espíritu deportivo
Alejandra María Sosa Elízaga*
San Pablo se comparaba con un atleta. Y no porque caminara tanto en sus viajes de evangelización, que de haber competido en las olimpiadas, hubiera ganado el maratón.
Lo decía en sentido espiritual. Recomendaba ser como el atleta que por ganar la corona, deja todo atrás y corre hacia la meta (ver Flp 3, 12-14; 1Cor 9, 24-25).
Aprovechemos que estamos en plenas Olimpiadas, para reflexionar en doce características de los buenos deportistas, que podemos aplicar a nuestra vida espiritual:
1. Disciplina.
El atleta no espera mejorar su desempeño por arte de magia, sino se disciplina a seguir un régimen de alimentación y ejercicio. También en la vida espiritual se necesita disciplina, para ir a Misa, dedicar tiempo a la oración, a la lectura meditada de la Biblia, a hacer obras de misericordia, a la evangelización.
2. Conocer y trabajar puntos débiles y fuertes.
El atleta conoce y busca cómo corregir sus puntos débiles, y reforzar los fuertes. También en la vida espiritual, debemos conocernos, para desterrar vicios y pecados y fortalecer virtudes y buenos hábitos.
3. Total dedicación.
El atleta lo es de tiempo completo, no sólo en el estadio. Al salir de entrenar no se dedica a comer y a flojear. También en la vida espiritual, hemos de portarnos cristianamente, no sólo en la iglesia el domingo, sino toda la vida, en todo momento.
4. Perseverancia.
Cuando no obtiene el triunfo a la primera, el atleta persevera. También en la vida espiritual necesitamos constancia en la oración, en dar buen ejemplo, en ayudar a los demás, en el perdón.
5. Máximo esfuerzo.
El atleta da todo de sí en una Olimpiada. No se reserva nada. En la vida espiritual hemos de dar lo mejor a Dios, nuestro máximo esfuerzo, aprovechar cada oportunidad para buscar y cumplir Su voluntad.
6. Competir contra sí mismo.
El atleta se supera sobre todo a sí mismo, mejora sus propios tiempos y rendimiento, sin compararse con los demás. También en la vida espiritual, no hay que sentirse mejor ni peor que otros, sino luchar por superarse uno a sí mismo, con la gracia de Dios.
7. Disfrutar.
El atleta goza el deporte que practica. También en la vida espiritual hemos de valorar y disfrutar dialogar con Dios, ir a Misa, rezar en familia, leer la Palabra, conocer la riqueza de todo lo que nos ofrece la Iglesia.
8. No hacer trampa. (ver 2Tim 2,5).
No hay gloria en ganar haciendo trampa. Tampoco en la vida espiritual se puede ganar con sólo aparentar.
9. Solidaridad.
El buen deportista no teme ayudar o aconsejar a otros, aun a sus contrincantes. También en la vida espiritual es esencial tener siempre la disposición de amar y tender la mano a los demás.
10. Humildad.
El deportista sabe recibir el triunfo sin vanagloriarse, y la derrota sin desanimarse. También en la vida espiritual, hay que aprender a ponerse en manos de Dios, y aceptar con gratitud y humildad que se cumpla en todo Su voluntad.
11. Ayuda.
El deportista cuenta con su entrenador y su equipo. También en la vida espiritual, contamos con el apoyo de otros: el padre que nos confiesa, nos aconseja, nos alimenta con el Pan de la Palabra y de la Eucaristía; la familia y nuestra comunidad.
12. Apoyo.
El atleta en la Olimpiada siente a su país con él, apoyándolo, deseando que gane. En la vida espiritual, nos acompañan María y todos los santos, que con su intercesión sostienen nuestro esfuerzo, y desde luego, lo más importante, está con nosotros el Señor, que no sólo nos aguarda en la meta, con el premio prometido, sino nos anima, levanta y sostiene durante todo el recorrido.